Desde muy pequeña, Egia había comenzado a tener frecuentes sueños acerca de un lugar misterioso; un bosque rodeado de frondosa vegetación que se repetía una y otra vez en sus sueños y que a lo largo de los años la iba obsesionando un poco más cada vez. En repetidas ocasiones cuestionó a su madre Ginna por esto, pero la mujer tan solo negaba conocerlo o simplemente cambiaba de tema.
Cuando Egia cumplió trece años, tuvo una cosa clara: odiaba la palabra 'no'. Continuamente se encontraba preguntándose acerca de aquella palabra. ¿Quién la inventó? ¿Por qué esa y no otra? ¿Quién dictó que no, signifique no? A su parecer, le parecía una palabra detestable, demasiado corta para toda la negatividad que con ella traía. Sobre todo, bastante detestable cuando era dedicada a ella.
Amaba a su madre como a nadie en el mundo, pero... ¿No podía darle el único capricho que le pedía? Egia no solía ser alguien demasiado exigente. Se consideraba alguien independiente y madura, por eso es por lo que le costaba tanto entender la negativa firme por parte de su madre, de al menos intentar ayudarla a dar con el paradero de aquel misterioso lugar.
Pese a aquello, no se dio por vencida. Siguió investigando por su cuenta, se adentró en el estudio de la mitología creyendo que tal vez ahí tendría alguna respuesta en claro, pero sus intentos siguieron siendo en vano. El único aliado con quien de verdad sentía que podía contar era con su vecino y amigo ruso, Vladislav, o como a ella le gustaba llamarle: Slava.
Durante años, ambos jóvenes estudiaron juntos y a fondo el desconocido mundo de la mitología, por internet, viendo películas, empapándose de historias o acudiendo a visitas en exposiciones de arte.
Con una sonrisa en sus labios pensó en el pasado 20 de febrero, cuando navegando por internet en busca de curiosidades, se topó con unas imágenes que la dejaron anonadada y con un ferviente e inexplicable deseo de transportarse a aquel mágico lugar: La Isla de Aiskrtal, al suroeste de Escandinavia. El enamoramiento fue inmediato. Las calles y las casas contenían aquel estilo medio que tan perdido estaba en pleno siglo XXI. Los canales de fantasía con las góndolas esperando a que los turistas y los propios habitantes del lugar montaran y así iniciar el pequeño e inolvidable recorrido por las tranquilas y frías aguas... ¡Qué decir de los cisnes del lago! Simplemente algo de ensueño.
Apartando la belleza física estaba su historia, la historia de aquel lugar; La Isla Aiskrtal. Desde muy niña a Egia le fascinaba leer, conocer y aprender más. No es que se le considere como una nerd, pero sí sentía curiosidad ante cada cosa que pasaba ante sus ojos.
Abriendo los ojos se quedó mirando el blanco techo de su habitación por unos minutos antes de levantarse con cierta pereza e ir hacia su armario de donde tomó una chaqueta en color amarillo pálido y sus vans del mismo color, las cuales llevó en su mano hasta la planta baja de la casa, donde se las colocó en la entrada. Comprobó una última vez que tuviera consigo su teléfono móvil y efectivo y abrió la puerta de entrada.
Cuando cumplió la mayoría de edad, había decidido independizarse de la casa de su madre, pues ésta se había casado con Philippe y ahora esperaban su primer hijo juntos, por lo que darles ese espacio les vendría bien.
Caminando calle abajo se dirigió hacia la parada de autobús más cercana y cuando el viajo autobús por fin llegaba, vio acercarse corriendo a Slava, que llegaba tarde. Riendo por lo colorado que se le veía, negó con la cabeza.
-Slava, ¿algún día llegarás a tiempo?- Cuestionó colocando los ojos en blanco y subió al bus, seguida por el joven. Tras haber pasado su tarjeta del bus por el lector dos veces, se fue hasta el final del vehículo donde tomó asiento junto a la ventana, apoyando la cabeza en el hombro de su amigo cuando éste tomó asiento a su lado. Apenas unos segundos más tarde, sintió como los dedos de Slava, se enredaban entre sus castaños cabellos, por lo que cerró los ojos dejándose llevar un poco por las caricias recibidas.
- Se acerca tu cumpleaños y aún no me has dicho o que quieres. A este paso te quedas sin regalo- Amenazó el chico a modo de broma y Egia le hizo una graciosa mueca.
-No vas a dejarme sin regalo, ambos sabemos eso- Murmuró en un tono burlón y colocándose recta en su asiento, giró para mirarlo y hablarle con mayor seriedad. Aunque antes de eso, arrugó su nariz, indicativo de que iba a hablar de algo que la molestaba.
-Al parecer, de repente y según mi madre, lo que pedí es un viaje demasiado largo. No me quieren tan lejos, ni siquiera quieren ceder si voy con un guía turístico. Es tan injusto. Me esforcé mucho esta vez para conseguir lo que quería, me siento estafada-
Susurró aquello y se cruzó de brazos, suspirando con cierta frustración cuando sentía que las ganas de llorar volvían de nuevo. ¡Detestaba las malditas hormonas!
Slava solo pasó un brazo por sus hombros abrazándola a modo de confort. Minutos más tarde llegaron a la estación de autobuses que los dejaba en el centro de la ciudad. Sonriendo se levantó y juntos en un cómodo silencio se dirigieron a una cafetería que solían frecuentar al salir de clases. Allí se pidieron un par de chocolates calientes y un par de rebanadas de pastel de cereza.
Así que allí se encontraban ahora, sentados uno al frente del otro disfrutando de aquella deliciosa comida, y la muchacha sonrió al fijar su mirada en un distraído Slava. Personalmente, siempre se había considerado como una persona difícil de llevar. No le era fácil encontrar a personas con las que congeniar, y lo había intentado... Mucho. Cuando había aceptado que era una de esas personas que están destinadas a ser solitarias, apareció él, unos cinco años atrás, y ahora no podía imaginarse una vida sin él.
Terminando de comer se llevó las manos a su barriga llena e hizo una mueca.
-Hace un calor infernal, ahora mismo podría estar demasiado feliz nadando en las aguas heladas de la isla- Dijo aquello con añoranza, a lo que el muchacho solo rio con ganas. Sin duda, era una pesada con el tema, pero a su amigo le daba demasiada ternura aquel caprichoso viaje que anhelaba.
Instantes después Slava deslizó sobre la mesa algún papel impreso, y ante la duda de Egia le hizo un gesto con la cabeza para que se fijara en lo que era.
-Quería esperar a tu cumpleaños pero eres una mocosa insoportable- Aunque sus palabras fueron un poco duras, fueron dichas en un tono cariñoso. Egea con los ojos abiertos, no podía asimilar del todo aquel regalo. Billetes para la tan anhelada isla, ¡su isla!
-Dios mío, Vladislav. ¡Es el mejor regalo que jamás he recib...!- La frase que había comenzado a decir quedó a medias y en cambio fue sustituido por una secuencia de gritos horrorizados. Al mismo tiempo que aquello sucedía, el cielo pareció abrirse en dos, y un destello demasiado blanco, demasiado cegador, cubrió la ciudad. A su paso, las alarmas de los autos y locales cercanos comenzaron a sonar, cuando los cristales de todos éstos estallaron sin control, así como también, los de la cafetería en que se hallaban.
¡VLAD! -Gritó tratando de hacerse notar por sobre el caos, y saliendo de su asiento se abalanzó sobre su amigo, tratando de evitar que éste se lastimara. Se preparó para el impacto que sufrirían contra el suelo, más el golpe jamás llegó. Por el contrario, se sentía como si estuvieran cayendo al vacío, un gran y absoluto vacío, negro como la noche misma.
Disclaimer: Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.
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Un viaje al pasado
RomanceEgia Dashwood, una joven obsesionada con la imagen que durante años a perturbado sus sueños, arrastra en esta aventura a su vecino y amigo, Vladislav, quien no duda en animarla en su loca aventura por descubrir el misterio que ocultan sus sueños. Lé...