Parte Única

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El sol comenzaba a ocultarse, colándose algunos rayos de sol entre la copa de los arboles que se encontraban justo arriba suya. Los pajarillos comenzaban a cantar e incluso algunas ardillas iban de un lado a otro entre las ramas de los arboles, ajenas a todo lo que sucedía justo debajo suya.

Se escuchaba el como las ramas y hojas secas crujían ante el movimiento brusco de sus cuerpos. Se podían escuchar los jadeos y gruñidos de ambos, el de piel blanquecina sólo atinó a aferrar sus manos a la espalda ancha y desnuda del moreno, cerrando sus ojos mientras siente como aquellas manos ajenas se pasean por su figura, aún portando sus ropajes.

E-Emilio, espera... — gimotea el menor de ambos, aquel de capa roja que tan sólo quería visitar a su abuelita, pensaba llevarle algo para comer como le había ordenado su madre, pero la canasta se encontraba a un par de metros lejos de él, tirada en el suelo, no pareciendo haber tenido una caída muy suave.

Aquel pelinegro de ojos cafés, portador de la capa roja, escuchaba los gruñidos de la bestia que tenia justo arriba suya, puede sentir sus labios pasear por su cuello y siente el agarre firme que tiene con sus manos en su cintura, dejandole en claro que era de su propiedad en ese momento al no permitirle escapar.

Segis... — gruñó el de piel morena, de cabello largo y ojos carmesí, llenos de deseo y lujuria; el nombrado tembló al ver aquella mirada en cuanto sus ojos se encontraron, sus mejillas se colorearon de rosa y su corazón latió con fuerza ante aquel hombre que lo atrapó como a una presa indefensa.

El mayor le mostró sus colmillos afilados mientras su mirada brillaba, los ojitos cafés del menor miraron las orejas oscuras que se camuflaban con su cabello largo, al igual que notó el movimiento rápido de la cola de pelaje oscuro del moreno.

Emilio era el dichoso Lobo Feroz que narraba la leyenda de aquel bosque, Segismundo lo conocía muy bien, más de una vez se lo había encontrado en sus caminatas a casa de su abuelita. El menor podía desmentir todos esos cuentos donde el lobo era el malo de la historia, puesto que él jamás le había hecho daño ni había intentado engañarlo.

Jamás comprendió el porque nunca le había atacado, es una bestia grande y agresiva que podía acabar con su vida en cuestión de segundos; sin embargo él prefiere comúnmente hacerle compañía por su camino, estando a su lado en silencio mientras le escucha hablar de sus tonterías.

Lo que no sabe es que ha cautivado a aquella bestia desde el primer día, intento arrebatarle la canasta con comida y lo que recibió como respuesta fueron groserías. Nunca antes nadie le había desafiado con aquella valentía y es por ello que el moreno le cuida.

Ambos se miran jadeantes, Segismundo nota la posición de ambos y no puede evitar sentirse pequeño; sus piernas se encuentran a cada lado de la cintura del mayor, sus manos están aferradas a su espalda y el moreno se posiciona justo arriba suya. Es inevitable que el calor de sus mejillas aumente cuando finalmente siente algo duro en su trasero, conoce de lo que se trata.

Lentamente el híbrido de lobo comienza a repartir pequeños besos en su carita; sus mejillas, frente y nariz recibían aquellos dulces besos, muestras de afecto que al menor le ponían nervioso.

Emilio — le llama suave, sabe que es lo que intenta el moreno al darle mimos, sabe que no es culpa de él sentirse de esa forma sino de sus instintos, era parte animal después de todo — No esta bien, no puedo... — su voz es suave y tiembla un poco por los nervios, Dios, tenia la erecta polla del mayor rozando su trasero, ¿Cómo no sentirse nervioso y avergonzado?

Los besos en su rostro no paran, el moreno suelta un gruñido y es entonces que baja al cuello de aquel de capa roja, atacando esa zona con sus labios, obligando al de ojos cafés a apartar su cabeza a un lado para tener más espacio.

Le escucha susurrar su nombre varias veces, en ruego, con un tono ronco que lo hizo estremecer. Gime al sentir como sus dientes se clavan en su piel por un momento, Segis cierra un poco sus ojos, observando al sol colarse por las hojas de los arboles, sintiendo ahora a aquella lengua recorrer toda la extensión de su cuello, por encima de la mordida.

Siente como el híbrido intenta sacar su capa roja, reacciona al instante aferrándose a esta, retorciendo y negándose a caer ante los estímulos del moreno.

Segismundo — el nombrado se detiene asustado ante el llamado, mirándose ambos una vez más a los ojos entre jadeos; el menor ablanda su mirada, mostrándose un poco más tranquilo mientras Emilio junta sus frentes, chocando entonces sus respiraciones.

Sus labios finalmente se funden en un beso lento interrumpido por sus jadeos, el de ojitos cafés opta por abrazar al mayor, cerrando sus ojos por completo mientras lentamente se deja guiar por los labios del moreno. Puede sentir las manos del lobo feroz sacar su capa roja, pero esta vez no hace nada para evitarlo, abriendo su boca y dejando pasar su lengua.

El beso se vuelve más intenso, el menor enreda sus manos en el cabello largo del mayor, quien baja sus manos a su trasero, sujetándolo y elevándolo mientras con su lengua explora la boca contraria.

Sus lenguas batallan por reclamar el derecho al control, derecho que gana el de cabello largo ante el salvajismo y pasión con la que le besaba. Se separan para recuperar el aire; sin embargo, casi de inmediato se vuelven a unir en un beso, Segismundo termina por tirar todo a la mierda, decidido a obedecer sus instintos.

Sus cuerpos se mueven mientras se besan, ansían más contacto y la ropa ya resulta molesta tanto para el menor de los dos, como para el híbrido, deshaciéndose de la camisa blanca que llevaba justo debajo de la capa roja.

El de ojos cafés se estremece al sentir las manos del mayor en su espalda ahora desnuda, con sus labios paseándose por su pecho, besando y lamiendo, deseando explorar cada parte de su piel. Poco a poco desciende hasta su abdomen, topándose con un bulto que hizo relamer los labios del lobo.

Las últimas prendas fueron retiradas del cuerpo del menor, dejándolo en su totalidad expuesto, mostrando aquella piel tan limpia y apetitosa. Emilio tomó la cintura del menor mirando con sus ojos carmesí aquel miembro erecto, pasando su lengua desde la base hasta el glande, disfrutando de la reacción de Segis, quien gimió arqueando su espalda levemente.

Repartió pequeños besos por todo su miembro al igual que lamidas, con sus ojos fijos en las reacciones de Segis, siendo sus gemidos música para sus oídos.

El moreno abrió su boca, introduciendo aquella polla en su boca y chupando, sintiendo como las manos ajenas se enredaban en su cabello largo y tiraban de este como reacción. El de ojos cafés abrió su boca dejando salir gemidos y jadeos, sintiendo aquella boca cálida y húmeda rodea su miembro, haciéndolo ver estrellas ante la maravillosa sensación.

Se retorció en el suelo, escuchando los sonidos naturales del bosque acompañados de sus gemidos ante la felación que le estaba haciendo Emilio. Con su mano libre Segis cubre su rostro, se pregunta el como pudo haber caído tan fácil ante el mayor, el como había accedido a terminar de esa manera con él.

Pero se siente tan bien, que a fin de cuenta esos pensamientos se esfuman en cuestión de segundos y lo único que llena sus pensamientos es el nombre de aquel hombre, susurrándolo entre gemidos mientras su mirada se encuentra perdida ante el placer.

Siente las manos del moreno tomar sus piernas abriéndolas mientras se separa de su polla, mordiendo su labio inferior mientras le mira. Se acerca a su rostro, besando su mejilla para llamar su atención y así finalmente devorar sus labios, no dejando tiempo a respirar ni para reaccionar del todo.

Sus corazones palpitan con fuerza, sus bocas no se despegan en ningún momento, no hasta el momento en que Segismundo siente como Emilio le penetra de forma brusca, arrancando un fuerte grito que en parte fue ahogado por los labios del moreno.

Una de las manos de la bestia es llevada a la mejilla del que acostumbraba usar aquella capa roja, separando sus labios para así con su pulgar limpiar aquel pequeño rastro de lágrimas que se había escapado del menor. Como a modo de disculpa, el mayor besa sus mejillas y su frente, se había dejado llevar mucho por sus instintos y temía haber hecho daño al menor.

Segismundo tembló, sintiendo aquella polla dentro suya palpitar ante lo dura que se encontraba. Gimoteo sobre los labios ajenos, clavando ligeramente sus uñas en su espalda mientras esperaba a que el dolor disminuyera, porque Emilio había sido un brusco de mierda, pero en las condiciones en las que se encontraba, no se veía en posición de insultarle.

Entre besos y besos terminó distrayéndose y acostumbrándose, es entonces cuando empieza un lento vaivén, gimiendo entre dolor y placer. Le es extraño; sin embargo no piensa mucho en ello, puesto que los gemidos que abandonan sus labios le hacen saber al moreno que realmente lo estaba disfrutando.

Las embestidas de a poco aumentan, Segis clava sus uñas en la espalda ajena mientras enreda sus piernas en su cintura, gime el nombre del mayor, rogando por más, perdiendo la cordura y ya no pensando en absolutamente más nada que en Emilio.

Su mirada se nubla ante el placer, su cuerpo entero tiembla ante la ola de sensaciones que le invade, sintiendo como aquel moreno arremetía contra suya una, otra y otra vez, cada vez yendo más rápido y llegando más profundo.

El híbrido gruñe, mira a su presa con deseo y esta satisfecho de observar el desastre que lo ha vuelto, con su cabello negro desordenado, sus mejillas rojizas y sus labios rojos e hinchados por los besos que se han dado, entreabiertos mientras gemidos son soltados.

Para cuando Segismundo alcanzó su límite, arqueó su espalda, sufriendo ligeros espasmos mientras el orgasmo llegaba, liberando todo su esperma en su abdomen; y como acto consecutivo, Emilio terminó por igualmente alcanzar el orgasmo, corriéndose en el interior de aquel de ojos cafés.

Jadeantes se miraron, sin alejarse ni un centímetro, finalmente habían caído en la realidad y el moreno lamió la mejilla de su caperucita roja, quien avergonzado sólo atino a abrazar por el cuello al mayor, escondiendo su rostro en su hombro.

Emilio movió su cola demostrando felicidad y Segismundo maldijo en su interior, porque había cedido ante los instintos del mayor y no se arrepentía de ello.

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Caperucita Roja y el Lobo Feroz | Segilio [SpainRP]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora