Capitulo I

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Los altos árboles del bosque estorbaban el paso de la luz tanto que era difícil reconocer el paso del tiempo. Sólo la cera derretida de la vela, resguardada en una caja de cristal, les indicaba que ya llevaban toda la mañana adentrados en aquel lugar.

"Damian, llevamos toda la mañana buscando, no creo que vayan a aparecer." Richard, el hermano mayor de Damian hablo. "Los caballos están agotados, lo mejor será regresar..." detuvo sus palabras cuando Damian extendió una mano, clamando silencio.

Tanto Richard como los otros dos jinetes se detuvieron y centraron su vista en Damian.

"No escuc..."

"¡A tu izquierda!" Damian clamo tomando las riendas de su caballo y cambiando abruptamente su camino. Antes de que Richard pudiera objetar, sus oídos captaron los gritos de una mujer, venían a su izquierda como bien había previsto Damian. Detrás de ella, iban tres demonios de casi dos metros de altura cada uno, con la piel de un rojo intenso como la sangre y tres pares de ojos grandes y amarillos que acecharian a cualquiera por el resto de sus días. Pero no a ellos.

Richard dio una señal y él y los otros dos jinetes avanzaron, desenvainando su espada. Con los pocos rayos de luz que se filtraban entre el follaje de los árboles, brillo en su pecho el medallón del murciélago, símbolo de la guardia del reino de Gotham.

"¡Ayuda!" Los gritos de la joven se acercaban, y el terror en su voz les hizo recordar que su prioridad ya no era reconocer los límites del enemigo sino salvar aquella vida que se veía amenazada por los demonios. En medio del ajetreo, la mujer tropezó. Su cuerpo rodó cuesta abajo y los demonios apresuraron el paso, listos para atacar.

Damian avanzó sin dudas directo hacia los seres de ojos amarillos, pero hasta estar cara a cara con uno de ellos, desenvaino la espada en su espalda y la atraveso contra el pecho de la bestia. Los dos jinetes, que iban justo detrás, lanzaron flechas que hicieron a las otras dos bestias detener su camino. Richard aceleró su paso y fue detrás de los demonios que pretendían darse a la fuga,

"¿Qué hacen aquí, demonio?" Damian empujó la espada contra la tierra, el Demonio se retorció en su lugar. "Te he preguntado algo, demonio. Saben muy bien que esta no es su zona. ¿Qué hacen aquí?" inquirió empujando con más fuerza, sin inmutarse de los estruendosos lamentos de la criatura.

Sin embargo, por una milésima de segundo aflojo su agarre al darse cuenta que la criatura ya no gritaba de dolor sino que, se estaba riendo. Damian giró la espada, haciendo un hoyo en su pecho pero esta vez, no hubo lamentos. Con las últimas fuerzas que le quedaban a la criatura, tomó la espada y la enterró por completo. Damian se sorprendió de su acción pero mantuvo el rostro inmutable como siempre. Cuando el mango de su espada tocó las costillas de la bestia, esta sonrió y susurró a Damian.

"Larga vida a Trigón." y así, su cuerpo se evaporó, dejando un fétido olor a sangre y putrefacción, desapareciendo poco a poco con el aire.

Damian trono la lengua, insatisfecho del resultado. Desenterró la espada de la tierra y sacó un paño, pasando ágilmente sobre la hoja, quitando suciedad de ella. Estaba tan absorto en sus pensamientos que por unos momentos había olvidado la presencia de la mujer, quien había permanecido inmovil durante la batalla de Damian y el demonio.

Sus piernas ardían de lo mucho que había corrido, el resto de su cuerpo se encontraba igual después de haber recibido el impacto de la caída. Se incorporó lentamente, emitiendo leves quejidos, con la respiración todavía agitada. Damian volvió los ojos en su dirección.

El rostro de la mujer estaba escondido detrás de unos mechones azabache que se asomaban por fuera de la capa que cubría el resto de su cabello y cuerpo.

Damian frunció el ceño. Nadie debía estar en el bosque de Arkham, y ella no era la excepción. Era su deber como miembro de la Guardia Real de Gotham interrogarla, especialmente en aquella época donde los demonios acechaban el reino y buscaban alterar la paz. Así que, con su característica seguridad, empuñó su espada y se acercó con sigilo.

"Tú, ¿qué estabas haciendo en..." No pudo terminar la frase al encontrarse con el rostro, ahora descubierto, de la mujer. Damian había conocido mujeres hermosas de diferentes partes, pero jamás una belleza que pudiera compararse con la de la mujer delante de él.

La piel de marfil, largos cabellos como la noche, con unos destellos morados. Unos ojos únicos en el mundo, un balance perfecto entre morado, como el cielo al atardecer y azul como las partes más profundas del océano, escondidos debajo de unas largas pestañas.

Damian no supo por cuánto tiempo se quedó perdido en su mirada hasta que escuchó a la mujer murmurar débilmente un "Gracias" y él sintió sus piernas querer vencerse y dejarse caer contra el suelo y agradecer de rodillas a los dioses por permitirle admirar tal sublime criatura delante de él. Pero no lo hizo.

Guardó la espada y terminó de acortar la distancia entre ellos. Se hinco con delicadeza delante de ella. Su ropa estaba rasgada y sucia por la carrera, de no haber sido porque iba cubierta de sus extremidades, probablemente sus brazos también se hubieran visto afectados. Damian ahogo un jadeo al notar una gota de sangre resbalar su mejilla. La mano de ella se apresuró a esconder la herida y él, sin estar totalmente consciente de lo que hacía, llevó su mano sobre la de ella y la quito.

Se acercó para revisar minuciosamente la herida. Sin duda alguna, eran garras de uno de los demonios. En sus veintitrés años de vida, Damian había sido fiel a su deber, y había protegido a su pueblo con gran orgullo y lealtad. Pero ahora, viendo a aquella mujer delante de él, Damian sintió una rabia desconocida nacer en sus entrañas. En su mirada encontró una llama que incendiaria todo lo que alguna vez conoció para abrirle los ojos a un mundo diferente.

De la bolsa* que llevaba consigo, sacó otro paño de algodón y lo colocó con delicadeza sobre su mejilla ensangrentada.

"Trata de mantener la presión en la herida. En cuanto lleguemos a Gotham te verá un médico." la mujer asintió, el terror todavía cubría su rostro. "Soy Damian. Caballero de la Guardia de Gotham. ¿Puedes decirme tu nombre?" preguntó con inusual suavidad en su voz.

Ella volvió a asentir, desviando la mirada. "Rachel." Damian sonrió e inmediatamente Rachel dejó de temblar. Él le extendió su mano y por primera vez en un largo rato, Rachel empezó a dejar de sentir miedo.

Pronto Damian subió a Rachel en su caballo y junto a Richard y el resto de la guardia iniciaron su regreso al reino de Gotham.

Rachel volteo a ver por última vez el lugar donde casi se volvía víctima de las criaturas de piel roja, y mientras se alejaban de aquel lugar, Rachel suspiró aliviada.

Todo iba a estar bien.

Blaze of the heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora