Capítulo 9- Errores

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Arlet

Estúpida, estúpida, estúpida

En qué momento drogarme con un desconocido sonó como algo racionable, tenía que irme, había algo raro en él estaba demasiado tenso y constantemente volteaba a su izquierda como si algo o alguien lo estuviera observando y por consecuencia a mi también.

Me levanté y aventé lo que quedaba del cigarro al suelo, su boca se abrió para decir algo, pero desvió su mirada y se lo calló. Sin dudarlo dirigí mi mirada a donde hace unos segundos la suya se alojaba, me acerqué en esa dirección.

-Oye...-me llamó mientras agarraba mi mano, pero como supuse sus palabras solo eran para que no siguiera avanzando. Lo cual no funciono y seguí.

-¿Quién esta ahí?- 'pregunté enojada, de no poder bajar la guardia, de al respirar tenerme que asegurar que no hay veneno en el aire.

-N..nada

Claro que estúpida fui, avance más hacia donde su mirada se dirigía, la misma sensación que surgió en la sala de juntos apareció me sentía observada y vigilada, pero yo no tenía miedo solo ansias por saber quien estaba ahí y enfrentarlo.

Cuando seguí un disparo se escucho el chico de cabello castaño ya no estaba, era yo contra lo que fuera que emitió ese sonido. El sonido de los disparos se escuchó del lado totalmente contrario de a donde me dirigía, es solo indicaba que si había algo y eso era una distracción, la paranoia es una exageración para las personas comunes, pero para quienes nacemos y yacemos en poder en guerras de esto mismo, la paranoia y superstición era una salvación y cualidad. No eran coincidencias Alexander, la sala y sus cámaras, el chico y los cigarros todos estaban conectados, indagar más era lo que me exigía mi cuerpo, como siempre su deseo no fue concedido gana quien piensa con la mente, en este momento yo tenía la desventaja no importa a que me enfrentará.

Regresé de donde venía gotas de sangre marcaron mi camino.

Me agache para examinarla, era un poco oscura y demasiado líquida, la sangre no era de una persona, un animal era su posible dueño.

La cantidad de la sangre cada vez aumentaba más. Una fría brisa impactó mi espalda cuando mi mano toco mi cadera y recordé que había dejado todas mis armas en la casa.

Seguí con mis firmes pasos sin derramar no una sola gota de miedo.

Hice una mueca ante la voz que me recordaba todo aquello que quería quemar, seguían sus susurros sobre mi debilidad y no los podía parar. Mis ojos se empezaron a nublar hasta que algo chocó mis zapatos ya no eran gotas de sangre eran cuerpos de animales, específicamente ciervos. Un papel blanco yacía en medio de la masacre de aquellos animales.

Yo no advierto, actúo.

La próxima vez no van a ser animales.

Arlet

Me acerqué más y pude notar que los ciervos tenían collares, no eran unos simples ciervos eran los que se me regalaron cuando eran pequeñas, mi abuela me los había obsequiado ante mi fascinación con los animales.

La foto... esto, era claro que quien estuviera detrás de esto sabía lo que hacía recordar es más doloroso que atacar al presente. Esto no solo era una simbólica masacre hacia mi infancia, era una advertencia de que ellos podían entrar a mi casa, cuarto a mi sellado pasado sin dejar rastro, sin ser detenidos.

Tres estúpidos ciervos, que me hacían recordar a la niña feliz que alguna vez fui, que hacían memoria a esa dulce mujer que desapareció sin rastro, que crecieron conmigo, que me acompañaron en la niñez. Querían guerra la obtendrían, limpie las lágrimas que caían en mis mejillas, alce la cara y seguí como si nada pasará, pero el macabro rayo de la verdad iba a azotar sin dejar tiempo para reaccionar hasta que el daño estuviera hecho.

La última batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora