Capítulo 45: Colorín colorado, este cuento ha acabado

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=Astrid=

—¿Cómo vas, papá? —le pregunté, recargándome en el auto y cruzándome de brazos con una sonrisa

Enterrando el pincho en una lata, soltó una suspiro cansado y me miró, yo le sonreí de la mejor manera mientras veía, a pesar de estar en una mañana fresca, que él sudaba.

—Huelo a basura, hija—dijo como si eso respondiera toda la enigma del mundo, pasó el pincho recolector por la bolsa negra de plástico y volvió a mirarme, derrotado—. Pero me lo merezco y de alguna forma lo necesitaba

Fue un alivio saber que tiene conciencia, que en algún momento él esperaba un castigo por lo que había hecho, ojala ese castigo no hubiera llegado muy lejos, tal vez ella estaría aquí.

Probablemente no, por muy triste que suene, él tenia una obsesión con mi madre y la perfección que podía tener él, solo que nada es perfecto y por mucho que se hubiera aferrado a la idea de que mamá era un ángel, por mucho que mamá le hubiera correspondido, supongo que el final hubiera sido el mismo.

Todos tenemos un destino que cumplir Una vez me dijo mi madre, esperaba que si existiera la reencarnación tuviera una mejor historia que contar y sí no existía, bueno, tendría que esperar para que papá llegara, me conformo con la idea que fue feliz cuando estuvo conmigo, cuando fuimos una familia, estoy aferrada a esa idea.

Volví a mirar a mi padre, había cambiado de mano para sostener el pincho recolector de basura mientras estiraba su mano libre, se le debió acalambrar por el tiempo y el frio. Los han obligado a hacer servicio comunitario por una temporada más o menos por sus acciones en los años pasados y la estación de policía se disculpo ante la familia de Jayden, ellos los ayudarían en lo necesario, económicamente hablando mientras tanto ellos limpian las calles.

Retomando la idea del frio, me frote las manos y me encogí en mi polerón, vi de lejos como el hielo de mi novio solo tenia un chaleco y hablaba con Estoico.

Le tendí una botella de jugo a mi papá a la vez que tomaba un sorbo de mi café, yo parecía la única con sentido común respecto al clima.

—Cuando vuelvas a casa en la tarde, me harías el favor de que tomaras una baño—mencioné cuando papá se zampaba la mitad de la botella, sabia que llegaba temprano pero si se queda dormido la casa no sería la indicada para recibir visitas—. No juzgo, solo...

Me callé.

Papá trato de mostrar su disgusto en su cara, pero el chaleco naranja fluorescente que lo hacia ver como Enrique, la marioneta de Plaza Sesamo, no hacia nada más que causarme gracia.

—Si no me quedo dormido en la cera, haré mi mayor esfuerzo—me dijo

Sonreí. Si bien no llegamos a esta isla con la mejor relación padre e hija, creo que las cosas poco a poco pueden arreglarse, sé que no soy fácil de tratar, sé también que ser un viudo no es fácil, mucho menos en la forma en que mamá se fue, creo que de alguna manera rara ambos nos desquitamos nuestro propio dolor, no fue sano, lo reconozco, no puedo pedirle que actué como tal, pues también es una persona que simplemente toco fondo y decidió apartarse un poco, no lo culpo y esperaba que él no se culpara por una reacción.

Además, como muchos me han dicho, soy la viva imagen de mi madre versión rubia, para mi ya es un tormento verme al espejo, no quiero imaginarme a él que la ha conocido toda su vida.

—He notado que has venido atrás de Hipo—habló mi padre, obligándome a salir de mi mente—. ¿Dónde has estado?

Sentí mi sangre hervir, quería contárselo cuando llegara, si es que no se dormía, claro.

Un Misterio en BerkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora