Capítulo nueve

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-¡Lilly!- El grito de mi madre me hace despertar sobresaltada

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-¡Lilly!- El grito de mi madre me hace despertar sobresaltada. Estoy confundida, tengo sueño y no sé por qué me llama desde la planta baja con tanta efusividad.- ¡Cami está en la puerta!

Me alivio porque nada grave haya pasado. Miro la hora en el reloj de la mesa de luz, el cual marca las diez de la mañana. Es bastante tarde para la hora a la que suelo levantarme, supongo que mi mamá asumió que ya me había despertado y que por esa razón me llamó gritando como una loca.

Lo que ella no tiene en cuenta es que anoche llegué a las cinco de la mañana a casa porque fui a una fiesta sin hacer caso al castigo que me había impuesto...

Cierro mis ojos con fuerza.

-¡Dile que suba!- Grito, potente para que me oiga. Afortunadamente, recuerdo que después de llegar a casa y escabullirme por la puerta principal, me cambié de ropa por una más decente y me quité el maquillaje. Esta vez no estaba ebria como para no poder hacer esas cosas básicas.

-Hola, bella durmiente.- Miro hacia la puerta de mi habitación, donde mi amiga aparece con una sonrisa, ojeras por las pocas horas de sueño, cabello despeinado y un vestido floreado de verano.

-¿Por qué estás aquí desde tan temprano?

-No seas grosera.- Se deja caer sobre el pequeño sillón que tengo enfrente.- Me levanté hace unos minutos y la mejor idea que se me ocurrió fue venir para que me cuentes que tal todo anoche.

Su explicación tiene sentido. No hablamos demasiado sobre el tema cuando me trajo de vuelta a casa porque yo estaba demasiado sumida en mi felicidad y ella... creo que tenía unas cuantas copas encima como para hacer preguntas y entender las respuesta. Si, he dejado que maneje en estado de ebriedad... yo tampoco estaba siendo sensata.

Me rindo ante la flojera, mi espalda cae contra el colchón y tapo mi rostro con el almohadón. Murmuro algo inentendible y ahogado gracias a lo que tengo encima de mi cara. Mi amiga forcejea conmigo para quitármelo y tengo tantas pocas fuerzas que termina saliéndose con la suya. La miro angustiada y ella abre sus ojos con pesar, esperando que le diga que algo malo pasó o que mis planes se arruinaron anoche por segunda vez.

Entonces, esbozo una sonrisa.

-¡Me invitó a salir!- Chillo.

-¡¿En serio?!

-¡No te mentiría!

Se exalta conmigo y se tira sobre mi en la cama. Me quejo pero me río al mismo tiempo por compartir la emoción.

-¡Esa es mi perra!- Festeja.- ¿Cuándo saldrán?

Mi risa cesa de inmediato, se transforma en una mueca porque en realidad aún no me dijo cuando.

-De hecho... Todavía no programamos hora o día.- Me dedica una mirada de indignación.

-¿Y qué esperas?

Bésame, ódiameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora