Pérdida

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Cordillera Mieming, 1937.

Hay circunstancias en la vida que se salen por completo de la lógica que nos enseñan y nos confunden porque debemos reaprender lo que se suponía que ya sabíamos, por ejemplo, que la tierra no es plana y que gira en torno al sol o que en el reino animal existe más homosexualidad de la que se quiere admitir, también que poca gente conozca el increíble trabajo artístico de Hilma af Klint como pionera del movimiento abstracto, con obras mucho más interesantes que las cutres muestras de Joan Miró y muchos más... no obstante, el año anterior ocurrió algo que jamás creí pasaría en toda mi vida, Eric Cartman fue a buscarme a mi casa.

Cualquiera creería que es normal que un chico vaya a buscar a su amigo, charlaran un par de horas y al final ambos se despidieran antes de que uno de ellos iniciara su vida en la ciudad. Desgraciadamente estábamos hablando de Cartman, mi némesis antisemita que decía avergonzarse de que yo fuese parte de su grupo de amigos; siempre buscaba molestarme en todo momento y jamás perdía la oportunidad de burlarse de mí entonces, ¿por qué mierda se atrevió a pararse en el pórtico de mi casa como si fuera lo más normal del mundo? Aquella tarde estaba tan sorprendido que no sabía cómo debía actuar. 

Cuando estuvimos encerrados en mi habitación, no pude sentirme más que incómodo, por su parte, él se veía tranquilo y relajado sujetando la taza de té que había recibido de muy buena gana de parte de mi madre, ¡maldita sea, Cartman se estaba portando como una persona decente! ¡EN MI CASA! Debía estar soñando porque en serio, en serio, ¡EN SERIO! no lo podía creer, ni cuando saludó a mi mamá con la mayor cortesía que solo se espera de un noble que habla con una mujer mucho más adinerada, hasta cuando revolvió el cabello de mi hermano que lo observaba con reticencia porque no era tonto y lo conocía. ¡Vaya, si hasta recibió el té con los mejores halagos del mundo! Conociendo a ese culo gordo, nadie podía culparme por estar a la defensiva, ¿verdad?

Al principio hablaba de cosas triviales mientras admiraba mi recámara, ya que era la primera vez que estaba en ella. Pasó los ojos por la serie de libros que había en mi escritorio, de los pocos lugares que todavía no me vetaban, era la biblioteca y sobre todo porque el hombre que la atendía era uno de los amigos que todavía me quedaban. Al detenerse en un libro en específico, "Así habló Zaratustra", lo vi hacer una expresión de auténtica sorpresa y yo me enfadé con él por ello.

—¿Qué? —le pregunté rudo y él me observó sin quitar ese gesto estúpido de incredulidad de la cara— ¿acaso los judíos no podemos leer a Nietzsche?

—¿Sabes leer? —casi me hizo creer que ignoraba ese detalle, pero bien sabía que solo buscaba la forma de molestarme. En serio, ¿qué mierda hacía en mi casa?

—¿Podrías dejar de actuar de esa manera? —más que pregunta, era como una súplica. Me sentía tan incómodo como si le estuviese mostrando mis puntos débiles a aquel que solo quería lastimarme— ¿qué es lo que quieres, Cartman? Sé que no estás aquí por el té... o porque seamos amigos —comenté, a diferencia de con Kenny y Stan, no me permití bajar la guardia en ningún momento— en serio me estás asustando.

—Pobre Kahl —se rio de mí sin dejar de revisar los títulos de los libros en mi escritorio y yo bufé con hartazgo sintiendo unas ganas casi incontrolables por enterrarle mi dreidel de barro en el ojo y fingir que había sido sin querer— ¿tanto te aterra mi presencia?

—Yo no te tengo miedo.

—Deberías... —sonrió arrogante mientras dejaba su taza de té en el escritorio— ¿has leído los periódicos últimamente? —luego de aquella pregunta, se palmeó la frente mientras gruñía— ¡oh, lo siento! Tú no necesitas leer las noticias porque seguramente vives lo que allí se relata —se burló y yo apreté los dientes con furia conteniendo toda la rabia que amenazaba por salir, si no le decía nada era porque tenía auténtica curiosidad porque me respondiera sobre qué hacía en mi casa, pero a como iban las cosas, no creía poder resistir demasiado tiempo. Sonrió divertido sin dejar de revisar los libros en mi escritorio, me había tomado tan desprevenido con su llegada, que ni tiempo me dio de al menos guardar mi diario... sí, era un chico y tenía un diario... ¡por dios, hacía tiempo que solo habitaba en un cuarto de nueve metros cuadrados! Creo que nadie podía juzgarme por ello.

Siempre a tu lado... 💖Style💖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora