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Murcia Amery Brumby






—Último día de la semana Mery, ¿no puedes acompañarnos siquiera hoy?— La cabellera con rizos saltones y de reflejos rubios le impedía la vista hacia su libro, los ojos saltones de su amiga quisquillosa resaltaban entre su rostro pecoso con mejillas enrojecidas. 


Se alejaban de la colina que separaba el lago Brownbear de la Escuela, pasaron la tarde entera trepados sobre el Sauce que era el orgullo de la institución por su grande y viejo tronco, decorándolo unas hermosas flores celestes. Divirtiéndose con saltos sobre el agua fresca del lago, descansando sobre el herbazal repleto de vastas flores, creaban formas a las nubes en el cielo y se reían de las más creativas.

—¡Es tu día especial, por favor! No creo que Lori se moleste porque no pases la cena con él en el taller.-Insistía la rubia con emoción. 

—De seguro no, le gusta que salga. Pero yo no quiero chicos. Salgan ustedes y diviértanse, si voy con ustedes solo les daré una razón para perder tiempo conmigo. Ya han hecho más que suficiente por mi hoy.

Con desilusión, ambos amigos asintieron a la negativa. Murcia no daría su brazo a torcer por ser su cumpleaños.

—En serio me gustaría ir con ustedes, pero no. Lo siento.


Murcia amaba estar con su tío, disfrutaba de sus silencios como también las charlas de pocas palabras, pero con mucho alegoría, que se daban. El ser su cumpleaños solo aumentaba su energía ermitaña.

Recuerdos se presentaban en su cabeza al paso que sus pies sentían las rocas que reposaban en el arroyo, cruzando el camino que guiaban hacia el pequeño bosque dónde se encontraba su casa.

—¡Tío! ¿Estás aquí?

Limpiaba el fango de sus zapatos en la alfombra de la entrada. Se había entretenido de más en la arbolada del bosque, perdiendo casi la noción del tiempo por contemplar la orquesta que los pájaros en las copas de los árboles ensayaban.

Una nota en la mesa principal de la sala captó su atención.

"Tomé el viaje en tren a Londres. No me esperes a la cena, espero disfrutes tu regalo.

PD: regresaré en 3 días.

Cuídate."

Bueno, al menos ayer habían disfrutado de su compañía mutuamente en las montañas contemplando las estrellas, esa noche las luciérnagas se abrían paso de la oscuridad.

Bailaron y rieron al son de su radio favorita transmitiendo canciones de Janis Joplin, y a la mañana se despidieron cada uno hacia su cuarto con un fuerte abrazo. Era tanta la alegría que había pasado con su tío que olvido que su cumpleaños había dado inicio, pero su mayor se lo recordó.

—Feliz cumpleaños mi pequeña luciérnaga.

Y eso, era suficiente. No necesitaba la presencia de su tío para saber que su cumpleaños existía, Todavía le dolía el estómago por la fuerza de las carcajadas gastadas con sus amigos, pero valía la pena. Dan y Tía eran los mejores, eso nunca podría contradecirlo. Y su tío bueno, hacía su esfuerzo por no defraudarla. 

Si, eso era suficiente. Intentaba convencerse cada día lo mismo.

—Pero esperaba que hicieras este día la excepción.  -murmuró mientras suspiraba. El trabajo de su tío quedaba muy lejos del pueblo, su profesión en Enseñanza de Arte y Simbolismo Histórico residía en la Universidad de la ciudad.

Tomó un bollo de crema de la heladera, decorados con sus iniciales en la punta. Sonrió.

El resto del día pasó más rápido de lo que ella esperaba. Eran las siete cuando la luna empezó a verse y el sol a ocultarse.

Tenía una manta en sus hombros protegiéndola de las ráfagas de viento que cruzaban desde la Laguna que cruzaba su casa, hasta las altas montañas de Birdwhistle.

Contemplaba las estrellas en su esplendor, admirando el escenario que le daban.

—Feliz cumpleaños, Murcia.

Se mentalizó en que solo era pasajero. Quizá era algo que debía de vivir para crecer y madurar. Su tío no estaría todo el tiempo a su disposición, dándole el mismo trato que de niña, y no siempre estaría interesada en salir con sus amigos. Debía de aprender a adaptarse a la vida, y no importaba qué tan pequeños fueran los detalles que cambiarán, ella aceptaría su progreso. 

Con un último suspiro al vació frío de la noche, se levantó de la colina y caminó hasta la casa. Llegaba a su cuarto para cambiarse cuando se cruzó con el Espejo del pasillo.

Se detuvo a observarse.


Adoraba su cabello, rizos oscuros como alas de cuervo. 

Herencia de su Padre. De su Madre había robado los ojos Ámbar y piel canela.

Pero lo que siempre tendría su eterna atención sería la cicatriz que cruzaba su rostro.


Iniciaba desde el surco de las cejas, y terminaba debajo de su pómulo izquierdo. 


Era horrenda. Con los años probó muchas alternativas para deshacerse de ella, incluso llegando a pensar en una Cirugía estética–La cual su tío no apoyaba–. Pero nunca se iba. Se quedaba permanentemente en su piel recordándole su procedencia.


Cada vez que veía la cicatriz sentía el vivo recuerdo del fuego quemando sus ojos, una aprensión en su pecho que nunca se iba. Que llegaba y se sentaba a su lado, atormentándola en agonía. Se ahogaba en el calor de su enojo, pero la sensación terminaba en poco tiempo.  

No se daba cuenta de que sus puños ardían por la presión que ejercía al apretarlos, sus emociones empezaban a contrariarse y consumir aquel lado oscuro que tanto quería evitar.

Alejo su vista de su reflejo.  Decidió que era suficiente por esta noche. Ya había descargado bastantes emociones, ahora debía dormir.

Pero su mente no dejó de torturarla con emociones que la desgataban.

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⏰ Última actualización: Jan 25, 2022 ⏰

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