Capítulo 1.

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—Un momento. Ven, ven. No, mírame. ¡Eh! ¡NO! Mírame —El chico frente a él no le obedecía, temblando en estado de shock se sujetaba su herida sangrante con los ojos fijados en la puerta que habían conseguido cerrar apenas medio segundo atrás. Esa barrera se sacudía peligrosamente por los golpes que recibía desde el exterior. Dos voces enloquecidas le decían que iban a derribar la puta puerta y les iban a despellejar vivos. Solo a eso podía atender su compañero de fatigas—¿Cómo te llamas? ¿Puedes entenderme? ¿Cómo te llamas?

Pablo no estaba en una posición sencilla.

Esa puerta era lo único que les mantenía con vida y era difícil mantenerla cerrada mientras ellos la golpeaban con saña desde el otro lado. Escuchaba el clavar metálico de sus cuchillos apuñalando la madera. Estaban completamente tarados.
Eran fuertes. Él también lo estaba siendo. Puede que fuese la adrenalina y el instinto de supervivencia lo que le diese la energía pero sabía que por mucho que empujase con todo el cuerpo no podría hacer contrapeso durante mucho más tiempo.

—¡ABRID LA PUERTA! —Vociferó uno de ellos.

Pablo pegó prácticamente la boca a la puerta gritando a todo pulmón:

—¡QUE TE FOLLEN!

—Me muero —susurró al fin su compañero. En medio del caos fue repentinamente consciente de que esa sangre que manchaba su ropa venía de su cuerpo. Le mostró una mano temblorosa cubierta de sangre.

Corriendo a través de la casa para esconderse en ese armario amplio anexo a la cocina ni siquiera había notado como era apuñalado, o sí, pero como él... la adrenalina le ayudó, y huyó ignorando el dolor; corriendo, corriendo, corriendo.

—No, no, MÍRAME, NO TE MUERES —Era difícil decirle que eso no era así si ellos, desde fuera, no paraban de gritar lo contrario— Estás bien. Estás bien. Necesito ayuda, necesito...

—¡OS VAMOS A MATAR HIJOS DE PUTA!

—¡ME VAIS A COMER LOS HUEVOS! —Replicó Pablo gritando de nuevo contra la puerta. Empujó con todas sus fuerzas. Se dio cuenta de que ahí donde posaba la mano dejaba manchado de rojo, ¿Él también estaba herido?—. Amigo, necesito ayuda. ¡La silla! Acércame la silla.

—Nos van a matar... Van a entrar...

—¡Eh, tú! !Necesito la puta silla! —Soltó Pablo apretando los dientes.

El chico estaba demasiado pálido, pero Pablo le vio atender un poco a lo que sucedía, volviendo a la realidad. Se pasó las manos ensangrentadas por su pelo claro, manchando ese tono suyo que parecía casi el del caramelo de rojo, se oscureció.

Se puso en pie con mucho esfuerzo. El lugar donde estaban recluidos era una alacena llena de trastos y botes de conservas, pequeña, pero al fondo, junto a la estantería de latas, había una silla polvorienta recubierta de bolsas.

Cojeando agarró esa silla tirando lo que tuviera encima y la arrastró hasta él. El suelo se teñía de sangre allá por donde pasase.

—¡DA IGUAL QUE OS ESCONDÁIS! ¡OS TENEMOS! —Gritaba la voz más grave de uno de sus secuestradores. El otro se reía. 

—No les escuches, escúchame a mí. ¿Cómo te llamas? —Pablo le hablaba al chico, que se apoyó torpemente en la puerta para ayudarle con las pocas fuerzas que tenía. Seguía en shock pero al menos era útil. 

—M-me llamo Yago —respondió débilmente. Estaba palideciendo mucho, demasiado.

—Yago, voy a soltar la puerta para encajar la silla. Y tú vas a tener que empujar muy fuerte, ¿vale? No dejes que pasen, por favor, no les dejes —Yago asintió—. Uno, dos... ¡Tres!

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⏰ Última actualización: May 18, 2023 ⏰

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