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Rodar entre las piedras y el barro fue lo menos doloroso de todo aquello. Tal vez había sido en la bajada o tal vez cuando cayó de lleno al suelo pero ahora se sostenía el costado con fuerza, evitando sangrar más de lo que hacía. Se había apuñalado con su espada y, derrotado en el suelo mirando a lo que antes había sido un techo bajo -y que ahora se alzaba casi tan alto como la distancia de las nubes-, bañado en sudor y tierra, con sangre y escarabajos encima, con su propia espada aún enterrada en su cuerpo, Lan SiZhui se preguntaba el cuándo podría despertar. 

Porque solo podía ser un mal sueño, ¿Cierto?

—¿Estás bien?

Esa voz, ese niño, esa sensación en la boca del estómago. Bueno, aunque ya no sabía si era por la molestia de su mal presentimiento o por el sangrado que tenía. 

Alzando la cabeza en su dirección lo pudo ver sentado, con las piernas recogidas hasta su pecho y la barbilla recargada en sus brazos. Sus ojos grandes y neutros, sin expresión alguna más allá que la nada misma. Era como un muñeco, vacío. 

No contestó, no pensaba hacerlo. No era tonto, en verdad que no lo era pero en algunas ocasiones, las emociones terminan doblegando al lógica y la consciencia de uno para caminar a tientas en un hilo que se rompería tarde o temprano. Había sido la voz de su recuerdo, de estar solo y no encontrar la luz, de conocer el abandono que fue por ello que había decidido entrar y ayudar. Más allá de lo que su lógica dictaba. Había cedido ante sus emociones y se había doblegado ante la idea de un niño en peligro. Un niño como él. 

—Deberías acercarte. 

Lejana pero presente. La voz del niño era tranquilizadora, como un susurro cálido antes de dormir. Era una invitación a un más allá, uno que no conocía pero tampoco moría por tentación a conocer. Dudó y decidió quedarse ahí, mirando el techo. Esperando por la llegada de las personas que tal vez jamás llegarían.

—Acuéstate a mi lado. A Da-ge no le gusta que esté solo. 

Frunció por unos segundos el ceño, tan rápido que se desvaneció al segundo en que parpadeó.

¿Da-ge?

Movió la cabeza, lo suficiente para poder hacer contacto visual con el niño que lo miraba. —Iré contigo —Dudó. —, si me dices quién es tu Da-ge.

Como si las palabras curasen, al parecer, el niño llamado Yuan sonrió. Mostrando vida en los ojos que hacía segundos solo habían sido círculos sin color. Con su mano derecha hizo un movimiento suave, tres de sus dedos moviéndose en su dirección. Llamándolo, incitándole el acercarse. Era un secreto. 

Dio la vuelta sobre su espalda, obligándose a no soltar un grito de dolor, sintiendo la espada moverse con él. Apretando los ojos con fuerza, las manos en puños. Con cuidado se levantó del suelo, sacudiendo su manga mirando los bichos salir corriendo de su escondite entre sus túnicas antes blancas. Respiró profundo y caminó despacio, lento e inseguro. Tentado a sacar la espada de su cuerpo pero sabiendo que solo traería consigo malas consecuencias.

Yuan estaba sentado en mitad de un círculo, sonriente y expectante de lo que sucedería. SiZhui estaba asustado pero jamás lo diría. Todo se iluminaba por las velas acomodadas en el círculo perfecto pintado de rojo vivo.

Lan SiZhui sabía que entrar ahí sería entrar a las puertas que marcaban su propio final. Sabía que entrar ahí era el comienzo de su final. Las manchas, los símbolos, los dibujos, las palabras ensangrentadas y la emoción del niño. No había mucho que pensar. Suspiró fuerte y dio el paso dentro. No había marcha atrás desde hacía un buen rato después de todo.

Tu-tu-tu-tú [MDZS].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora