Parte única

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En el principio no hubo nada, el vacío y la oscuridad reinaba en un sinsentido de espacio, no existía el orden ni la vida; entonces, el todopoderoso, en su enorme bondad, decidió diseñar un universo a su parecer. Fue así que los mundos, galaxias, universos, diferentes especies y todo tipo de vida se crearon para habitar cada espacio.

El todopoderoso fue bondadoso con cada pueblo que creó, pero le tomó un especial aprecio a la Tierra, pues los seres en aquel planeta eran frágiles, mucho más que cualquier otro ser que había creado. Debido a esto, abrazó al planeta con sus más puros sentimientos y derramó unas cuantas bendiciones sobre la faz de esta. Guardianes, los llamó, ya que acompañarían y cuidarían de cada especie por donde estos fueran.

No satisfecho con esto, también le regaló al día un avivador, ese que se encargaría de iluminar las distintas zonas del planeta para que los seres vivos pudieran ver sin problemas y estuvieran abrigados. Mientras que
a la noche le dio un vigilante para velar el sueño de las especies y calmar la oscuridad que se cerniría sobre ellos.

Los llamó el hijo del sol y el hijo de la luna.

Ambos recorrían el mundo en direcciones opuestas, realizando su ferviente y noble labor por doquier, sabiendo de la existencia del otro, pero jamás encontrándose.

El hijo del sol tenía curiosidad por conocer al vigilante que entonaba una suave melodía por las noches, la cual también le daba paz a su corazón. Este canto resonaba como un ligero eco dulce, cargado de reconfortantes notas que marchaban a un compás sublime y esperanzador. No tenía idea de cómo su canto podía ser escuchado en cada rincón de la Tierra, pero rezaba para que jamás dejara de hacerlo.

El hijo de la luna se preguntaba cómo el calor que dejaba el avivador podía permanecer por largo tiempo en un mismo lugar. Era sorprendente porque gracias a él podía mantenerse cálido en cualquier rincón del planeta, a pesar de que el mismo astro ya estuviera ausente. Imaginaba que ese ser era brillante y poderoso, por lo que en sus plegarias siempre pedía que nunca se extinguiera su llama.

Los infinitos caminos que recorrían nunca los llevaban al mismo lugar, a pesar de haber pisado las huellas del otro durante miles de años; daba la impresión de que el todopoderoso los había creado para que jamás coincidieran. Sonaba cruel, pero estaban destinados a no conocerse.

Hasta que una situación inesperada ocurrió.

El astro rey, cansado de ver tan solitaria a su hermosa luna y no poder abrazarla siquiera una vez, se alineó frente a ella, ocultándose por completo de la Tierra. Fue entonces que el tiempo se congeló y sus caminos se cruzaron. Por primera vez, y en la línea que dividía al planeta en dos, el hijo del sol y el hijo de la luna se conocieron.

Sus miradas conectaron en el segundo en que todo su alrededor se llenó de oscuridad, debido al eclipse que se desataba en el cielo. Sus padres hablando. Sus padres amándose por primera vez.

El mismo sentimiento fue embargando sus corazones, uno acogedor y lleno de esperanza. Sus latidos se hicieron uno y sus almas se complementaron. Entonces lo entendieron, sus largos recorridos no habían sido en vano; todos esos caminos los llevarían a este mismo punto, en donde por fin encontrarían el sentido de su existencia.

Eres tú —dijeron al unísono, siendo estas las primeras palabras que cruzaban.

Ambos se pusieron tímidos al instante. Esto era completamente nuevo, una experiencia única en sus longevas vidas. 

Hola —decidió comenzar con un saludó el hijo del sol, iluminando la gran oscuridad con su cálida sonrisa.

Hola —respondió el hijo de la luna, endulzando la atmósfera con su suave voz.

Hijo del sol, hijo de la luna  ❝καιѕοο⁀➷ᵒ ˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora