Prólogo

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—¡Viva la República! Soy uno de ellos.

Grantaire se había levantado.

El inmenso resplandor de todo el combate que se había perdido, y en el que no había tomado parte, apareció entonces en la mirada radiante del borracho transformado.

Repitió "¡Viva la República!", atravesó la sala con paso firme y fue a situarse frente a los fusiles de los soldados, cerca de Enjolras.

—Matadnos a los dos de un golpe —dijo.

Y, volviéndose hacia Enjolras, le preguntó con dulzura:

—¿Lo permites?

Enjolras le apretó la mano con una sonrisa.

"Toma mi mano".

Esa sonrisa no había siquiera concluido cuando la descarga del tiroteo estalló.

Enjolras, atravesado por ocho disparos, quedó adosado al muro tras él como si las balas lo hubieran clavado ahí. Únicamente, inclinó la cabeza.

Grantaire, fulminado, se abatió a sus pies.

Unos instantes después, los soldados de la guardia nacional desalojaban a los últimos insurgentes refugiados en lo alto del edificio. Había disparos a través de una celosía de madera que daba a la buhardilla, se combatía en el altillo, se arrojaban cuerpos por las ventanas, algunos todavía vivos. Dos voltigeurs, que intentaban levantar el ómnibus destrozado, fueron asesinados por dos disparos de rifle procedentes de las buhardillas; un hombre de uniforme se había precipitado desde ahí, una herida de bayoneta en su vientre, y gruñía en el suelo; un soldado y un insurgente resbalaban juntos por la pendiente de tejas del techo, sin intención de soltarse, y caían aferrándose el uno al otro en un abrazo feroz. Batalla similar había en la cantina: gritos, disparos, pisoteo salvaje. Después, el silencio. La barricada había sido tomada.

Los soldados comenzaron el registro de las casas de alrededor y la persecución de los fugitivos.

Mientras tanto, Enjolras aún respiraba.

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora