El príncipe Youl solo necesitó un par de segundos para perder por completo la concentración; lo que estuviese diciéndole la guardiana del bosque, sea lo que fuere, pasó a un segundo plano tan cuando el inadvertido ruido de la caída se coló por sus oídos. Sus ojos oscuros se abrieron más de lo usual, debido a la sorpresa; por otro lado, sus labios quedaron sellados mientras gotas de saliva bajaban con dificultad por su reseca garganta; y los latidos de su corazón se detuvieron por un instante, antes de que su ritmo cardíaco retomara su curso con violenta rapidez.
Hytris estaba allí, tirado en el suelo, con el cabello alborotado; la ropa polvorienta, desarreglada y algo rasgada; y la piel lastimada, con uno que otro enrojecido rasguño causado por las ramas. En su rostro, una mueca de dolor apareció con intenciones de prevalecer; de su boca escapaban quejidos, acompañados de maldiciones pronunciadas entre dientes; el cielo en su mirada se notaba acuoso y, aunque las pequeñas gotas saladas se acumulaban en sus lagrimales, el hada se esforzaba por evitar que se transformaran en una irremediable llovizna.
El origen específico del malestar de la criatura alada era un misterio para Youl.
—¡Hytris!
La exclamación de Cirxem logró oírse en medio de los lamentos. De no ser por ella, que se acercó al hada con evidente preocupación, el otro muchacho se hubiese tomado su tiempo para reaccionar como correspondía; la imitó de inmediato y se posicionó a su lado, de rodillas frente al rubio.
—¿Estás bien...?
Al terminar de articular aquella pregunta, se sintió el rey de los estúpidos; en su defensa, no pudo reprimirla. A pesar de ello, se recriminó para sus adentros —un par de veces seguidas—, conforme observaba cómo la chica se disponía a examinar al hada: en cuanto sus delicados dedos se pasearon por encima del cuerpo de Hytris, apenas rozándolo con las yemas, el rubio dejó salir un débil lloriqueo que la hizo parar en el acto; Youl contuvo la respiración por tal motivo, y no se dio cuenta de ese hecho hasta que sus pulmones reclamaron el tan necesario aire.
Si bien deseaba que de su boca surgiera una que otra palabra, el príncipe no era capaz de emitir nada en absoluto; la impotencia reinaba junto a la sensación de inutilidad que con ahínco se apropiaba de él: ver al hada en ese estado le producía un nudo en el estómago, y una asfixiante presión en el pecho que no podía evitar.
—Se ha fracturado varios huesos...
—¡¿En serio?!
Cirxem pareció ignorar el tono sarcástico que empleó Hytris; a diferencia de Youl, que no apartaba su vista de él.
—Necesito que se calme.
Incluso después de haber dicho eso en un tono bajo y sereno, el semblante de la guardiana expresó inflexible seriedad; ambos chicos pusieron su atención en ella al escucharla hablar.
—¡¿C-cómo quieres que lo haga?!
La pelirroja le respondió con un gesto de disgusto: su entrecejo fruncido no era algo que acostumbrase a trastocar sus facciones, razón por la cual consiguió que Hytris guardara silencio y procurara mantener la compostura; la criatura alada inhaló y exhaló profundo.
—Su Alteza...
—¿Mmm...?
Youl se limitó a mirarla por el rabillo del ojo; se percató entonces de que Cirxem ya no revisaba al hada, y por eso fijó sus ojos oscuros en la elfa.
—Ardarium siente lo que usted —susurró, posando las manos en su propio regazo—. Tiene que tranquilizarse.
El príncipe hubiese querido no comprender lo que la muchacha le explicaba, mas resultaba imposible; al procesarlo, un remolino de vergonzosas sensaciones lo obligaron encontrar otro punto focal, lejos de las esmeraldas que permanecían imperturbables, y de esos zafiros que insistían en escudriñarle el alma: hablaba de él, solo de él.
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El príncipe y el hada
FantasiaEl príncipe Youl, de Elidair, se halla envuelto en una encrucijada: antes de finalizar el mes, debe presentarle a su padre, el rey Basith, un posible candidato a consorte real; de lo contrario, el soberano se encargará de decidir a quién desposará s...