El perdón de la muerte a un cadaver sin culpa

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El medico antes de que salieras del quirófano ya nos había entregado las noticias. Todo estaba bien. Todo ocurrió como debió haber ocurrido. Los procedimientos se realizaron correctamente y dentro de poco saldrías de pabellón. Yo estaba en la salida de este ansioso de que todo terminara. Después de un rato que no recuerdo cuanto, saliste en una camilla arrastrada por dos enfermeros. Estabas cubierta con una sabana hasta los hombros, tal como te dejaba cada noche antes de irme a dormir. Tu rostro yacía en paz, como si estuvieses descansando. Como si no hubiese todo tu cuerpo luchado por permanecer viva. Fue un momento muy corto el que me permitieron verte, los enfermeros casi no se detuvieron al pasar a mi lado. Pero en ese fugaz encuentro, te vi y alcancé a tocar tu mano. En plena quietud sobre ásperas sabanas que no hacen justicia a la suavidad de tu juventud, helada como la nieve y tan blanca como papel en el que apenas se escribe una historia. Tus labios eran lo único colorido en aquel virgen bastidor. Y como una mancha al azar en una pintura abstracta, su color morado oscuro resaltaban la experiencia bajo tus ojos. Experiencia que una pequeña de 4 años no debería tener. Cuando solté tu mano, la seguí sintiendo. Mi propia mano se heló al sentir la tuya. Y de pronto, al dimensionar lo cerca que estuvo la vida de arrebatarte de mis brazos, mi cuerpo se heló. Mi alma se heló. Y una bola de miedo broto en mi corazón, llena de rabia, tristeza y dolor. Comenzó a desintegrarse poco a poco en mi cuerpo sin embargo al irse no podía evitar sentirla. Me largue a llorar y llore todas las lagrimas que nunca derrame frente a ti. Ibas a mejorar, la guerra ya la has ganado, sin embargo tu apariencia fría y moribunda fue como ver a la muerte frente a mis propios ojos. Algo moría en ti. Moría no tu vitalidad sino tu inocencia. Cada uno de tus poros revelaba tu pureza corrompida por la vida misma. ¿Por qué el corazón más noble es aquel roto por naturaleza? ¿y por que sanarlo significa apagar ese pequeño y fugaz destello infantil que todos tuvimos en nuestro amanecer? Mi único y más importante deber era cuidar el dulce eco de tu alma, esa risa que escuchaba todo quien se encontrase tu mirada. Sin embargo la vida quiso castigarte y te perdonó la muerte con un sobrio amanecer. Seguirás viviendo, sin embargo, vi con mis propios ojos como el alma de una niña se elevaba de tu cuerpo y sin culpa alguna, se despedía.

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