Prólogo: bienvenitti i lis itilinis

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Bajo la mascarilla para dar un sorbo a mi café cuando de pronto me muero. Así tal cual, muerta. Muertísima.
Abro más los ojos para analizar a semejante dios que está fumando en una de las mesas de la terraza y me aseguro de no estar soñando, en resumen, bebo del café sacado del mismísimo infierno y al notar el ardor por mi garganta doy un leve grito. Bueno, leve, lo ha escuchado casi todo el campus. Pero podemos confirmar que no estoy soñando y que ese chico existe y no es fruto de mi imaginación. ¿El problema? Que toda su mesa me está mirando raro, y normal, una chica acaba de gritar por ningún motivo aparente.
Mi amiga me da un golpe en el brazo para que le preste atención y deje de acosar con la mirada al señorito de melenas largas y preciosos ojos oscuros.

- En ocasiones me avergüenzas, tienes ya una edad, compórtate - murmura molesta y yo blanqueo los ojos.

- Es que me acabo de enamorar - confieso aún con mis ojos clavados en los del chico que por algún motivo está retándome en ver quien aguanta más la mirada.

- Todos los días te enamoras de alguien - ríe y fija sus ojos en la misma dirección que los míos. - Ah, son los ERASMUS - dice tras dar con mi nuevo crush. - Creo que son los italianos o portugueses, no lo sé bien.

- Pues voy a darles la bienvenida.

Mi amiga intenta detenerme pero no logra conseguirlo. Con pasos decididos me planto frente a la mesa y sonriendo, aunque no se me ve por culpa de la mascarilla, decido ponerme hablar:

- Bienvenitti i lis itilinis - hago una reverencia y tras hacer tremendo ridículo decido volver a mi mesa mientras escucho la risa de la chica de fondo.

Mamá, ¿te gustan los italianos? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora