Capítulo 1

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AXEL

   
   El choque de las gotas contra el frío cristal hacía que mi insomnio se alargara más de lo normal. Los rayos no cesaban y la tormenta continuaba, produciendo temor a cualquier habitante de las afueras de Belltown. Oh, cómo amaba vivir al lado de un bosque.

   Cogí la almohada de satén que reposaba en mi cabeza y la estrujé contra mis oídos buscando una esperanza de dejar de escuchar los martirizantes sonidos de lo que vendría a ser un diluvio universal. 

   Con la esperanza de conciliar el más mínimo sueño, un ruido hueco proveniente del huerto me despertó de mi sonambulismo porque sabía que no era producto de la llovizna. Abrí los ojos al punto de salirse de la órbita y salí de la cama, no le podía pasar nada al huerto. Padre estuvo cuidándolo a lo largo de todo el año y por unos meses de su ausencia no podía dejar que el cultivo se dañase, era muy importante para los dos. 

   Descalzo y con una delgada tela encima que se suponía que era un pijama, me levanté de un tirón y salí hacía el jardín, dejando la puerta medio abierta para poder entrar a la casa lo más rápido posible. Sentía como el granizo se fundía en mi espeso cabello negro y como mis terminaciones nerviosas se congelaban, por lo que me dirigí rápidamente hacia el cultivo.  

  Pálida, atemorizada y acurrucada, una chica se escondía entre las raíces de las lechugas y zanahorias, arrancándolas para mecer su hambre. Su cabello blanquecino se bañaba en el barro mientras su dueña me miraba fijamente a los ojos, con una expresión que no sabría clasificar. 

   —¿Quién eres? —pregunté con miedo y enfado—¿Y por qué estás aquí? ¿No tienes hogar? 

   Me siguió mirando fijamente hasta que agachó la mirada y negó con la cabeza. Quería saber de qué color eran sus ojos, por lo claros que parecían, pero la oscuridad se mecía ante los dos y apenas se veían las hojas de lechuga desparramadas en el suelo. 

   Me acerqué lentamente hacia ella y la levanté del suelo. Diría que lo hice para conservar los pocos cultivos que seguían vivos pero los vagabundos y huérfanos tocaban una fibra sensible en mi. La agarré con fuerza y con rapideza la metí dentro de la casa, cerrando la puerta al entrar. 

   La dejé parada en el portón mientras iba a buscar mantas y toallas para ambos, si no quería lidiar con una hipotermia, menos con dos. Volví en pocos segundos junto a una masa enorme de telas gruesas, las dejé en el sillón y le hice señas a la chica para que se acercase. Le di la más caliente, la que abuela nos regaló en navidad para protegernos de la ola de frío que se avecinaba,ya que la necesitaba más que yo.

    —¿No va a hablar? —le cuestioné mientras me envolvía con una manta roja y me sentaba en el sillón. 

    Me miró, ciñéndose la toalla a lo largo de su cuerpo cubierto por una fina capa de ropa, y preguntó con una voz suave: 

    —¿De qué?

   Quedé atónito. La encontré en mi huerto, destruyendo mi cosecha, sin ropa abrigada y, al parecer, ansiosa por comer. La cantidad de preguntas que abarcaban mi mente eran incontables, ¿y ella no tenía ni una? 

   —Podría hablarme, por ejemplo, de por qué estaba deambulando por las afueras a mitad de esta tormenta. O también de quién eres, de dónde eres, cómo se llam…

   —No tenía un hogar en donde resguardarme de la 
tormenta y lo demás no es de tu incumbencia —soltó con, para mi sorpresa, firmeza. Me miró fijamente de nuevo y, tosiendo,  se sentó en el sillón de al lado, frente a la chimenea. 

    Quería preguntarle sobre ella porque la curiosidad se apoderaba de mi mente pero sabía que no se iba a entregar a mis preguntas. De cierto modo me daba tristeza, no solo por el fatídico estado en el que se encontraba sino porque debería de estar en una mala situación familiar para acabar resguardada en un huerto ajeno por no poder estar en un hogar. Así que sin más, decidí ayudarla.

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⏰ Última actualización: Feb 06, 2022 ⏰

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