3. Duda

54 6 1
                                    

PRIMERA PARTE: EL ACCIDENTE

Punto de vista de María

Abro los ojos y lo primero que noto es que no tengo dolor de ninguna clase. Veo a Ariel, recostada en una silla, delante de mí. No sé dónde estoy, pero huele fuertemente a cloro, a antiséptico como los centros médicos, pensar en ese lugar dispara los recuerdos por mi mente. Me acuerdo que tenía la pierna prensada, también cómo un fierro al rojo vivo se pegaba a mi costado, a mi mamá alejándolo antes de una segunda explosión, la que la mató.

Un sentimiento de doloroso vacío golpea en mi pecho al ritmo lento y acompasado de mi corazón cuando pienso en mi mamá muerta. Pero Ariel y yo estamos aquí, vivas, recuerdo haber pensado que ella también se había muerto, pero luego apareció ahí, para escarbar y sacarme, para ese entonces ya no sentía nada en mi cuerpo. No estoy segura de si Ariel lloró cuando le dije que mi mamá había muerto, quiero pensar que sí, que no es una persona fría e insensible.

Escucho que la puerta se abre, quien lo hace saluda con un "buenos días" muy alegre y fuera de lugar considerando el lugar que es. Se para delante de mí, veo su pantalón blanco, es un hombre. Por detrás de él, veo que Ariel se remueve.

—Buenos. –respondo el saludo, mientras el médico escanea mi brazo.

—Soy Samuel Daken, tu médico. –su tono es alegre–. ¿Te duele algo?

—No nada. –respondo.

—Buenos días. –escucho cómo saluda mi hermana, desde atrás del médico, él voltea y saluda con un asentimiento.

Yo miro a Ariel, y ella parece atontada, mirando al hombre.

—Hola. –saludo.

Ariel voltea a verme rápidamente entre alegre, por verme despierta, y aliviada de que la haya liberado de esas miradas.

—¿Cómo estás? –me pregunta.

—Bien. –digo.

El médico Sam rodea la cama.

—Las quemaduras han sanado completamente, sólo queda la cicatriz, que puede ser tratada y borrada, usted decide.

—Gracias. –responde Ariel–. Pero primero quiero hablar con mi hermana.

Luego escucho que la puerta del cuarto se cierra.

—¿Ariel? –pregunto.

Mi hermana se hinca delante de mí.

—Mateo lo está pagando todo... –me dice, mirándome los ojos, me acaricia la mejilla–, y él dijo que lo pagaría todo, lo que fuera necesario, sin importar qué.

—Sería mucho dinero.

—A él no le importa. –me lo dice con ternura, pasando sus dedos por mi cabello.

—No quiero nada.

—Mira, –me dice Ariel como si yo fuera una niñita–, no tenemos el dinero para pagar nada de lo que necesitas.

—¡No quiero!

—¡Escúchame, María! –grita Ariel y estoy segura de que si pudiera zarandearme, lo haría–. Tú no tienes la edad para tomar esa decisión.

—Si desde el principio tú ya la habías tomado, ¿para qué mierda me dices que Mati está pagando?

—Cuida tu lenguaje. –me reprende–. Eres chica y no sabes lo que dices, y si te lo conté fue porque tenía que hacerlo, tenías que saberlo. –se endereza en su lugar–. Si he tomado la decisión, fue porque si no te operan, te amputarán la pierna, y créeme, yo quisiera tener el dinero para pagar, pero vivimos en la miseria y yo no tengo ni un quinto. –sus ojos brillan por las lágrimas que no llora–. Pagar es lo menos que puede hacer, porque si tú estás aquí, así, es por su culpa.

CiudadanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora