Al abrir los ojos esa madrugada, se dio cuenta de que estaba empapado en sudor. Más que empapado en un sudor frío y que hacía a su cuerpo temblar, lloraba. No sabía en qué momento comenzó, solo que no podía detenerse.
Se sentó sobre la cama, su pecho subía y bajaba con pesadez. Le era difícil distinguir algo entre la oscuridad y las lágrimas, todo era borroso, había una soledad tan palpable que solo contribuía al miedo. Porque eso era lo que sentía. Algo latente y muy diferente a lo que le pasaba cuando tenía una pesadilla. Esa vez no era impresión, sino terror.
Sus manos fueron hacia su rostro y lo cubrieron mientras se dejaba caer de nuevo en el colchón. No supo cuánto tiempo estuvo así, hasta que escuchó la puerta de la habitación abrirse y una voz familiar diciéndole que estaba bien, que respirara.
Mikhaeli se aferró al cuerpo que lo cubrió con cuidado. Reconocía su aroma y su calidez. Dejó que Ache lo abrazara y que la persona restante, aquella que entró tras su hermano, se acomodara del otro lado y le corriera el cabello húmedo de la frente.
Su padre le dijo algo, su mano se cerró alrededor de la suya con firmeza y él lloró aún más.
Todavía era capaz de recordar la sensación del descontrol. La desesperación, la ira, el dolor. Siempre terminaba en dolor.
—Está bien, hijo. Estamos aquí —murmuraba Alaric, una y otra vez, sosteniendo a su hermano, quien, a su vez, lo sostenía a él. Mikhaeli no le respondía nada—. Todo estará bien, te lo prometo. Haré que todo esté bien.
Mikhaeli quería creerle. Una parte de él empujaba con todo lo que tenía para llegar a ello. Pero otra, que era más grande, más fuerte, la hacia tambalear y la enviaba de regreso a la oscuridad.
La lluvia caía ligera sobre sus cabezas. El cielo comenzaba a tornarse de un gris plomizo y la tierra a ceder bajo el peso de sus botas.
—Vamos por aquí, muchachos. —Mikhaeli siguió las instrucciones del hombre uniformado, su mano se cerró con firmeza alrededor de la linterna apagada—. Estén atentos, quizás haya alguna otra pista en los árboles.
Mikhaeli suspiró.
Esa tarde el grupo hacia el oeste del bosque era más grande, habían algunos rostros familiares y otros que apenas si había visto alguna vez. Las edades iban desde los dieciséis años en adelante, jóvenes que asistían a la universidad, adolescentes que se mantenían unidos, adultos y señores mayores con bastones. Todos lucían atentos, pero también consternados por el patrón de la situación.
Mikhaeli no se detuvo hasta que cubrió su perímetro y necesitó un momento para recuperarse del ligero temblor en sus manos. Se apoyó al tronco de un árbol y tomó un sorbo de agua, observando a través de la lluvia a los pueblerinos esparcirse más a fondo en el bosque. Los policías y guardabosques se mantenían detrás, cuidando que nadie fuera a separarse demasiado. Su padre estaba integrado entre ellos, llevaba una radio en un hombro y un garrafón de agua en el otro.
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Silverywood: Una puerta al Infierno ©
FantasíaLos demonios no solo viven en su cabeza. Mikhaeli Cox es un joven pintado por los fantasmas del pasado. El peso de la memoria, y a veces del cuerpo, lo ha llevado a alejarse de su familia, amigos, e incluso de la persona que solía ser. Luego de un a...