Capítulo 17. La decepción

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Estando en casa descansando y poniéndose al día con su correo, a Adriana le llegó un WhatsApp de otra cirujana de la planta con la que trabajaba. Le decía que estaba invitada a una cena con todas las cirujanas y enfermeras de trauma. Y le recomendaba no faltar ya que así podrían ponerse al día. Bueno, por qué no ir. Por lo menos iría con Rosa. Y si la cosa se ponía pesada estaría el tiempo justo y se iría. No quería perder el tiempo y prefería estar con Gabriela.

La verdad que con el resto de cirujanas hablaba lo justo. Eran mujeres estiradas, prepotentes y muy arrogantes. Ella misma, como cirujana que era al igual que ellas, no las aguantaba. ¿Qué pensarían si supieran que estaba con una mujer? Encima con una auxiliar de enfermería… Pero eso fue lo de menos para ella. Se rió para sus adentros y se rió de ellas porque eran unas imbéciles, seguro que eran unas infelices en sus matrimonios de mierda y llevaban unos cuernos que las impedían entrar por la puerta de sus casas. Mientras que ella se sentía la mujer más feliz del mundo junto a Gabriela. Esa felicidad no la cambiaría por nada ni por nadie. 

La cena sería el viernes por la noche, en un restaurante bastante caro que estaba en el centro de la ciudad. 

Le comentó a Gabriela lo de la cena​ y enseguida la animó a que fuera. Así cambiaría un poco de aires y como ya le dijo la cirujana, Gabriela también estaba de acuerdo en que le vendría bien ir para ponerse al día en los temas de trabajo entre ellas. 

Llegó el viernes por la noche, y aunque no le apetecía nada ir a esa cena, Gabriela la ayudó a escoger un vestido que le quedaba precioso. Era muy sofisticado y elegante. Tenía que lucirse y quedar bien con ese grupo de arpías. 

Había quedado con Rosa en el restaurante porque Rosa tenía la intención de quedarse luego a tomar unas copas y Adriana no, Adriana quería llegar a casa cuanto antes para poder abrazar a Gabriela, hacerle el amor y finalmente dormir con ella. Ese era su plan perfecto y sabía que eso era lo que le esperaba cuando llegara. 

Empezaron a llegar las invitadas y tal cual llegaban, se iban sentando a la mesa. 

A Adriana le tocó sentarse entre dos cirujanas con las que solía compartir quirófano. Las conocía más o menos bien y en realidad no le gustaba como eran, ni Patricia, ni Carmen. Desde luego nunca las consideraría amigas y sí colegas. Eran mujeres que se creían más que los demás por ser lo que eran. Pensaban que el mundo giraba en torno a ellas. 

En frente de ella se sentó Natalia, una enfermera de trauma a la que casi no conocía bien pero podía reconocer que era más joven que ella y muy guapa. Aunque no tanto como su Gabriela. Ella era única. Además, pudo notar como la enfermera no le quitaba la mirada de encima y le sonreía de vez en cuando de forma pícara y sensual. Menos mal que no estaba Gabriela para ver cómo esa enfermera estaba coqueteando con ella. Y joder, ahora que estaba con Gabriela parecía que alguna mujer le iba detrás, ¿acaso tenía un letrero en la frente que ponía "soy lesbiana"?. Rosa estaba sentada al lado de Natalia y si se dio cuenta del coqueteo de la enfermera con Adriana. Aunque parecía que ella no le correspondía. Menos mal. Saludó a Adriana con cariño y se alegró de tenerla en frente. 

Cuando ya estaban todas, esperaron un poco para pedir la cena. Entre médicas y enfermeras serían unas quince mujeres. 

Al principio hablaban unas con otras sobre temas médicos, el quirófano y la planta. Y ya a media cena, cuando todas estaban más relajadas, comenzaron a hablar de los doctores con los que trabajaban, de las relaciones personales que se llevaban unos con otros y de los supuestos rumores que circulaban de unos y de otros.

En la clínica había doctores que les eran infieles a sus mujeres. Como también doctoras a sus maridos. Por ejemplo, en trauma todos sabían que había un doctor casado que se acostaba con una doctora soltera de medicina interna. Otro doctor que tenía un lío con una enfermera de urgencias. Adriana y Rosa pusieron atención a lo que estaban escuchando. Y el cuerpo de Adriana se puso rígido cuando Carmen comentó que había una auxiliar llamada Gabriela que llevaba locos a los cirujanos. 

-¿Habéis visto a la auxiliar de la que os hablo? ¿Sabéis quién es?- les preguntó Carmen animada. Se le daba muy bien poner verde a las demás. 

-¡Cómo para no verla, es guapísima!. Llama la atención, la verdad. Normal que la miren todos- Contestó Patricia. 

Adriana estaba pálida. ¿Y si sabían que Gabriela y ella estaban liadas?¿Y por qué ella no había oído hablar de Gabriela? Porque no sabía que llevaba locos a los médicos, claro, cuando ella tenía un descanso en vez de pasarlo con sus colegas se iba a la cafetería para verse con Alba, Laura, Rosa o Gabriela. De ahí que no se enterara de lo que se hablaba o se rumoreaba en los quirófanos. 

-Por muy guapa que sea y muy buena que esté, yo no saldría nunca con una auxiliar- dijo Carmen.

-Estoy contigo, Carmen. ¿De qué puede hablar un médico con una auxiliar?- Repuso Patricia. 

-Aunque seguro que le puede dar unos buenos polvos, con ese cuerpo de infarto que tiene- aclaró Carmen. El tema se les estaba yendo de las manos- Adriana, estás muy callada, ¿qué piensas tú al respecto?

A Adriana le costaba articular palabra y solo alcanzó a decir que pensaba igual que ellas. Que ella nunca saldría con un auxiliar de enfermería. Joder, acababa de cavar su propia tumba. Y lo único que intentaba era no llamar la atención de esas mujeres reencarnadas en el mismísimo diablo. 

La que sí se levantó de la silla para escupir las palabras que salían de su boca fue Rosa.

-¿Por qué os molestáis en hablar de los demás sin conocerlos? ¿Acaso conocéis a Gabriela? Y según vosotras solo tiene un buen polvo. Pues ya tiene algo más que vosotras, porque vosotras ni eso. No le llegáis a Gabriela ni a la suela del zapato ni como mujeres ni como personas. Y por cierto, que sepáis que es licenciada en psicología a parte de auxiliar- bramó Rosa. Si Adriana no tenía las narices suficientes para defender a Gabriela, a ella le sobraban y no dejaría que dos cirujanas imbéciles la pisotearan y la acuchillaran por la espalda. Al instante de defender con uñas y dientes a su amiga, agarró su bolso y se fue del restaurante, no sin antes echar una mirada asesina a Adriana. 

Adriana estaba bloqueada. No podía ni parpadear. ¿Y cómo es que a estas alturas se enteraba que Gabriela era psicóloga?¿Por qué Gabriela no se lo había dicho nunca?. No había sido capaz de defender a Gabriela y sí lo había hecho Rosa. Rosa le diría todo a Gabriela y con razón, se había comportado como una auténtica gilipollas. Pero ¿cómo decir que estaban hablando de la mujer que ella amaba? ¿Cómo pedir respeto por ella sin levantar sospechas? Ya daba igual, Rosa si había demostrado que era capaz de hacer cualquier cosa por Gabriela y había hecho el trabajo que tenía que haber hecho ella. 

Rosa no tardó en ir a casa de Adriana para decirle a Gabriela todo lo que había sucedido. Estaba muy dolida y decepcionada con Adriana, y no era para menos. No la quería para Gabriela, no quería para ella a alguien que no fuera capaz de defenderla en caso de ser necesario. Hoy le había demostrado lo poco que le importaba Gabriela como también que Adriana era como la gran mayoría de cirujanas de la clínica, no era ninguna excepción. 


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