Eran cerca de las 5 (o 6) de la mañana, ese extraño horario en el que, quienes vuelven de festejar, ya presintiendo el calor de las cobijas que van a abrazar su borrachera, se cruzan con quienes concurren al yugo laboral, extrañando el calor de las cobijas que acaban de abandonar.
Pensando en la jornada de 10 horas de computadoras, teléfonos y papeles que habrían de arreciar sobre su ya precaria psiquis, el experimentado oficinista se dirigió, a paso aplomado, hacia la parada de colectivos, esa misma que estaba en la vereda opuesta a la verdulería de don Sergio.
No paso ni un minuto de su arribo que, proveniente del rincón mas oscuro de la derruida garita, un ruido sordo, dirigido al vacío mismo, termino de ensombrecerle el espíritu al recién llegado.
-Shhh...
*Movimientos*
-Shhh...
-...
-...
-...
-...
- gua
Hiroshima.
- ¡¿Dónde trabaja usted?!¡¿En el espacio, quizá?! - inquirió el hombre, con los nervios claramente desparramados.
El pequeño perro (de una raza distinta según por donde se le viera), se limitó al silencio, rematando con un gesto compuesto por una mirada un tanto triste y un dejo de decepción.
Su relación había nacido rota en mil pedazos, eso era evidente. La tensión, sin embargo, cedió al instante; el reto fulminante parecía surtir efecto.
Se empezó a percibir, de manera tenue, un ronroneante ruido de motor a la distancia. Ya podía verse, con creciente nitidez, el cartelito verde con números blancos que flanqueaba la inanimada cara de Marga, chofer del histórico 504, esa misma lata con ruedas que iba derecho al centro y pasaba, en la retirada, por el cementerio (aunque nunca demasiado cerca, por las dudas).
A pesar de la tregua momentánea, el cuadrúpedo se animó a proferir una ultima voz, un aullido, sabiendo, quizá, que seria su última oportunidad. Fue una expresión efímera, con final en fade.
El tipo respiro hondo. Detrás del colectivo se alzaba uno de esos soles que tienen sabor a mate y bizcochitos. Disfrutó, premonitoriamente, del cigarrillo que se iba a fumar antes (y por ahí también, después) de entrar al laburo. Miro al horizonte y dijo, sin ningún tipo de nada:
- Ya me cansé... hace mucho...
Resopló cortamente, con un leve movimiento de cabeza incluido.
-...Debería probar, camarada.
Y así, sin mas, se fue a cumplir su tarea.
Se colgó del colectivo en movimiento como si de un caballo salvaje se tratara; pagó la cuota correspondiente y se fue derechito a lo mas profundo, al asiento de siempre, espacio donde mas de una vez había mascullado sus sueños mas imposibles, o repasado esas canciones que mas extrañaba redescubrir.
Apenas el cacharro se hubo sumergido completamente en las calles mal asfaltadas del barrio Independencia, el cusco miró en rededor; tomó aire y se levantó, lentamente, disfrutando cada instante, como si fuese la mas tranquila de las últimas veces posibles. Se quedo ahí, pensando en todo lo que para el era un todo, eterno, sin pretender ya nada. Su única oportunidad se había desvanecido como ondas en el agua; perfectas, silenciosas y cristalinas.
Lo sabia, pero ya no le importaba.
Así, rato mas tarde, y tras un numero de trámites necesariamente engorrosos, el perro prosiguió a tomar el cohete mas próximo (en espacio y tiempo), que lo dejaría, según lo planeado, en Plutón, previo paso por Marte.