Capítulo 25: Sospechas.

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17:43. Los días aún no han empezado a alargarse. Aún es enero. 28 de enero exactamente. La mano caliente de Michael arropa la mía. Caminamos hacia la casa de mi padre. Algunos flashes se disparan a lo largo del paseo.

—Mic... —Le miro con preocupación.

—No importa, no importa. —Me acaricia la cabeza y revuelve mi pelo.

—¡Eh!

—Como echaba de menos a la Anne dulce y simpática.

—Lo siento —me río—, ya sabes que no puedo evitarlo.

—Lo sé. —Me acomoda el pelo que segundos antes él mismo despeinó.— Supongo que es modo de defensa propia. —Yo asiento antes de que él sonría estirando sus rosados labios.

—Anne, ¿podemos hacernos una foto contigo? —Dicen un par de chicas de unos 14 años que se cuelan y se ponen en frente de nosotros.

—Claro. —Una de ellas me da su móvil y yo se lo doy a Michael para que haga las fotos. Después de haber obtenido sus fotografías, nos preguntan si estamos juntos otra vez. Michael responde por mí contento y seguro de sí mismo, las chicas nos dan un abrazo y se marchan por donde habían venido.

A las seis de la tarde llegamos a la calle de mi padre. Caminamos hacia la puerta del bloque de pisos. Cuando estamos a punto de llamar al telefonillo, una mujer sale en chándal por la puerta y nos la deja abierta para que entremos. Subimos al ascensor y pulso el botón de la quinta planta. Los segundos en el ascensor se me pasan muy rápido, demasiado. Un pitido se emite por parte del ascensor avisándonos de que ya hemos llegado a la planta correcta. Michael sale seguido de mí por la puerta y espera en el descansillo de la planta correcta. Llamo al timbre y la insoportable Jane se asoma por su umbral.

—Anne, qué de tiempo. —Dice y se lanza a mí para abrazarme. Yo le correspondo, me he puesto como meta tener la fiesta en paz esta noche.

—Tengo que venir más por aquí. —Digo con entusiasmo fingido y dificultad ya que su asqueroso pelo moreno está haciéndome cosquillas en la nariz y metiéndose entre mis labios.

Cuando se separa guío mis ojos hasta su barriga, aún es pronto, aún no se nota. Detrás de ella aparece mi padre y me abraza al igual que Jane.

—¿Quién es él, Anne?

—Él es Michael —contesto a Jane—, es mi novio.

—Encantado de conocerles. —Michael cortés, le da la mano a mi padre y da un beso en la mejilla a Jane.

—Pasad y sentáos. —Dice Jane toda hospitalaria.

Michael y yo entramos y nos sentamos en un par de sillas de madera. Jane se va para la cocina y mi padre se sienta frente a nosotros en la mesa.

—Bueno, ¿estás nerviosa por tu viaje? —Me pregunta Papá.

—Súper nerviosa. ¡No te haces una idea!

—¿Tú irás también, Michael?

—Me temo que no podré, las personas normales tenemos clase. —Me mira con envidia y los tres reímos.

—Anne, ve a ayudar a Jane en la cocina.

—¿Por qué?

—Porque está embarazada, ¿y quién mejor para ayudarla que tú, una mujer? —Comenta mi padre. Me muerdo la lengua para no contestarle, pues la actitud machista que tiene no me gusta un pelo.

Por una vez, siento pena por Jane. Mi padre nunca ha sido machista, pero si lo está siendo, Jane estará pasándolo muy mal; es decir, ¿a qué mujer le gusta y le agrada que le traten como si fuese débil o inferior? Si existe tal mujer, me encantaría conocerla. Pero, claro que existen esas mujeres. Esas mujeres soportan estos tratos y ni siquiera se dan cuenta. Por eso, las demás tenemos que ayudarles a abrir los ojos. De todas maneras, eso no está precisamente en mi mano...

Mi padre, sí, eso... ¿Qué es eso que está cambiando a mi padre tanto durante el último año? Mi sexto sentido —el cual me ha servido en muchas ocasiones diferentes— me dice que algo no va bien. Sé que no soy vidente ni adivina y tampoco leo las mentes pero, tengo una sensación extraña dentro de mí. Tengo que llegar al fondo de esto. Ahora que lo recuerdo, tengo que llegar al fondo de muchos asuntos y son pocas las horas que me separan de Londres. En Londres será todo mucho más difícil ya que estaré bastante lejos y todo el día ocupada. Sea como sea, voy a seguir investigando —me siento detective— y observando con discrección. Nadie puede saber que me estoy dedicando a esto.

Me levanto y voy a la cocina, Jane está allí moviendo un cazo en una olla.

—¿Qué vamos a cenar?

—He hecho sopa de primero y de segundo tengo un solomillo cocinándose en el horno. —Me agacho y veo el trozo de carne cocinándose.— Y de postre, he preparado un flan acompañado de nata y caramelo.

—¡Por Dios, Jane! ¿Qué pretendes? ¿Que salga de aquí rodando en vez de andando? —Las dos reímos.

—Esto ya está... —Dice apagando la vitrocerámica.— ¿Puedes coger cuatro platos hondos del mueble de allí? Bueno, ya sabes de qué mueble.

Me acerco al mueble de los platos y los vasos y cojo cuatro platos hondos según me dijo Jane. Ella los llena de sopa y mientras tanto yo voy hacia el salón. Escucho como Michael y mi padre hablan de deportes, en concreto de baloncesto. Baloncesto es el deporte favorito de Michael, lo había olvidado. Sea como sea, les interrumpo la conversación:

—¿Nos ayudáis a poner la mesa? No, espera, ayudadnos a poner la mesa, y sí, es una orden.

—Está bien, cariño, ya vamos. —Dice mi padre y se levanta riéndose haciéndole un gesto a mi novio.

Ponemos la mesa entre los cuatro y nos sentamos a comer. Por suerte para mí y para mi padre, la cena transcurre bien, extrañamente bien. No hay discusiones ni conflictos. Hablamos de diversos temas: el embarazo aún no notable de Jane; Michael; Londres; Lauren -por supuesto no menciono nada de mis sospechas ni investigaciones, de verdad que me siento toda una detective-; la situación actual del país —en cuyo tema casi no participé—... etcétera.

Después de cenar, Jane nos enseña, a Michael y a mí, la que será la habitación de su hijo. Nos explica que la están decorando pero aún no se atreven a pintar la pared de un color u otro, porque aún no saben el sexo del bebé. Volvemos al salón y Jane sirve el postre. Todo está increíblemente riquísimo. A las once de la noche Michael y yo decidimos que es hora de irnos. Me despido de Jane y después de mi padre.

—Ten cuidado en Londres, es una ciudad muy grande. —Me dice.— No te separes de tus amigas. Si necesitas algo, lo que sea, llámame y estaré allí.

—Vale, Papá, gracias, nos vemos. —Le digo y nos abrazamos.

Michael y yo salimos de la casa y más tarde, del edificio. Caminamos sin prisa por las calles oscuras y vacías.

—Será mejor que coja el autobús, estoy muy lejos. —Digo cuando pasamos cerca de una parada.

—Está bien.

—Pues —me acerco al horario de los autobuses— yo cogeré el 3 y tú... —sigo mirando— el 6.

—No, te acompaño a casa y ya me vuelvo yo solo.

—Michael no hace falta.

—Sí que hace falta. —Se acerca a mí y me besa.— Sabes que no lograrás que cambie de opinión.

—Vale, vale. —Digo riendo y enseñándole las palmas de mis manos.

La humedad de la noche fría cae sobre nosotros y otros dos jóvenes que nos acompañan en la parada de autobús. Me muero de ganas por llegar a casa y tirarme en la cama. Mis pies no pueden más. Sé que soy una floja, pero estoy muy orgullosa de ello. Por algo será que siempre suspendía Educación Física. Eso me recuerda que no tendré que volver al Instituto hasta Dios sabe cuando. Perfecto.

El Susurro de AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora