El último baile

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Para todas aquellas personas que tenían su historia de amor,

 pero las estrellas le tenían pactado algo diferente



Mis pies corrían a gran velocidad sobre el pasto, mientras que algunas de sus afiladas hojas me causaban leves heridas en mis talones. El fuerte viento de enero revoloteaba a mi alrededor, cargando consigo fríos copos de nieve; aquella mezcla se enredaba y jugueteaba con las faldas de mi enagua, y con manos temblorosas intentaba de asizarme mejor la chaqueta.

Llegué a un pequeño claro y tuve que detenerme para tomar un poco del aire que me faltaba; sentía como mis pulmones me quemaban y mis piernas temblaban, no recordaba cuánto tiempo llevaba corriendo, aunque sabía que era mucho, y que pronto llegaría a mi destino. El paisaje era inexplicablemente hermoso, el claro tenía unas cuantas colinas dándole textura, mientras que otras de mucha mayor altura e imponencia se elevaban a lo largo, con sus puntas coronadas por la nieve.

Volví a llenar mis pulmones de aire, y sin pensarlo mucho, seguí corriendo... ocupaba llegar a aquel lugar; lo necesitaba. El paisaje se movía rápidamente a mi alrededor,  aún así podía notar como empezaba a tupirse más de árboles secos, los que hacía poco tiempo habían dejado ir sus hojas, para recibir con sus ramas vacías -pero fuertes- el crudo invierno del lugar.  Poco a poco la nieve empezó a intensificar su caída y el viento se abatió con mayor fiereza dándole alguna que otra dificultad a mi tarea, más no volviéndola imposible.

Pocos segundos después, divisé detrás de muchos árboles que aún conservaban sus hojas ya congeladas, el castillo -casi en ruinas- y la esperanza se apoderó de mí, un alivio recorrió mi cuerpo mientras que una sonrisa se colaba en mis labios que daban la sensación de llevar meses congelados.

La velocidad que llevaban mis piernas bajó, se convirtió en un suave trote, y luego en un caminar ansioso; con inquietud pasé los árboles congelados y me encontré con el lugar de frente.  Aunque muchas veces lo hubiera visto antes, nunca le había prestado la suficiente atención que su imponente estructura merecía.

El castillo era conformado por unas cuantas torrecillas y seis altas torres, completamente de piedra con ventanas y balcones, mientras que en la cara frontal de la edificación había empezado a crecer una larga enredadera, que por maravillares de la vida -aún estando en pleno invierno-  podría casi jurar, su verdor nunca desaparecía. Este castillo era considerado un mito entre los habitantes, tanto cercanos como lejanos, y con él se tejían muchas de las más conocidas leyendas.  Las más temibles historias de muertes de personas que habían ido en su búsqueda eran entrelazadas con la mentira; ya que, quién querría escuchar que alguien murió de hambre cuando... podrían decir que el Conde Drácula lo había atacado durante la noche de brujas conocida como la noche de Walpurgis.

En una de mis visitas anteriores,  había averiguado de algunos papeles encontrados en uno de sus amplios salones -posiblemente usado como estudio- que este castillo había pertenecido a una elegante familia apellidada Knoblauch.  Lo dramático de esta historia es que esta familia de la nobleza había sido asesinada  casi en su totalidad en aquel bosque, luego de ser acusada de los crímenes más horrendos que pudieran existir.  El padre que había salvado su vida escapó a la soledad de su fortaleza luego de haber fingido su muerte y se refugió aquí; hasta que, como en el cuento que más perfecto parece, la muerte le llegó un día a su puerta demandando lo que le pertenecía y dándole fin a su vida de soledad. 

Ahora, en cambio, el lugar se encontraba atestado de fantasmas que le daban nueva vida, de una manera inusual.  Como una fiel servidumbre, pasaban limpiando y sacándole brillo a todo lo que se encontraba en su interior.

El último baileWhere stories live. Discover now