XVIII

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DIECIOCHO

Mirk Hokins

Me desperté con el cuerpo dormido de Aster entre los brazos. Sonreí. Se la veía tan tranquila, indefensa e inofensiva. Me reí en silencio recordando lo que pasó ayer, como acabó William en el suelo, inofensiva no era después de todo.

Me removí un poco, con cuidado de no despertarla y salí de la cama, alcancé mis zapatillas del suelo, agarré mi móvil y las llaves del despacho de mi padre, abrí la puerta, dirigí una última mirada a la chica que descansaba en la cama y me adentré en el pasillo.

Caminé hasta mi habitación con las zapatillas en la mano y el móvil en la otra, repitiendo una y otra vez las palabras de Aster en mi cabeza, lo bueno es que no me odia. Lo malo...¿todo lo demás?

Encendí el móvil para ver la hora y en vez de eso me di cuenta de que tenía varias llamadas perdidas de mi padre y más de 20 de Niko, aparte de mensajes.

Llegué y abrí la puerta justo cuando mi móvil comenzaba a sonar otra vez.

- ¿Dónde coño estabas? - preguntó el rizado con estrés mientras colgaba el teléfono.

Sonreí sin llegar a responder. Niko bufó rodando los ojos volviendo a tirarse sobre su cama aún deshecha.

- Bueno ya estoy aquí - dije sacándome la camiseta para darme una ducha.

- Ha venido tu padre - dijo Niko serio. Palidecí por unos segundos, pero enseguida me recompuse y seguí sacando ropa limpia del armario.

- No es mi padre - me quejé. No entiendo porque se empeñaban en llamarle así. - ¿Qué quería? - pregunté sin ganas.

- No lo sé, algo de unas llaves y que como no las encuentre la cagas - dijo él encogiéndose de hombros. Toqué el bolsillo del pantalón donde se encontraban las llaves.

Las cogí anoche por si me hacía falta tener que encerrar a cierta mocosa en su habitación, pero al parecer fue mejor idea dejarla salir.

- Pero venía muy cabreado, y más cuando no te ha visto aquí - avisó el chico de pelo rizado con cautela.

- Tenía cosas más importantes que atender en vez de quedarme aquí - dije y una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios volviendo a salir al pasillo para ir a las duchas, ignorando lo que mi amigo iba a decir.


Me duché deprisa y caminé hasta el despacho de mi padre, sin llamar siquiera abrí la puerta y entré colocando las llaves encima de la mesa. Me giré de nuevo hacia la puerta con intención de irme lo antes posible. Nunca me ha gustado este lugar, me trae malos recuerdos.

- ¿A dónde crees que vas? - preguntó Hokins bastante enfadado.

- A desayunar - dije y seguí andando sin parar.

- ¿Crees que puedes coger las llaves de las habitaciones de internado, pasar la noche en donde sea menos en tu cuarto y encima salir ileso para ir a desayunar? - preguntó irónico - Ni lo sueñes pequeño - terminó riendo.

Todo mi cuerpo se tenso al instante, deje de caminar, con la mano en el pomo de la puerta.

- No me llames así - dije sin titubear. Sabe cuanto odio los apodos y también lo poco que me agrada que él los use conmigo.

- Te llamaré como me dé la gana, no es como si te hubieras ganado ningún respeto - dijo él levantándose de su cómodo asiento tras la mesa. - Como he dicho, no creas que puedes seguir con tus jueguecitos, me da igual cuantas chicas te tires a diario, pero mis llaves no las coges para encerrarte en ninguna de las clases, habitaciones, baños... ya nos conocemos Mirk, así que yo que tú me haría caso, para algo soy tu padre ¿no?

Entre golpes y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora