II

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¿No les dispararon? No, no tuvieron tiempo de redirigir los cañones; los haros no esperaban que un dragón apareciese en medio del campo de batalla. Lo que sí era seguro era que los iban a seguir.

Una vez que no sintieron el retumbar de las explosiones y el olor sulfuroso de la pólvora Celeste le pidió a Edelgard que bajara. Dejaron con cuidado a la capitana sobre la hierba; lo que menos necesitaba tras un enfrentamiento que la había desmayado eran las sacudidas del vuelo.

La cota de malla había sido rajada. Pero no fue la herida lo que la preocupó. No, no había tocado ningún órgano vital, sólo le atravesaron el hombro y le hicieron una herida que Celeste deseó que no fuera muy profunda; pero en el centro de la carne viva, empezaba a brotar una mancha oscura. Celeste salió corriendo por el botiquín.

Recuerda lo que aprendiste, Alvia, se dijo Celeste. En ese preciso momento, su mente estaba tan en blanco que temió que sus años de estudios y aprendizaje en curación se hubieran desvanecido.

Presionar la herida... detener el sangrado, se dijo. Para que el veneno no se expanda más. Desinfectar inmediatamente. Encontró entre sus bártulos una botellita plateada, y luego se arrancó un pedazo de su túnica. La mancha negra se hacía más grande. No había tiempo que perder.

Cuando presionó la tela contra la herida, se dio cuenta de lo mucho que le temblaban las manos. Tenía a la líder de su escuadrón herida, por una decisión que se tomó para que Celeste no fuera lastimada. Los nervios la carcomieron, ¿qué dirá la capitana? ¿Qué dirá la familia de Celeste cuando les llegue el informe de lo ocurrido?... No, no era momento de pensar en ello, había que curar a la capitana. Por suerte la locación en la que aterrizaron era densa en vegetación. Estaban tan alejadas del sendero, que los haros tardarían en encontrarlas. Pero un dragón del tamaño de Edelgard no iba a ser difícil de seguir. Habría entonces que volar lo menos posible. Ojalá el mapa y la brújula no se hayan perdido.

La capitana ya había perdido mucha sangre. Celeste presionaba todo lo que podía, mientras que con los dientes intentaba abrir la botellita. No se muera, por favor. Aún respiraba, aún se podía salvar. Celeste destapó por un momento la herida y volcó el desinfectante.

De golpe, los ojos de Noira se abrieron.

Pegó un fuerte jadeo y se arrastró lejos de la domadora. Estaba pálida, y bañada de un sudor que le hacía brillar la piel. Sus ojos, rodeados por negras ojeras, perdieron su rumbo, hasta que se hallaron con la domadora y regresaron así a la realidad. Y lo primero que hizo fue inclinarse sobre el suelo para vomitar.

Eso es buena señal, pensó Celeste, viendo que el desinfectante detuvo la hemorragia. Pero aún había que hallar un antídoto para lo que quedó en su cuerpo.

Luego de un rato tosiendo, y de limpiarse la boca con el dorso de la mano, la capitana notó su única compañía.

—¡Tú! —La señaló con el dedo manchado de bilis—. ¿Qué carajo crees que hiciste?

—En verdad lo lamento, capitana —dijo Celeste—. Tuve que sacarla del campo de batalla para ponerla a salvo.

— ¡¿A salvo?! —dijo Noira con exagerada indignación—. ¿De qué hablas? ¡Tú eres la que ahora debe buscar una forma de estar a...!

Un quejido cortó lo que estaba por decir. Se llevó la mano a la herida, de donde provenía el punzante dolor.

—Salvarme la vida no te garantiza nada —continuó—: deserción, dejar a tus compañeros sin apoyo armamentístico, y secuestro de un miembro de la Unión. Cuando mi padre se entere de esto, no va a tener piedad, va a hacer que te pudras en un calabozo.

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⏰ Última actualización: Jan 22, 2022 ⏰

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