CAPÍTULO 67. BEGONIA

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La rabia e incredulidad que sentía adueñarse de su cuerpo por poco provoca que dejara al descubierto su mezquindad y el tremendo odio que sentía por el Líder Jiang. Nunca pensó que su relación fuera tan seria a tal punto de realizar algo tan atrevido y nada habitual. Necesitaba ordenar sus pensamientos, reorganizar sus sentimientos y sobre todo controlar su reacción, a pesar de querer destruir todo lo que se encontrara a su paso.

Apretó los puños a la vez que sonreía atento. Sabía que le convenía mostrarse sorprendido e interesado para saber los pormenores del acontecimiento. Se acercó con más misivas. —¿De verdad? No imaginaba que su relación fuera así de estrecha.

—En realidad, no tendrías por qué saberlo. Ellos han sido muy discretos y si ahora han decidido dar a conocer lo que tienen debe ser por un buen motivo. Me alegra mucho que Xichen esté así de feliz, ¿a ti no? Sé que lo aprecias también.

Saber que el propio Nie Mingjue sabía desde antes todo lo que pasaba con ellos, le hizo sentirse traicionado. Se suponía que, al ser su mano derecha, conocía todo tipo de secretos e información. No comprendía porqué el Líder Nie se había guardado algo tan importante. Su enojo crecía cada vez más. Volvió a sonreír con ese toque habitual de amabilidad y asintió —Por supuesto que lo aprecio y me hace feliz que él lo sea... —tomó aire—. Entonces, ¿van a casarse?

Mientras Nie Mingjue guardaba la carta, negó, dándole una falsa esperanza a Meng Yao, pero esta se desvaneció tan pronto como llegó. —Ya están casados. Esta celebración es una mera formalidad para que las demás sectas conozcan su estatus. Aunque, según me dice en la carta, muy pocos serán invitados.

Para ese punto sentía que el aire se le había agotado y necesitaba con desesperación una profunda bocanada. No quería terminar desmayado o gritando de dolor mezclado con rabia —Líder... ¿me permites? Creo que necesitaré ver a los médicos porque no me siento bien desde ayer. Lo he estado postergando pero me parece que ya no es prudente.

—Como siempre, dejando de lado tu salud. Ve ahora y, si es necesario, descansa todo el día o lo que ellos te indiquen. Manda a uno de los sirvientes, por favor.

Meng Yao se despidió con una reverencia antes de salir. Al quedarse a solas, Nie Mingjue se llevó la mano al mentón y volvió a leer la carta. La última parte no era festiva como lo anterior, de hecho, era algo que lo inquietaba tremendamente: Lan Xichen sospechaba de Meng Yao y él, al estar en contacto diario con su subordinado, tenía que observarlo bien, sobre todo al darle a conocer la noticia. Tenía que admitirlo, Meng Yao había reaccionado bastante tranquilo, pero su repentino malestar era sospechoso, sobre todo porque no había mencionado nada anteriormente.

Le mortificaba mucho que él fuera el principal sospechoso de tan lamentable conducta. De todos modos tendría que averiguar mucho más para confirmar o desmentir toda clase de desconfianza. Él sabía muy bien lo inteligente y astuto que podría llegar a ser, conforme lo fue conociendo se había dado cuenta de las muchas cualidades que poseía y de las cuales podía usar a su favor y de la secta, por ejemplo, durante la Campaña creó varias estrategias muy eficaces para emboscar a los Wen, además de siempre mostrarse solícito con cualquier situación que requiriera su colaboración. Y a la vez esa inteligencia podía usarla para otro tipo de cometidos menos honorables, él mismo había sido testigo de su conducta: cuando reprendía a los sirvientes o entrenaba junto a los discípulos. Lo había dejado pasar porque a él mismo le gustaba la extrema disciplina en su secta pero pensándolo bien, había cierta malicia en algunas cosas que hacía.

Por supuesto nunca creyó que las personas fueran totalmente blancas o negras en sus comportamientos, sino que había una gran gama de matices, y eso pensaba de Meng Yao, pero quizá estaba siendo demasiado benévolo por la estima y confianza que le tenía, sin embargo, era tiempo de replantearse su lealtad.

UNA COLINA PÚRPURA TOCANDO EL CIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora