Prólogo

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Mi corazón desbocado latía al ritmo de mis pies cada vez que tocaban la tierra. Había perdido una zapatilla en medio de mi escapatoria, nada importaba. Lo único que me importaba era escapar junto con mi hermana, o al menos que ella escape.

No tuve mucho tiempo de pensar las cosas, era mi vida o la suya, y obviamente preferí salvar la suya antes que la mía. Tomé por otro camino y grité, tan fuerte que pude sentir cómo una de mis cuerdas vocales se quebraba, lo que sea que estuviera detrás de nosotras, debía perseguirme a mí. Por nada en el mundo dejaría que alguien la atrape a ella.

Rompí ramas a propósito para dejar un claro camino, también para despejarlo para que les sea más fácil perseguirme. Me arriesgué a comenzar a ascender por una montaña, sabía que si me caía y moría ya no valdría la pena ir por mí, comenzarían a cazarla a ella. Pero por el otro lado, cuanto más a la vista estaba, más fácil era que me vean y vengan por mí.

Me metí en un recoveco que la naturaleza había tallado en la montaña. Sabía que me habían visto y me estaban dando caza, sólo debía darle más tiempo. Me pegué en la pared, sintiendo la fría y húmeda roca en mis palmas y mi espalda, sintiendo el aire gélido entrar por mi garganta adolorida. Traté de tranquilizar mi respiración, sabía que era inútil, de todas formas, iban a entrar a la cueva y no tendría dónde esconderme, pero había una pequeña esperanza enterrada en mi corazón de que les diera miedo entrar allí.

Cuando estuve por despegarme de la roca e ir hacia sus profundidades, una flecha alcanzó mi corazón. No intenté sacarla, mi sorpresa o lo que sentí en ese momento fue más grande que mi instinto de sobrevivir. Jamás me había permitido experimentar aquel veneno y dolor que atravesaba mi pecho ahora; el veneno del asco que se convertía en odio. Mi final ya estaba establecido, estaba condenada a morir en esa cueva, a saber, que mi hermana sobreviviría y yo no. Me había arriesgado tanto por salvarla hoy, que no me había dado cuenta hasta ahora que ella me había dejado morir.

Miré hacia la oscuridad, odiándola, odiándolos, odiándome. Prefería ver la negrura antes que verle el rostro a los cazadores. Pero más que la oscuridad, vi dos ojos blancos al final. Sentí unos dedos robustos y ásperos envolver mi cuerpo, mi piel agrietarse y el aire de mis pulmones consumirse.

Fue ese día en el que mi muerte se hizo leyenda. 

Plenilunio: Luna del CazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora