(4) Ercebeth

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La enfermedad

    En las afueras de la ciudad de Ilaria se encontraba el pequeño pueblo rural de Zimborja. Luego de la Conquista de Vinniepolis, muchos humanos comenzaron a reconstruirlo codo con codo para su propia subsistencia, cultivando los campos aledaños y vendiendo frutos en la feria de Zimborja. Los puestos de artesanías eran coloridos con diferentes tipos de atracciones para los visitantes. El cálido olor a los panes artesanales recién atraídos del horno, seducía el olfato de los glotones, mientras que diversos juegos como las hamacas, el trampolín o cabalgar en caballos, lo hacía con los niños; quienes caprichosos insistían a sus padres para disfrutar de ellos por un bajo precio. Ercebeth caminaba con los tacos de goma de sus muletas, acompañada de dos guarda- espaldas mezclados entre la plebe. Le encantaba la vida simple, el olor a frituras, las empalagosas manzanas fundidas en dulce, el parloteo junto al acumulamiento de gente.

     La brisa sacudía los banderines y un conjunto de globos atados a un gran ladrillo giraban sobre el azulado cielo cercano a Ilaria. La chica disfrutaba de un pequeño stand con payasos, le hacían gracia ese tipo de cosas. En un principio, sintió un picazón similar al de una hormiga; posteriormente calor, un calor que le hacia hervir la parte de sus rodillas en donde quisieron insertar en vano los cables de clitoraxz durante su pre-adolescencia. << ¡Malditos bichos! >> decía mientras se rascaba por encima de un abultado pantalón vacío. Notó que sus uñas se tiñeron de color sangre debido a las rascaduras: se había lastimado. Sus guardias hallándose en cierta lejanía, la pudieron observar con sigilo encontrándola colorada, mientras tosía abriendo y cerrando la boca al ahogarse. Únicamente atino a decir: "me siento mareada" antes de caer inconsciente sufriendo posteriormente un terrible espasmo. Había sido envenenada.

     La misma situación vivieron cada uno de los navegantes de las Tierras Desconocidas. Algunos enfermando hasta entrar en coma. Al enterarse Séptimo Hermano, ordenó que los llevasen a todos a la misma clínica para que fueran tratados por los mejores doctores y monjes Luxmata. Los profesionales de la salud, coincidieron en que era una enfermedad similar a la "oxicrónica"(1) que había azotado Maydabeth hacía varias décadas atrás, con la particularidad de no ser contagiosa por el tacto directo. No obstante, la extraña enfermedad se visibilizaba como unos pequeños puntos colocados en la terminación de las prótesis mecánicas, inflamando las venas como si fuesen los hilos de un tejido morado.

     Después de varias semanas de oscilar la vida de Ercebeth en el péndulo de la vida y la muerte, el Prefecto Vitalicio acompañado de su esposa, hija e hijo menor, fueron a visitarla. Lloraron de alegría al enterarse que la joven damisela había salido del coma. Tamara por su lado, era astuta al fingir cierta preocupación por Ercebeth y los marineros. Sin embargo, hubiese preferido mil veces de que la joven muriese de un ataque cardiaco, porque ya desde chica la veía con cierto recelo. No era simplemente por el sentimiento de asco y de repugnancia que le causaban sus deformidades, tampoco por la grave voz ni torpeza de Ercz; sino el mero hecho de verla como una amenaza debido a la sucesión del poder en Bismalia. Aunque Séptimo por todas las formas habidas y por haber había dejado públicamente que sus hijos serían postulados para sucederle; Tamara no quería ningún tipo de dolor de cabeza para su descendencia. Sin embargo, la parte más noble de su corazón, le decía que su asco por Ercebeth se debía solamente por celos. Séptimo cuando se emborrachaba le hablaba de Helen Kohl [madre de Ercebeth: quien tuvo mucha influencia en la vida sentimental del mandatario] y eso la fastidiaba. Pese a ello, a rasgos generales la consideraba un gusano, un monstruo, un ser híbrido, bastardo, extranjero e inferior. Una perfecta inútil nacida a manos del error de su libidinoso e ignorante padre durante tiempos oscuros de la guerra por La Conquista de Vinniepolis. Séptimo ignorando sus verdaderos pensamientos, la tomó temblando por la impotencia de la mano buscando fuerzas en ella; la fina dama, fingió dárselas: era muy buena artífice en el arte de la mentira.

     Luego de un largo rato, el líder armenita se vistió con un equipo de protección, anteojos y barbijo, ingresando al sector de cuarentena para ver a su primogénita. Ercebeth estaba raquítica. Sus bellos pómulos ahora estaban hundidos de forma cadavérica. El cabello desplomado sobre la cama y algunos de ellos se camuflaban con la blanca almohada. Tenía varias sondas y sueros colocados en su cuerpo que era puro piel y hueso. Séptimo la miró unos segundos con lástima. Sus ojos se inundaron de compasión con un dolor tan profundo e indescriptible que le desquebrajaba el corazón; sus amarillentos ojos se encontraron con los de ella. La tomó de la mano con su guante de látex: los delgados dedos temblaban como una hoja sacudida por el suspiro de la muerte. Tras dos pequeñas líneas en sus pómulos amarillentos, ella esbozaba una sonrisa desalineada.

– Padre... no llores.

– Ercebeth...– No le salían las palabras.

– Esta bien Padre... quiero vivir... pero sino ocurre, está bien. – Después de toser dos veces, continuó con su voz rasposa.

– Moriré feliz. Pude viajar, conocí gente buena. ¡Tuve amigos! ¡Rayos! ¡Qué egoísta soy! ¿Y Filrum? ¿El capitán? ¿El resto de los muchachos?

– Están, bien... no te preocupes. – Sollozó Séptimo.

– ¡Detente! ¡No llores! Puedo soportarlo.

Ambos se quebraron. El destacado armenita no podía hacer otra cosa... toda su gloria se reducía a la nada.


(1) Dicha enfermedad se expandía desde los miembros mecánicos generando varios tumores que terminaban con la vida del penitente. 


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El Collar de las Lágrimas. Libro II: El Legado de los InmortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora