El inicio del destino

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La fe del ser humano ha sido atacado por diversas fuentes de nuestro universo, luchando por mantenerse equilibrado y protegido por la diversidad de males que pueden exterminarlos y dejarlos en las fauces de la oscuridad. Si embargo, a lo largo de los años de nuestra era, existían deidades responsables de lo que acontecía  todo nuestro alrededor, el nacimientos de seres vivos, la presencia de la flora en nuestros suelos, los alimentos, nuestra paz y todo lo que nos hacía sobrevivir en nuestro planeta. 

Siempre la fe era los que los hacía fuertes y nos mantenía cerca de ellos, eran los que mantenían la oscuridad fuera de todos nuestros pueblos existentes. Pero, cómo todo momento de nuestra historia el mal siempre llegaba arrasando todo lo que teníamos: la felicidad y esperanza. Haciendo que en cierto punto nuestro destino dependiera totalmente de nuestras batallas y la sangre inocente que se derrama a nuestros pies.

Pero en otro punto siempre había una pizca de luz que al final de todos, se convertía en una inmensa y que nuestra gente siempre lo veía cómo un gran milagro de nuestros dioses de la creación: Ometecuhtli y Omecihuatl. Cuándo los fieles estaban en medio de la tristeza y sufrimiento, las deidades de la fertilidad mandaron a sus hijos a sacarlos de las tinieblas en las que estaban pasando. Responsables en salir victoriosos  en sus guerras, llenarlos de conocimiento, a que la sequía no los mataré y que las cosechas les ayudarán a no pasar hambrunas. 

Para eliminar los males y protegerlos de los hombres sedientos de poder, había un dios que era bastante venerado por más fieles en las antiguas poblaciones. Era fuerte y poderoso, siempre manteniendo una sonrisa en su rostro, dejando a los mortales la esperanza de nunca sufrir nunca más. Aquél dios de coloridas plumas en el, aquella cola de serpiente de bellas escamas bañadas con los rayos del Sol, dónde sus ojos azules celestes daban vida a toda la flora y fauna. Muchos pueblos creían con todo su ser, era su seguridad que por mucho tiempo habían estado buscando, era el único que había negado la realización de sacrificios para su agradecimiento, era el que era más cercano a su pueblo, sin importarle qué pudiera alguien tentarle contra su vida. Era invencible. Era intocable.

Pero siempre había un fin para todo.

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1500 A.C.

Las lluvias ya habían sido mandados por Tláloc  llegando a las tierras del pueblo de Tenochtitlan, era una buena época para que las cosechas pudieran dar frutos. Todo parecía estar inundado con el sonido de la lluvia y de la fauna a su alrededor, pero en sus calles de la ciudad, había gritos de una mujer, sus pasos resonaban en los charcos de agua que yacían en sus suelos.  Parecía estar completamente desesperada, siguió corriendo hasta llegar al templo del dios de la serpientes emplumada Quetzalcóatl, aunque sus piernas estaban por flaquear, aquella mujer no dejaba de correr por las inmensas escaleras del templo.

-¡¿Quién viene?!- gritó uno de los soldados que resguardaba la puerta principal.

-¡Necesito a mi señor!¡Es la sacerdotisa del templo del sur!¡Tiene que ir de inmediato mi señor!

-¡Nuestro señor no esta dispuesto para ir a un asunto cualquiera de una sacerdotisa!

-¡Pero es urgente!- dijo aquella mujer dejándose caer a los pies del soldado- ¡Se lo pido, llamé a mi señor!

-¡Mujer ya te lo dije! ¡Qué...!- el soldado no pudo terminar sus palabras cuándo fue interrumpido por el sonido de fuertes pasos acompañados con un fuerte siseo. El soldado rápidamente se hizo a un lado de la puerta sin decir ni una palabra más. La mujer como pudo hizo una reverencia en el suelo húmedo para mostrar respeto, pero una mano fuerte se colocó frente de ella. Con aquella inmensa sonrisa la invitó a levantarse.

Estrellas del Paraíso (BHNA xTú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora