En un día lluvioso, frente a la catedral de Tarragona, mi familia y yo decidimosbuscar un nuevo hogar en esa zona, ya que queríamos mudarnos. Ese mismo día,contactamos con el dueño de un edificio que vimos con varios pisos en venta y noscitó a las 19:30. La hora de la cita me parecía bastante tarde, pero igualmenteacudimos. Al llegar a ese lugar, me pareció estrambótico. Era muy oscuro y húmedo.
- ¡Hola! ¿Son ustedes la familia Rodríguez?
- Sí, estamos citados para ver el piso 24 ⎯⎯dijo mi padre.
- Vale, pues antes de todo les tendré que informar de nuestras normas másestrictas⎯⎯ afirmó con voz rotunda el señor Fernández, el dueño del edificio.
- Los pasillos tienen que estar impolutos. Empezó a recitar.Las normas eran infinitas pero...
- Y por último, pero no menos importante, está extremadamente prohibidosubir al piso "33".Intenté buscar una respuesta lógica a esa norma, pero la verdad es que no habíaninguna. Entramos al piso, era antiguo, pero modernizado, aún conservaba los altostechos.
Las vistas a la catedral fueron lo que más me gustó, así que nos quedamos elpiso. Y dos días después, ya teníamos nuestras esperadas llaves de la vivienda.
- ¿Hola, eres la nueva?--dijo un chico que sin más, salió de la nada al rellano.
- Sí, me acabo de mudar con mi familia, vivimos en el piso 24.
Una pregunta...- ¿Si?- ¿Qué pasa en el piso 33?Cuando le pregunté, la cara le cambió completamente, entonces ahí fue cuando me dicuenta de que algo grave estaba pasando en ese edificio. Decidí no contarles a mispadres que estaba preocupada, ya que les gustaba ese sitio y se sentían a gusto.- Mmmmm... Es que... Bueno... Respondió tímidamente.
-, Ya que eres nueva es necesario que lo sepas--comentó el chico. Hay unaleyenda sobre ese piso. Se dice que allí vive un niño que quedó atrapado trasquemar su casa. Cuentan que estaba loco, sus padres le dejaron ahíabandonado. Una vez, el señor Fernández, subió, cuando bajó ya no era elmismo. Desde ese momento está prohibido subir y hablar de ello. Espero quete haya servido de algo...
En esos instantes mi cabeza iba a explotar, no entendía nada. Yo nunca había creídoen los fantasmas, ni espíritus malignos. Tras días sin poder quitarme de la cabeza esahistoria, la intriga me llevó hasta el ascensor. Me detuve un momento y una parte demí me decía que subiera, que tenía que hacerlo. Mientras iba subiendo mi corazón seaceleró y empecé a sentir algo que nunca pensé que sentiría, un gran miedo. Unescalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando el ascensor marcaba el 32. Pero derepente, se paró y se abrió la puerta.
- ¿El ascensor no llega al 33? Me pregunté.Salí del ascensor, al encontrar las escaleras, solo subí un par de escalones y unintenso calor, me detuvo. Oí unos pasos que bajaban hacia mí, no podía creer lo queestaba pasando. Cuando creí que era fruto de mi imaginación, lo vi. Vi a un niñomirándome fijamente, con la mirada ensangrentada, su cara estaba ennegrecida.Empezó a bajar en dirección hacia mí, y yo hui cayéndome por las escaleras. Cuandome levanté, un anciano frente a mí me dijo:
- ¿Lo ha visto?
- ¿Qué está pasando aquí? Entonces, ¿la historia es real?-- pregunté, pues nome lo podía creer. Aterrada y sin responderle, me marché.¿Quién es ese señor? También lo vio. En ese momento tuve claro que no eranimaginaciones mías, que aquí está pasando algo. Sin poder dormir, obsesionada con el tema, empecé a buscar respuestas. En internetsolo vi una breve noticia de hace más de cincuenta años sobre un incendio en esteedificio, en el que murió una familia en el temido piso 33. Decidí ir a la biblioteca abuscar más información. Pasé infinitas tardes en la hemeroteca revisando diferentesperiódicos de la época sin encontrar nada. Y cuando ya estaba a punto de tirar latoalla, una voz me susurró: