CAPÍTULO I

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El auto estaba completamente destrozado, la gran humareda que se desprendía de la parte trasera me impedía ver con claridad, tenía que salir inmediatamente de aquí. Sentía mi vientre demasiado rígido, me dolía la parte derecha de mi cabeza, seguramente ahí fue donde recibí el golpe más fuerte. La maldita puerta estaba atorada y no tenía posibilidades de salir. No temas Zoé, no temas.

- ¡Ayuda! -grité con la voz estrangulada, pero nadie respondió.

Mi pierna comenzaba a dolerme sobre manera, y el humo me estaba cristalizando los ojos, no tenía mucho tiempo, si quería salir viva de esta debía apresurarme. Volteé hacia todos lados dentro del compacto espacio del vehículo buscando un medio de escape; mi valija de mano estaba en el alfombrado, utilicé la poca energía que me quedaba y la usé para quebrar el cristal de la ventana. Los vidrios se desprendieron hacia la nada, y yo aproveché para salir de ahí; no fui muy ágil ya que un trozo puntiagudo se incrustó en mi pierna. Parte de la tela de mi vestido -ya destrozado- quedó enredado al momento de mi huida.

No veía a nadie, todo estaba completamente solo y yo necesitaba ayuda urgentemente. Sentía como mis piernas temblaban con cada paso que daba, me sentía pesada de solo respirar. Una vez afuera, me deshice de lo que quedaba del vestido de novia, el faldón contribuía a mi torpeza al caminar. De mi pierna izquierda escurría un sendero de sangre brillante, el cristal seguía aferrándose profundamente. Me estaba sintiendo pequeña, mis ojos se habían convertido en una pequeña rendija y sabía que pronto me desvanecería. Tenía los nudillos agrietados y podía sentir un sabor metálico colarse entre mis dientes mientras intentaba hablar.

- ¡Ayuda! -Volví a gritar- ¡Dios mío, ayuda! -todo giraba a mi alrededor.

Para esta hora la boda debía haberse cancelado ya, quizá ellos pronto estarían buscándome. Yo debía mantenerme despierta en espera de su auxilio. Pero estos dolores que se generaban en mi vientre bajo me impedían seguir, todo me daba vueltas y sentía la necesidad de gritar. Dos pasos después me desvanecí sobre el pasto, hice un débil intento por ponerme de pie pero fue inútil, mis extremidades ya no me respondían; ya no había salida. De pronto y cuando más perdida me sentía, unos brazos fuertes me cargaron y me depositaron en otro automóvil, no sabía quién era, mucho menos sabía a donde me llevaba pero todo era mejor que seguir aquí.

Todo seguía rodando en mi cráneo mientras sentía como el conductor intentaba llegar lo más pronto posible hacia nuestro destino. Estaba recostada en la parte trasera, y solamente veía las luces pasar rápidamente sobre mi cabeza, observé de soslayo hacia adelante y descubrí -con mi distorsionada vista- que un hombre conducía. Dormité unos minutos, o al menos eso pareció, cuando ya me encontraba sobre una camilla con un contador cardiaco sobre mi dedo índice.

-Preparen la sala de partos -indicó una enérgica voz- es posible que tengamos que intervenir- El chico que me había rescatado se mantenía en todo momento cerca, pero por alguna razón no podía ver su rostro; el médico colocó la mascarilla sobre mi nariz y fue el fin.

Lentamente fui abriendo mis ojos, escuchaba a mi lado un pitido rítmico, nada tenía forma, parecía que eran espectros o nubes grandes, tuve que apretar con fuerza mis párpados para enfocar bien a mí alrededor. La primer figura que vi, fue la de un hombre alto y delgado, tenía las manos dentro de los bolsillos, me veía con atención; sus labios se curvaron en una sonrisa en cuanto abrí la boca para decir algo. ¿No era él o sí? Avanzó hacia mí y se sentó en la silla contigua, esos ojos, esa sonrisa, ese gesto apacible que siempre tenía. ¡Claro que era él!

- ¿Adam? -Balbuceé- ¿Dónde... dónde estoy?

-Pudiste reconocerme -habló tranquilo. Él seguía siendo el mismo, aunque ahora lo veía un poco pálido, quizá era mi falta de nitidez en la visión. Volteé hacia la ventana y vi que había anochecido, entonces un pinchazo en mi corazón me puso alerta.

El reencuentro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora