Capítulo 22

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No estoy loco, solo que tenemos realidades distintas. La tuya es aburrida y la mía macabra”.
-Anonimo.

Desconocido.

Desde niño he pensado que los seres humanos solo somos un bulto de carne y huesos, jugando a quién es el más hipócrita.

Personas que solo se esfuerzan por ser aceptados en una sociedad asquerosa.

Desde pequeño tuve pasiones, fui claro en ellas y hasta ahora no sé lo que es la derrota.

Mi mundo gira al entorno que me transformó, por eso todo lo transformo a mi parecer.

Como aquel libro que marcó un antes y después en mi. No lo olvidaré jamás, “El hombre que no sabía que estaba rodeado de idiotas”, más que ser un libro, es mi libro.

Para ser sincero confieso que hay un montón de monstruos caminando entre nosotros, con títulos universitarios y siendo todos unos “ejemplos”, pero esconden su verdadero rostro.

Si la sangre fuera dinero, que costo tendría pagar para vivir tranquilo, supongo que ya he pagado mi deuda y solo me queda disfrutar las agonías que otros detonan en sus vidas.

Esto es lo que soy, esto es lo que doy, estoy en la sima de la desesperación de muchas personas y ellas no lo saben.

Me dirijo a mi próximo lugar de trabajo, a mi altar de sufrimientos.

El dolor es para la humanidad, el tirano más terrible, aún más que la muerte.

El verdadero dolor es el que se sufre sin testigos.

El dolor para mí es medicina, es vida.

Son aproximadamente la 1:05 de la madrugada. Estoy al frente de la ventana de mi próxima víctima.

Ella no lo sabe pero hoy será el mejor día de su vida.

Sin ser descubierto entro a su cuarto con mucha cautela y me pierdo en la oscuridad de la habitación.

Escucho pasos que vienen hacia la habitación y me escondo entre las cortinas negras de la ventana.

Estoy vestido totalmente de negro y sujeto fuerte una maleta no muy grande con mis herramientas de trabajo.

Una señora con pijama se adentra y le da el beso de buenas noches a su hijita, el último beso. Enciende una pequeña lámpara que está en la mesa de noche y da un vistazo a la habitación, mientras yo la observo desde la oscuridad.

La señora queda satisfecha, le susurra un “te amo, hija”,  y sale de la habitación.

Reviso mi reloj de mano y la hora es:

1: 11 de la madrugada.

Aún hay tiempo.

Soy paciente, valdrá cada maldito segundo. Ya estoy listo, puedo sentir su respiración tranquila y mi piel se eriza.

Un deseo incontrolable me invade de hacer que aquella respiración llegue a su fin.  Y el brillo de sus ojos desaparezca para siempre.

Me acerco poco a poco a su cama y rápidamente le pongo una mano en su boca impidiendo algún grito. Sus ojos se abren al instante y empieza a moverse queriéndose zafar.

Rápidamente me monto encima de ella impidiendo cualquier movimiento brusco.

Saco una de las navajas que tengo en mi bolsillo y la coloco en su cuello haciendo presión.

—¿Linda noche no?— hablo mientras le paso la lengua por la cara —Tez blanca, cabello negro, ojos negros, una delicia. Pórtate bien, o no seré gentil — susurro en su oído.

¿Ellos, él o yo? © [Darkness 0.1] En PausaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora