O7: Inspiración.

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Muchos consideran que el arte es bastante subjetivo; algunos lo ven con una visión mucho más estricta, y otros ni siquiera aprueban la definición de arte, o que se use dicha palabra cuando hay demasiada subjetividad en el concepto, hasta el punto de hacerlo algo sin significado.

Pero la inspiración de Sal, y la fuente de esta, probaban que se podía hallar arte hasta en lo menos esperado; él consideraba una relación de dicha forma, y esa visión aún se fortalecía con el tiempo. El no quería algo ya perfecto y estable, él quería repararlo; él no quería perfección, él quería un desafío, y no deseaba algo convencional, él deseaba un proyecto.

Y eso había conseguido, por eso su fuente de inspiración no era más que su relación, y la otra persona con la cual la mantenía aún estable.

─Saaal, intento dormir, ¿te costaría apagar la puta linterna y dejar la escritura para mañana?─.

─Por favor, ¿nunca has escrito a mitad de la noche por el insomnio? Te digo, hoy estoy inspirado, no puedo dejarlo pasar─.

─Dentro de tres horas, debemos levantarnos e ir a clases, déjame disfrutar aunque sea algo de sueño, no me importa lo inspirado que estás, no quiero estar de mal humor mañana─.

─Siempre estás de mal humor, egoísta─.

─Sal, esta es la última vez... apaga esa linterna; metétela en el culo, o lo que quieras hacer con ella, pero déjame dormir─.

─Bien, bien... pesado, pero mañana no te quejes de mi humor─.

─Sí, sí, lo que digas...─.

El peliazul esperó un rato en completo silencio, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, hasta que en pocos minutos, el chico que dormía en el colchón de al lado pareció haberse dormido. Suspiró y con cuidado volvió a tomar su pequeña libreta y su bolígrafo, para luego seguir escribiendo lo que le venía a la cabeza, con la poca luz que emitía su teléfono en baja batería.

No podía negarlo, al día siguiente despertaría de mal humor y con mucho sueño, sin importar si terminaba de hacer lo que estaba haciendo o no, pero la inspiración cuando llega, no se le puede cerrar la puerta y esperarla en la misma cantidad más adelante, o con los mismos recursos o temáticas para enseñar.

Por eso, es que continuaba escribiendo, a pesar de los gruñidos y maldiciones en voz baja que escuchaba, por parte de su compañero de habitación. Terminaría su precioso poemario sin importar qué, y luego intentaría llevarlo como propuesta el día siguiente, a algún docente de literatura o lenguaje, pues, si la música; el teatro; el maquillaje; la danza o el dibujo en sí, no parecía traerle inspiración, o se la bloqueaba en algunos casos, quizás con las letras podría intentar hallar una salida, para esos sentimientos reprimidos, que querían expresarse.

Y luego de hacerlo; ya satisfecho y cansado de forzar la vista y el cerebro, dejó su libreta junto a su bolígrafo y teléfono, sobre la mesada, para rebullirse entre las sábanas tibias y terminar apoyando la cabeza sobre su almohada blanca. Le costaría dormir de nuevo, pero había valido la pena sin duda escribir aquello, apesar de las horas que posteriormente no logró dormir tal cual.

Lo último que recordaba era la luz de la luna azul, pasando entre las persianas e iluminando ligeramente su cama, mientras el reloj marcaba las cuatro y cuarenta de la mañana; mañana que en realidad fue noche, pero se entendió el punto.

Sumido en sus profundos sueños, y refugiado del frío que en el apartamento se hallaba, con sus sábanas y frazadas hasta la cara, aún tibias, y la bolsa de agua caliente ya fría y lejos de sus pies, disfrutó cómodo aunque temporalmente, hasta que un par de frases sin sentido, y una fuerza insistente luchando por quitarle las frazadas de la cara, lo despertó.

Superfluo -【Sally Face】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora