Corto: Oscuridad y Fuego

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Ercan caminaba por las desoladas tierras de Prípiat, cerca de Chernóbil. Las casas abandonadas, los árboles muertos, las distintas criaturitas mutadas, el aire impuro. El silencio de tumba. Todo en aquel lugar, derruido por la radiación, proporcionaba una paz y un deleite excitante, suficientemente fuerte como para calmarlo de forma significativa. Desde la traición de Charlotte y la intromisión de la consciencia de Rea, quedó despojado de sus cabales. Perdió el control, lo sabía. No sentía remordimiento por destruir la mitad de Salt Lake City, o de asesinar a sus habitantes, poseído por una risa endemoniada. Una vez que levantó aquel castillo amenazante en el rio de Olivos, empezó una sub-campaña en solitario. Visitó uno a uno los presidentes que tenía vigilados desde que los interceptó, despojándoles la vida de la forma más sádica y ordinaria posible, dibujando con la sangre de los difuntos la marca de la rosa atravesada por espinas; adoptó ese símbolo para extenderlo a lo largo y ancho del mundo. Quería que todos supieran sobre él, infundiendo miedo en aquellas personas inferiores. Aún así, ejércitos se movilizaron para atacar su fortaleza. Fueron cinco meses apoderados por la masacre de sus espinas. Simple y llanamente no podían pararlo, pero eso no significaba que los tenía dominados. Si asesinaba a uno, dos más se levantaban contra él, en un ciclo de constancia interminable, que le producía severos dolores de cabeza. Los humanos –se repetía- podrían tener el infierno en la puerta de sus casas y de todas formas lo enfrentarían. No podía subyugarlos a todos siendo solamente él, el Alto Mago Arcano y el Dragón, era casi imposible con tanta cantidad de hormigas pululando sin parar. Sabía que si seguía así, jamás encontraría la esencia de la Realidad, ni mucho menos domaría ese mundo. Necesitaba expandir su influencia, de la misma forma que las raíces de una rosa se ciernen en la tierra.
     Mientras unos caían, otros se levantaban.
     Sacó a Hygfen, su compañera en aquella soledad, que antes estaba plagada de vida. Si alguien llegase a desafiarlo, ella se encargaría de rebanarlos. Pero una simple espada poco podría hacer, cuando todo el mundo parecía unirse en su contra. Tenía que mantenerlos controlados, pero ¿Cómo?, no podía traer a sus seguidores de Tharatia nuevamente como lo había hecho antes. ¿Generar propios seguidores en la Tierra?, ya los tenía, algunos cultos empezaron a adorarlo como aquel que trae consigo el esperado fin. Pero no le servía gente sin poder –aunque les permitía vivir- más allá de que ellos podrían extender un poco más su influencia, obligarles a hacer actos en su nombre...
     No, eso no necesitaba. ¿Pero qué? ¿Qué podría servirle y ser igual de mortífero que sus secuaces?, no existía la magia en ese mundo, al menos, no de forma visible. Había armas de destrucción masiva, pero de nada le valía si las usaban contra él. No pudo evitar sacar un puro y encenderlo, frotándose las sienes cubiertas de aquel cabello azabache liso.
     Una serpiente, que podría haber tenido alas y cuernos en el pasado, se arrastró cerca suyo, mirándolo con esos ojos hipnotizadores, observándolo, estudiando sus movimientos antes de atacar. Bastó con chasquear los dedos para que se desintegrara. Otras, parecieron reptar a metros de él, asustadas. Los restos de donde estaba la primera serpiente formaban una especie de semicírculo curioso, lo suficiente para que Ercan le prestara atención. Fue casualidad. De hecho, parecía una broma. Aquel semicírculo le recordó a sus días en La Biblioteca, un lugar de Tharatia que, como Sabio, encontró cuando viajaba buscando el poder que le dio el nombre del que tanto se regocijaba. En ese lugar, obtuvo conocimiento más allá de la imaginación. Entre tantos libros, hubo uno que le produjo un miedo descomunal; "Fuego y Oscuridad", un manuscrito que relataba sobre los Infern, criaturas únicas que habitaban en las sombras de la tela de araña, perteneciente a las Realidades. A diferencia de los seres que compartían nombre y similitudes en las distintas dimensión, ellos eran uno solo. Un interminable imperio de depravación, devastación y odio, enemigos jurados de Rea y todas sus hermanas. Los Infern a lo largo de la eternidad, intentaron corromper las dimensiones de distintas formas. Sin ellos, la ansiedad o depresión no existiría en ninguna Realidad. Fuego y oscuridad era de lo único que estaban formados. Aunque en su tiempo le produjo espanto, ahora, después de desintegrar la serpiente, se sintió atraído.
     Los Infern en la Tierra influyeron desde el principio, atraídos por los humanos que poseían oscuridad en sus corazones. Ellos fueron los causantes de las guerras más grandes posible, dirigiendo con susurros enloquecedores a tiranos y dictadores nefastos. Cuando Ercan llegó a ese mundo, leyó un sinfín de autores para entender dónde podría estar aquello que más ansiaba. Al principio, le pareció fantasía creada por mentes brillantes, pero, muy en el fondo, ese pensamiento lo dirigía a los seres de fuego y oscuridad. De entre tantos, Lovecraft los puso en evidencia, dándoles nombres, rituales y descripciones no muy alejadas de lo que en realidad eran. Aplaudió extasiado, riendo a carcajadas con los ojos rojos, mirando el cielo gris que se cernía. Resolvió el dilema.
     O eso creía.
     La verdad era que podía invocar a un señor Infern. Pero ¿Después qué?, ellos odiaban la Realidad y todo lo relacionado con ella. Podría accidentalmente abrir una puerta para que entraran sin parar, destruyendo todo hasta la ceniza, arruinando su plan. Ni siquiera él podría detenerlos... o al menos, no solo. Era demasiado arriesgado. Podría consultarlo con sus dos compañeros, pero eso conllevaría sacarlos de sus laboriosas tareas. Cuando Ercan viajaba, Fortarasz cuidaba el castillo y Mitrehn seguía investigaciones en todo el mundo.
     Mientras reflexionaba si hacerlo o no, más serpientes se empezaron a unir en torno a Ercan. Un susurro lo interrumpió: di mi nombre, escuchó y suspiró sin mosquearse. La voz volvió a hablar: veo que te encuentras contra la espada y la pared, extraño ser. No eres de por aquí, como yo. Podríamos llegar a un acuerdo.
     El Realista entendió que ese sonido venía de las serpientes a su alrededor. No era coincidencia que al verlas, recordase sobre los Infern. Aquellos susurros fueron la prueba que necesitaba.
     —Muéstrate, quién quiera que seas —dijo, tomando el mango de su espada—. Si es conversar lo que deseas, preferiría hacerlo frente a algo que pudiera cortar. No estoy de humor para asesinar a un susurro.
     Las serpientes sisearon ante los rojos ojos de Ercan, su voz era calmada pero violenta. Ellas sabían que podrían ser un hermoso abrigo si lo deseaba, así como el susurro sabía que no era rival contra él.

Entre Alas y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora