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Llegué temprano, mucho más de lo acostumbrado.

Normalmente dejo cinco o diez minutos de márgen para tener todo listo antes de que los hijos de la dueña  bajen con sus caritas regordetas recién levantadas.

Pero ahora no medí el tiempo al salir de mi casa.

Dejo estacionada mi moto a media cuadra, debajo del árbol más grande que la cubrirá del sol  todo el día.

Camino hacia la casa, algo distraída, pensando en preparar un desayuno completo, osea, incluyendo para la señora y su madre. Técnicamente no me corresponde hacerlo, pero cada que puedo  insisto, pues  ambas adultas  han sido muy amables desde que me contrataron para cuidar a los niños. Lo único que debería estar haciendo es el menú de los pequeños y enfocarme cien por cien en ellos.

Como apenas tienen tres y cinco años, su día comienza más tarde, lo que me da tiempo de sobra a tener un desayuno presentable para las señoras.

"Señora"... Ese apelativo siempre le molestó a la dueña. Aunque es catorce años mayor que yo, su aura vibra como el de alguien más joven.

Sonrío ligeramente al recordarla haciendo divertidos pucheros cada que se me escapa esa palabra. A veces me saca la lengua, otra veces frunce el ceño y otras me lanza un trapo de cocina por la cabeza... Sin duda una niña cuando se lo propone; aunque es la única faceta de la que he sido víctima, gracias a todos los cielos.

Beatrice, como me ha pedido que me dirija a ella, tiene dos facetas opuestas que me dejan impresionada: generalmente se le puede ver sonriente, mirando atentamente a sus hijos con esos ojos oscuros y sus pestañas naturalmente pobladas, manteniendo amena conversación con su madre y hablándome como si fuera parte de su familia para darme indicaciones de los niños o simplemente contarme un chisme de su trabajo. 

La otra faceta es más seria, con una mirada profunda y penetrante cuando algo le molesta y que gracias al cielo no he recibido hasta ahora, nada que ver con las miradas cálidas y risueñas; su tono de voz cambia drásticamente, baja dos tonos cuando habla por teléfono para arreglar cosas de su trabajo y toda ella comienza a ser tajante y cortante con aquellos que la hacen enojar... Por suerte sabe separar asuntos laborales de su vida personal, por lo que sus hijos jamás, en lo que llevo trabajando aquí, han pagado por esos malos momentos.

A punto de introducir la llave para entrar a la aún oscuro casa, percibo una ligera risa venir desde dentro y la reconozco. Quiero sorprenderla con mi anticipada presencia, sin embargo ella comienza a hablar... Quizá se haya detenido al pie de las escaleras porque su voz me llega con claridad.

-... tú y tus impertinentes ideas, Patty... no... No voy a intentar salir con alguien de la oficina, ¿sabes lo horrible que sería una relación así?

Esa amiga suya, siempre hablando de relaciones como si lo fuera todo en esta vida y  Beatrice siempre negándose ante sus arriesgadas ideas. Sin duda la señora, mi señora es la más sensata de las dos...

-...claro que no lo pensé cuando me la pasé con esa mujer en el bar, pero precisamente fue cosa de una noche, nada que pensar...-

O quizá no la más sensata...

No es sorpresa escuchar que ella ha estado tanto con mujeres cómo con hombres; no la juzgo, ella disfruta de su vida sexual como quiera y eso jamás repercute en su vida maternal. Sus hijos son primero y no pondría en riesgo la excelente relación que tiene con ellos por meter a un desconocido en sus vidas.

Las veces que su amiga Patty ha venido a esta casa, es ley que ella siempre saca el tema, intentando emparejar a Beatrice con alguien... "Amiga, sería más fácil si cooperaras conmigo"... Había dicho ella cuando Beatrice se negó por quinta vez. Y no es que esté espiando, sino que sus conversaciones son al otro lado de la pared que separa el área de t.v y la cocina.

Cuando el deseo ganaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora