— Dame tres razones, tres, para no hacerlo.
Jimin sonríe divertido mientras ve al pelinegro sostener con fuerza su patineta y manteniendo la vista fija en la calle empinada en la que se encuentran caminando.
— Número uno— el pelirrosa alza el dedo pulgar meditando bien su elección de palabras. — Si alguien te ve, le contará a tu madre.
El pelinegro alza los hombros restando importancia a esa razón. — Número dos, hay demasiados autos aparcados, chocas con uno y ni vendiendo todas tus cosas podrás pagar los daños.
Sigue sin ser suficiente para el mayor y Jimin comienza a preocuparse por aquello.
— Y número tres, la más importante de todas...
Las cejas del mayor se alzan y una sonrisa cargada de malicia se forma en sus labios. Deja caer la patineta al suelo y sube un pie mientras se gana la mirada de advertencia del menor.
— Vas a matarte Yoongi.
— Oh mi dulce Dooly, de verdad que pocas cosas amo en este mundo y que te preocupes por mi es simplemente placentero.
Jimin deja pasar aquel comentario y frunce su ceño cuando nota que Yoongi ha comenzado a hacer rodar las pequeñas ruedas de su patineta.
— Pero tus razones son ridículas— señala el pelinegro con una sonrisa y se da vuelo por la calle empinada. Esquivando algunos autos y por supuesto a los transeúntes que inocentemente caminan con tranquilidad.
Jimin no puede creerlo, Yoongi lo ha hecho.
— Mierda— susurra sabiendo que todo eso puede terminar terriblemente mal. Y que por supuesto, los va a meter en problemas a ambos.
Sin embargo, incluso notando la inminente señal de riesgo, le parece tan valiente, estúpidamente valiente. Así que una vez más, logra ganarle esa pequeña parte de locura que comparte con el pelinegro, y se ríe.
Se pregunta entonces, por qué siempre termina por adorar las estupideces que se le ocurren a su mayor, no encuentra explicación alguna y aquello repentinamente le molesta.
Aprieta las correas de su mochila y mientras sostiene el suéter color esmeralda de Yoongi que nunca quiere usar, percibe su aroma, y le agrada. Maldita sea, le agrada.
Para cuando escucha un golpe y los gritos de la señora que vive en la esquina de la calle, sabe que debe correr a buscar a Yoongi antes de que se arme un lío. Uno más grande.
Bajar la empinada calle no le fue difícil, lo que sí fue una cosa complicada es no sentir aquel revoltijo en su estómago cuando vio al pelinegro tirado en el suelo con un raspón desde arriba de su ceja hasta el inicio de su mejilla.
— ¿Estás bien?— pregunta enseguida agachándose para verlo a los ojos. Yoongi suelta un jadeo pero rápidamente sonríe cuando nota la preocupación de Jimin. — Te lo dije— dice el menor en un susurro.
— Dooly, tienes unos ojos hermosos— la mano del mayor se dirige peligrosamente hasta la mejilla del menor quien frunce el ceño y siente la calidez de la piel ajena sobre la suya. — Y te estoy viendo doble lo cual creo que es por el golpe que me di, pero no me quejo, dos Jimin suena tentador.
El corazón de Jimin se acelera y no sabe exactamente por qué, supone que tiene que ver con esa mano sobre su rostro, aquellas palabras entonadas con una voz profunda y la expresión del pelinegro.
— ¡Voy a llamar a la policía!— la señora está molesta y tiene razones para estarlo, Jimin en cambio, siente que puede distraerla.
— Señora, lo siento tanto— dice con voz aguda, la misma que usa para chantajear a todos y que Yoongi conoce muy bien. — Le juro que no fue nuestra intención, no somos de aquí y no teníamos idea de que la calle era así de empinada.