Frustración

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Me quedé pensando en la actitud que ha tenido Mandy estas últimas semanas, mientras Charles habla sin parar; diciéndome lo mal amigo que soy por no haberle contado nada sobre mi relación con la chica misteriosa. Centrando mis pensamientos de nuevo en aquella mujer, me pregunto qué es lo que está pasándole. Desde hace dos meses para acá ha vuelto la ansiedad, su ira y la rabia crece con el pasar de los días. Ya no la tranquilizan mis abrazos, y es razón suficiente para ponerme a pensar cosas que no debo y preocuparme. Confió en ella, y sé cuánto le está afectando el encierro en la casa; y ahora mucho más que el abogado ha dicho que aun le quedan unos tres o cuatro años. Todo depende de la sentencia que dictamine el juez. Quiero creer que su ansiedad se debe a eso, pues sé que está haciendo un esfuerzo sobrehumano para no caer en la tentación. Me ha hecho sentir muy orgulloso de su fuerza de voluntad, pero desde que el abogado mencionó que quizás y no halla posibilidad de una rebaja de condena, se ha vuelto a entristecer. Por más que quiera disfrazar estar triste con el enojo, sé que está desilusionada, abatida y debo de comprenderla. Lleva mucho tiempo viendo a las mismas personas, estando en el mismo espacio y haciendo lo mismo cada día. No entiendo su frustración, pero trato de animarla o sacarla de la rutina.

El jardín ya no me genera la misma paz y felicidad que antes, recordé lo que decía en su libreta y el corazón se me oprime de pensar que esté hundiéndose en la depresión. Ahora más que nunca necesita de mí. No puedo dejarla caer, no cuando soy quien la sostiene con fuerza.

—¿Me estás escuchando, Andrew? — dejé de jugar con el bolígrafo en la mano y me acomodé en mi silla —. Llevo hablando con una puta pared desde que llegué. No has dicho una sola palabra. Yo me dije, voy a visitar el amigo que se ha olvidado de mí, pero por lo que veo ni falta te he hecho.

—Ahora suenas como novia celosa, ¿lo sabias? — frunció el ceño —. Lo siento, que me decías.

—No voy a repetir lo que llevo diciendo por horas — resopló —. ¿Qué está pasando como para que estés así de distraído? Siempre pones atención a las estupideces que digo.

—Es Mandy — se apoyó de los codos mostrando interés —. ¿Qué se supone que deba hacer para sacarla de la rutina?.

—Llévala a cine, a un restaurante, a un bar, e inclusive a la playa — sí, me gustaría llevarla, pero lastimosamente no puedo —. Dale flores, regálale un lindo collar en la orilla del mar, y dile lo mucho que la amas. Ya sabía yo que debía de aconsejarte, porque seguro estás haciendo muy mal con ella. Además, que te consume bastante al ser el jefe en este lugar. Relájate un poco, has trabajado muy duro en esta empresa.

—Todo parecía ir bien. Cuan herrado estaba al saber que estoy haciendo mal.

—Cuéntame, sabes que siempre es un placer para mí ayudarte.

—Es complicado.

—Si no me dices, ¿cómo esperas que te ayude, Andrew? — retomó postura en la silla —. No lo digo para molestarte, sabes que quiero verte feliz y al parecer la chica misteriosa que ahora tiene nombre, es la tuya. Dime, ¿qué es lo que pasa? ¿Acaso ya no hay amor o qué?.

—El amor es lo de menos... — susurré, y luego de meditarlo por varios minutos, procedí a contarle absolutamente todo. Claro está, omitiendo muchas cosas que no son para nada importantes.

Se mantuvo en silencio escuchándome con atención; negando o asintiendo cuando le hacía preguntas automáticas. Tras escucharme, se quedó unos minutos en silencio, luego se puso en pie y sirvió dos copas de vodka. No me gusta beber, de hecho, desde mi última mala experiencia con el alcohol desistí de volver a beberlo, más sin embargo lo tomé de golpe. Quemando la garganta y el estómago, dejé caer los hombros cansados. Charles tiene razón, llevo años consumido en mi mundo.

—Encierro es encierro, ya sea en prisión, en una clínica, en una sucia bodega o en la mismísima comodidad de la casa. Su limite de auto control y fingir que nada pasa ha rebasado la copa. Tu chica misteriosa está entrando en ese punto de depresión sin retorno por todo lo que día a día tiene que vivir, y para con los antecedentes que me cuentas, su más grande peligro es ella misma. Su mente no da para más, y es normal que suceda, pues nacemos libres y libres queremos ser — tras servirse otra copa y beberla se me quedó viendo —. Una adicción más una estadía prolongada en la cárcel hace que la mente se debilite día tras día. Hasta piensa que la vida misma no tiene ningún valor significativo ni para ella ni para los demás. Por más que desde el fondo de su corazón trate de buscar una salida para no desfallecer y que sus allegados no la juzguen por querer escapar del hueco, olvida que para sanar completamente debe encontrarse, perdonarse y prometerse a sí misma primero que a los demás. Para nosotros es fácil juzgar y señalar el accionar de un drogadicto, de un borracho, de un apostador, de un asesino, que no nos damos cuenta los fantasmas que los acechan en las sombras y los llevan a quemar su cabeza, y que amargamente solo los vive quien los ve. No estas haciendo nada mal, Andy, solo trata de buscar la manera que le den su pronta libertad, o te puedo asegurar, que esa mujer no soportará vivir más en el mismo círculo infernal el cual recorre cada día. Tienes el dinero y si me dices que lleva meses en un buen comportamiento, ¿por qué no arriesgarse a ver a tu mujer bien? La mente de una adicción es débil; igual a una flor delicada, que, aunque por fuera se vea fuerte, por dentro se quiebra con tan solo el soplar fuerte del viento. No es necesario que te pongas en sus zapatos y sientas lastima o rabia, es solo aprender a llevar los demonios de buena manera para que no salgan a hacer de las suyas.

Me quedé sin palabras por todo lo que ha dicho, bueno, más bien por la manera tan profunda y nostálgica con la que salió cada palabra de su boca. Sus ojos por más fijos que estuvieran en mí, su mirada se hallaba perdida y vacía; quizás recordando, olvidando o mortificando cada uno de sus pensamientos.

— Te aconsejo que no la dejes sola en este momento, ella necesita de tu fuerza. Sabe que eres su talón, y si ese talón se debilita, ella también — sonrió volviendo a la realidad —. Bien, ahora ve y comprarle algo bonito y hazla sentir amada. Por cierto, debo de conocer a la chica misteriosa que me ha robado a mi hermano.

Sonreí, Charles es un gran amigo, como bien lo dijo, es un hermano. Llevamos años conociéndonos y en todo este tiempo siempre se ha mostrado siendo el mismo. Sé cuando juega y sé cuando la seriedad deja mostrar a ese hombre razonable y equitativo que lleva por dentro.

—Gracias por todo — sonrió ladeado —. Vamos, te la voy a presentar — nos pusimos en pie y salimos de la empresa hablando sobre los gustos de Mandy, y aconsejándome lo que debía de comprarle.

Para ser honesto, recuerdo que una vez me dijo lo mucho que le gustaba pintar. Aun recuerdo el mural que hizo en mi casa, y los raros pero bonitos dibujos que le hizo a mi auto. Quizás no valga nada unas cuantas latas de pintura, pero vale la pena intentarlo. Sin embargo, Charles me insistió en comprarle un hermoso collar por si me tiraba las latas en la cabeza. Como lo digo, es mi mejor amigo y ya me hacia falta pasar rato con él.

Recibí un mensaje de Ariadna diciéndome que no soportaba vivir más con Mandy y sus arranques, que, al fin de cuentas, ella no estaba ahí para tener que aguantarse el mal humor de una drogadicta que no dejaba que la ayudaran. Ya luego me volvió a escribir, diciendo que no era cierto, pues la rabia le hicieron decir cosas que no debía. Suspiré fuerte y Charles se me quedó viendo.

—Problemas.

—Nunca faltan.

—Ayudaré, si es necesario — asentí —. Espero no sea muy difícil de tratar.

—Cuando quiere puede volarte la cabeza no más con palabras.

Conduje de vuelta y al entrar a la casa fui directo a su habitación, pero me sorprendí tras verla en el medio del jardín totalmente mojada, sin importarle absolutamente nada ya. Bajé las escaleras y corrí con Charles tras de mí hacia ella.

—¡Mandy! — grité.

—Vete, Andrew — el corazón se me oprimió —. Lo que menos quiero es decirte palabras hirientes a ti. Déjame sola, necesito estar sola — se levantó del pasto y tras ver por encima de mi hombro la oscuridad opacó sus bellos ojos —. ¿Qué haces aquí? ¿Quién mierda te dejó entrar en la casa? — encaró directamente a Charles —. Lárgate antes de que te corte el puto cuello, y créeme, lo que menos quiero es terminar mi maldita vida encerrada por cargar la puta muerte de un Santana más.

—Es que no cambias ese genio de mierda, ¿eh? — fruncí el ceño muy confundido —. Para tu información, ya no soy Santana, Mandy. 

Peligrosa Atracción[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora