CAPÍTULO 17

335 39 2
                                    


「 . . . 」


 La luz que se colaba por las persianas a medio cerrar correspondientes a la ventana molestaron a Elizabeth, quien apenas recuperó la consciencia despertando sintió un fuerte dolor de cabeza, se cubrió con las cobijas negándose a levantarse.

Cuando se dio por vencida notando que no podría volver a dormir, se quitó las cobijas de encima de la cara manteniendo aun los ojos cerrados pues había intentado abrirlos y la luz le molestó a tal grado que tuvo que volver a cerrarlos. Desde la universidad no sentía una resaca como aquella, y en su mente solo estaba el pensamiento de que ojalá no hubiese hecho nada malo, fue entonces cuando las imágenes de la noche anterior llegaron a provocar que el dolor en sus sienes fuese más fuerte.

—Mierda... ¿Qué hice? — se preguntó en voz alta abriendo los ojos y llevándose una mano a la boca.

En su mente, tal como si fuese una película, recordaba tener los brazos entorno al cuello de Sebastian, manteniéndolo tan cerca cómo era posible, sintiendo su corazón palpitar contra su pecho, y sus labios... Dios... Esos labios que se habían amoldado a la perfección con los suyos. En ese momento tocó sus propios labios con la yema de los dedos simplemente en un roce fantasma, cerró los ojos recordando la lengua del canadiense contra la suya, adentrándose en su boca de una manera fiera, pero a la vez tan malditamente satisfactoria.

—No, Elizabeth, no puedes...

¿No puedes qué?, ¿Enamorarte?, ¿Reprimir sentimientos?, se dijo a sí misma antes de negar y sentarse en la cama rápidamente intentando alejar cualquier pensamiento, pero fue contraproducente pues sintió su estómago revolverse por lo que salió de la cama corriendo al baño de la habitación vomitando lo de la noche anterior, incluso esas mariposas que le habían hecho cosquillas en el estómago, ahora salían muertas junto con sus ilusiones de que lo sucedido pudiese ser algo más.

Una hora después la italiana se encontraba desayunando tan solo fruta y un vaso de jugo, por más que intentó que su estómago recibiera un poco más de comida, se había negado, eso solo confirmaba que en efecto hacía mucho tiempo no tenía una resaca así.

—¿Cómo estás? — escuchó la voz masculina desde la entrada de la cocina, su traicionera piel se erizo tan solo de escucharle. Carraspeó bajando las mangas de su playera para cubrir sus brazos.

—Bien, ¿Y tú? — cuestionó sin levantar la mirada. Sebastian notó eso y sintió un deje de decepción pues se había levantado con la idea de preguntarle acerca de lo sucedido anoche, pero después de notar su distancia prefirió olvidarlo, justo como parecía ella lo había hecho.

—Bien, saldré a correr— anunció antes de tomar una botella de agua del refrigerador y salir sin decir más.

Elizabeth lo observó salir, portaba ropa deportiva. Cada vez se daba cuenta que cualquier tipo de atuendo le quedaba a la perfección, incluso esos pantalones deportivos y una sudadera normal.

—Maldita sea...— susurró echando hacia atrás la cabeza pensando en cómo todo había podido cambiar de un momento a otro.

/=/

Sebastian había perdido la cuenta de las vueltas que le había dado a la colonia, en su mente tan solo estaba Elizabeth y sus formas de confundirle. El rubio había despertado con una sonrisa inexplicable en el rostro, sus recuerdos eran claros y no habían dejado de pasar por su mente toda la mañana. Los labios entreabiertos de Elizabeth a centímetros de los suyos, su aliento llenándole e incitando a besarle.

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora