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Ya sabía que hablaban de él. 

Ya sabía que las miradas de preocupación eran dirigidas para él. Ya lo sabía y aún así se sentía culpable. HanGuang-Jun estaba parado en la puerta del Hanshi, escuchando con seriedad -diferente a la habitual- a la pareja de líderes ya arreglados y presentables, nada que ver de lo que fue testigo en la madrugada. 

Se escondió entre las sábanas blancas, no quería seguir mirando a los mayores. La culpa lo carcomía y las ganas de arrancarse la cabeza para terminar con sus problemas se le hacía una solución viable. 

—¿Por qué están enojados?

Tan suave, un susurro que, sino viniera de su propia boca, entonces tal vez jamás lo hubiera escuchado. El niño parecía igual de asustado y temeroso, como si hubiera realizado una travesura y ahora se viera preso de los castigos. Claro que la realidad no estaba demasiado lejos. 

—No están enojados— Y aún con todo el sufrimiento, con todo el dolor que Yuan le causaba dentro de él, no podía dejarlo solo, literalmente. Sentía esa necesidad de no dejarlo sufrir porque al final, era un niño. Tal vez—. Solo están preocupados.

—¿Por qué?

¿Por qué? Bueno, había un listado tremendo que podía darle a Yuan en aquella situación pero dudaba que las tomara en serio. No sabía si fingía todo eso, si realmente el ser metido en su interior era un niño o un espíritu perverso que buscaba alimentarse de él. Pero, si de esa forma fuera, entonces tal vez las cosas serían distintas. Tal vez consumiría su núcleo dorado hasta cerrarle los meridianos, dejándolo ser solo un humano más. Podría comerse su alma, beber su sangre, aplastar su corazón hasta volverlo polvo y dejarlo caer entre sus dedos, como un monto de arena. Podría consumirlo en la oscuridad hasta volverlo maligno. Ser un cadáver viviente.

Y, hablando de ello, no tenía ni la menor idea de dónde había quedado Wen Ning. Su último recuerdo juntos era estar en la cabaña, sonreírse antes de que cada uno se fuera directo a su habitación. ¿Qué había sido de él? No lo sabía, solo podía pedirle a los dioses que se encontrara bien. Tal vez y ya estaba en su cabaña, en esa que habitaba lejos de la entrada de los Recesos de las Nubes.

Antes de contestar, una mano se posó sobre su hombro aún bajo las mantas. Su cabeza fue descubierta y los dorados ojos de WangJi lo analizaron. Buscaba algo, algo que nunca encontró porque a sus ojos seguía siendo el mismo SiZhui, el mismo niño que creció hasta volverse lo que era. Bajo su túnica, escondido entre sus piernas, riendo para él. Siendo la cordura que lo anclaba a una realidad a la que se había resignado a vivir sin su marido. Era el amor creado de ellos dos. Lo único que le había dejado más de trece años atrás. Seguía siendo ese niño, su niño. Su hijo. 

—HanGuang-Jun.

—¿Tienes hambre?

Mordió con fuerza su mejilla interna. Pudo mirar sobre el hombro de su mayor a los dos líderes, observándolo con cierta distancia, analizándolo. Lo sabían. Y querían hacérselo saber a Lan WangJi, casi imposible porque el menor de los jades no quería saber. 

Asintió con la cabeza y se vio obligado a caminar detrás de él, mirando sus túnicas por detrás bailar al compás del viento frío. La voz dentro de su cabeza era un tormento, hablar y hablar, pregunta tras pregunta que jamás respondería porque no sabría cómo responderlas. 

Cuando el primer bocado del arroz entró a su boca fue como sentir el paraíso, tenía tanta hambre que no lo podía ni imaginar. Comió como nunca antes lo había hecho, repitiendo tres veces los platillos sobre su mesa. Mientras no pasara de ese número estaba bien, lo sabía, así marcaban las reglas. Bocado tras bocado, bebida tras bebida, plato tras plato. Lan QiRen no creía lo que veía, en algún momento sus palillos fueron dejados a un lado para mirar incrédulo como SiZhui elevaba el cuenco bebiendo la sopa.

Y aún después de terminar, con una de sus sonrisas amables, se despidió alegando que debía darse un baño y cambiar sus túnicas.

¡Já! pero que gran mentira. 

Tenía hambre, de carne. La única comida que no servían en los recesos de las nubes. Se le hacía agua la boca de pensar en enterrar sus dientes en un pedazo de carne -la que sea-, sentir lo blando de la piel y el sabor metálico de la sangre al resbalarse de su boca. Sorber con fuerza para que la sangre no se desperdiciara. Arrancar el pedazo con los dientes, escuchar la carne desgarrarse entre sus manos. Escupir y chupar los huesos, dejarlos limpios. 

Es cierto que preparó el agua, que buscó túnicas blancas y frescas. Es cierto que soltó su cabello y dejó la cinta de su frente en la mesa donde descansaban sus demás cosas. Cierto que se quedó únicamente con sus túnicas interiores, solo esperando a caminar detrás del biombo y meterse al agua. Pero no lo hizo.

El canto de unos pájaros fuera, revoloteando en uno de los grandes sauces lo tenían peleando por su cordura. Una parte aferrándose al suelo, queriendo clavarse a la madera y rechazar la idea que se le enredaba en la cabeza. Otra deseando lanzarse por la ventana, trepar al árbol y destripar el pájaro.

—Pero tengo hambre.

—Acabamos de comer hace unos minutos.

—Pero quiero carne. La comida era horrorosa.

—La comida no debe despreciarse. 

—Pero me la comí completa, ¡merezco un postre!

—Un postre debe ser algo dulce, ¡no un animal vivo!

—¡Déjame ir!

—Deja de gritar, nos van a escuchar.

El suave toque en la puerta le puso los pelos de punta. Eran tan simples, livianos y decentes que de antemano ya sabía quién tocaba. El pavor le dominó el cuerpo, estando parado de esa manera, luchando consigo mismo que, relativamente, no era él mismo. Las consecuencias le aterraban.

—SiZhui.

La voz de QiRen se elevó sobre su recinto. Como un eco sin respuesta, rebotando su nombre como un ciclo sin fin dentro de su cabeza. A lo lejos los pájaros seguían cantando, bailando al compás del viento, jugando entre las ramas caídas de los árboles, entre las hojas verdes. Todo en silencio por dentro y una catástrofe sin miramientos, sin abandonarlo un segundo.

—¿Quién es?

Un susurro, suave. Cauteloso. Temiendo por el desconocido tras la puerta, en definitiva un niño.

—Es el maestro QiRen, tío de HanGuang-Jun y ZeWu-Jun.

—SiZhui— Volvió a llamar. 

—¿Es nuestro abuelo?

Apretó los labios confundido. No había una respuesta clara, si bien Lan QiRen era su tío abuelo político, jamás le había llamado de aquella forma, para él siempre sería su profesor. Así lo había tratado desde pequeño, no había nada más allá que eso. 

—Políticamente, sí, tal vez.

—¡Hay que saludar!

Porque en la mentalidad de un niño la palabra 'políticamente' no significaba nada. El 'sí', sin embargo, se llevó toda la atención ignorando con soberbia el 'tal vez' de la misma oración. 

Abrió la puerta de golpe, mirando a la cara del mayor sin pudor y es que no era él. Si Lan QiRen había escuchado la conversación hace unos segundos atrás, entonces jugó al desentendido. 

Pero ya bien sabía, aún sin tener el control de su cuerpo, que su tío abuelo político no era tonto. Para nada. Y de todo corazón, esperaba tener su ayuda antes que su rechazo.




AlexG.

Tu-tu-tu-tú [MDZS].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora