I.

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No estaba alegre con la sorpresa de su abuelo, pero entendió que era el mayor orden en el hogar, como un patriarca, además de que tan sólo tenía 15 años; es imposible llevar la contraria a un familiar anciano.

Sabía que el viejo estaba bien en tener una persona a su cuidado, ya que su abuelito iba a viajar por temas familiares, difuntos lejanos. Cosas que un niño no entendería.

Estaría bien que se quedara en casa de su mejor amigo Megumi, un muchacho pelinegro con una actitud un tanto introvertida. Pero no, un niñero.

Yuuji odiaba las presentaciones, además de ser algo tímido, no dominaba una converzación seria, sin escrúpulos, esta vez debe ser diferente.

Esperó el sonido del timbre, sentado silencioso mirando el piso con sus dedos unidos, hasta que un leve toc toc hizo del menor levantar la mirada y girar su cabeza hacia la oscura puerta principal, se sentía nervioso.

El anciano abrió lentamente y sonrió al instante, no se veía quién era pero fue lo suficiente para que Yuuji cogiera una almohada del sofá y aferrarse a ella como todo niño asustado.

¿Qué estoy haciendo? —pensó Yuuji mirando el suave objeto que tenía en su pecho, dejó la almohada a un lado y se acomodó correctamente, había olvidado que tenía 15 años.

Tomó de su vaso, agua, y suspiró hondamente para despejar su mente que estaba hecha un lío. Dejó el objeto en la mesita del centro y esperó la llamada de su abuelo.

—Yuuji. —alzó la voz—. Ven, te quiero presentar a tu niñero, rápido niño.

—Ya voy abuelo. —respondió tratando de sonar lo menos miedoso posible.

Sus pasos llegaron a la puerta encontrando un alto y hermoso hombre con unos ojos tan cristalinos que era inposible de creer. Sonreía mientras lo miraba.

—Mucho gusto, Yuuji. -habló sin despegar sus mirada encima del adolescente—. Me llamo Gojo Satoru pero prefiero que me digas hermano, espero llevarnos bien.

—Ah... Hola. —respondió tontamente Yuuji, quería morirse por sólo decir algo tan simple como un hola pero su boca era traicionera, pensaba las palabras pero no salían de ella.

El mayor de ambos invitó a que Satoru pasara, lo cual aceptó sin dudarlo con esa sonrisa blanca al igual que su liso y detallado cabello.

Se sentaron, hablaron sobre mandandos y demás, Yuuji sólo miraba la mesa y de vez en cuando sus manos.

De este modo, transcurrió la noche, un sufrimiento casi eterno para Yuuji, respondía y quedaba en silencio, fue todo tal cual sumamente desagradable.

—Espera aquí, ojalá que el sofá sea cómodo porque tardaré unos minutos en traer los aperitivos. —habló el anciano mientras se levantaba para ir hacia la cocina.

—Por favor no se moleste en servirme.

—Patrañas, sientete como en casa. —fue lo último que dijo hasta entrar a la cocina y dejar a ambos, peligrosamente solos.

El menor estaba el doble de nervioso, podía sentir cómo la mirada de Satoru devoraba cada parte de su cuerpo, estaba al borde de mandar todo a la mierda, ir dónde su abuelo e implorar para no quedarse con aquel sujeto.

—Yuuji. —se hizo sonar la grave voz del  que tenía a su lado sentado.

El nombrado alza la mirada como en respuesta y total atención.

Tal vez si esa expresión que tenía no fuera tan grotesca para Yuuji podría siquiera no hacerlo sentir como un cordero sin su pastor, o ese inquietante tono de voz en sus cuerdas vocales que le hacía erizar su piel, absolutamente todo lo dejaba en claro que le temía.

Acercó su mano, posandolo sobre una mejilla del niño, un suave y frío toque repentino. Sonrió más a la vez que abría sus ojos.

—Yo te protegeré. —la voz que emanó, tan demandante, lujurioso y ronco. Más su imagen daba el resultado final; un atractivo demente.

Mientras tanto, Yuuji sólo podía sentir como los ágiles dedos de Gojo acariciaban cautelosamente cada zona de su rostro, ¿acaso lo quería comer?

La oscuridad se coló en el cielo, dando por hecho que la despedida del abuelo llegó, tan triste y fuerte hacia Yuuji, su nieto. Llorando abruptamente al saber que su vida tranquila estaba dando por finalización.

—No me dejes abuelo, no me dejes con el loco. —lloró como nunca en las piernas del viejo—. No quiero, ¡no!

—¡Yuuji, tonto! No será un adiós por siempre, estarás bien y cuando regrese te traeré un recuerdo pero deja de llorar ya. —respondió tratando de abrir la puerta del taxi sin lastimar al chiquillo.

—¡No es justo! Me niego. —chillo Yuuji, estaba inquieto y ahogado en las ganas de no quedarse con ése tipo pero de un momento a otro sintió unas frías manos rodear su vientre, dejó de hacer fuerza al sentir el aroma de su niñero, estaba aterrado.

—Bien hecho joven Satoru. Por favor cuidalo, regresaré en una semana.

—No se preocupe, su hijo siempre estará vivo estando conmigo.

—Abuelo... —susurró Yuuji con lágrimas cayendo sin cesar—. No te vayas...

—Yuuji. —habló—. ¿Vamos adentro?
—no espero una respuesta del niño, agitó su mano mientras el taxi se alejaba y sin más entró a la casa cerrando a su vez la puerta, de su bolsillo sacó una llave y la introdujo.

Dejó al bajo y miró su cabello, luego sus ojos.

La diferencia de altura y edad era tan notoria, tanto que le causó gracia.

—¿Quieres que te les un cuento antes de dormir?

El menor retrocedió confuso, un cuento?

—Esta bien, si no quieres eso entonces podré aroparte. —miró la hora en su celular sacado de su bolsillo trasero—. Oh vaya, 21:24, se está haciendo tarde, vamos a lavarte los dientes primero.

Cogió la mano de Itadori y caminó en destino al baño, le resultó sencillo aprenderse de memoria la casa ya que ésta no era muy grande, llegó a la puerta indicada y la abrió no sin antes prender la luz.

—¿Cuál es tu cepillo, Yuuji? —cuestionó mirando una taza con dos cepillos en ella; uno verde y otro blanco.

—Verde. —respondió nervioso.

El albino pescó el cepillo verde, lo examinó para después colocarle crema dental que estaba sobre el lavamanos.

—Oye, yo puedo hacer eso.

Satoru detuvo su gozo y miró al bajo, esos ojos tan raros y fúnebres que tocaban el alma de Yuuji.

—Oh, claro. —entregó el cepillo hacia el niño y esperó sentado en el wc hasta sersiorarse de que el menor haya obedecido.

Todo era tan extraño, cepillaba sus dientes tranquilamente, evitando las miradas del otro, ya que, cada vez que se reflejaba en el espejo lo encontra a él, al albino observandolo fijamente.

Terminado eso, el alto volvió a tomar de su mano, —con un agarre más fuerte— y lo llevó a su cuarto. Examinó el lugar y esperó a que Yuuji despojara de sus prendas para vestir de la pijama.

Esto dejaba tan mal al de baja estatura, ¿era un psicópata su niñero, además de pedófilo? Giró su cuerpo y quitó su polera, ocultando sus delicados pezones de la vista del mayor, Satoru, quién sólo miraba sentado en la cama, como un cuadro. Una calma tan espeluznante, como un asesino al detectar su presa.

Se paró del conchón, observó su pequeño cuerpo y volvió a sonreír.

—Acuestate. —ordenó el mayor dando pequeños golpecitos con su mano sobre la cama, abriendo las suaves y tiernas cobijas, sonrió—. Es hora de dormir.

ʟᴀ ᴛɪᴇɴᴇꜱ, ʟᴀ ᴛʀᴀᴇꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora