- ¡Y he hablado! –una sola voz retumbaba en ese pequeño claro. -¡Como líder de esta tribu me corresponde tomar la decisión!
Naros el Poderoso hablaba furibundo, su cetrina cara estaba ahora enrojecida y las venas se resaltaban por encima de su piel.
- ¡Sombarel ha hablado claro! ¡Una gran manada de gotares, sardons y ebilires se acercan desde las tierras bajas del sur! Es nuestra oportunidad de hacernos con gran volumen de pieles, huesos y carne. Llevamos mucho tiempo asentados en este lugar, es tiempo ya de levantar campamento y continuar. Debemos ir tras esa gran manada y seguirla. Así ya nunca sufriremos por falta de carne. Las recolectoras dicen que cada vez tienen que caminar más lejos y casi no hay que recoger –dijo Naros el Poderoso.
Esa había sido la perorata de Naros por bastante tiempo durante la reunión. Según él, hace siete soles atrás, una semana, el brujo-herbolario Sombarel había tenido un sueño raro. Había visto una manada enorme de animales que se acercaba desde el sur y había visto a los hombres de la tribu más fuertes y vigorosos que nunca. Hablado con Naros, estos dos habían tomado la decisión de levantar el campamento y seguir tras esa manada. Pero incluso Naros siendo líder de la tribu, no podía tomar una decisión sin consultarlo con cada varón de familia. He ahí la cuestión de la reunión.
La tarde caía sobre el Valle Tranquilo. Luciendo matices del rojo al amarillo, el gran disco solar terminaba su recorrido y su esfera se hallaba, visto desde el suelo, a dos palmos de tocar las aguas de la laguna. El bosque y la colina proyectaban sombras y las de esta última había alcanzado las primeras chozas del campamento. Las aguas de la laguna se encontraban tranquilas y apacibles y en el bosque, se veían revolotear por las ramas de los arboles pequeños mamíferos y pájaros.
-Tienes razón en parte en lo que dices, Naros el Poderoso –dijo poniéndose en pie un hombre de apariencia mayor –pero te olvidas de una cosa. Las manadas de los grandes animales comedores de plantas y lo verde no viajan solas, pues atraen animales peligrosos que los cazan para alimentarse. Seguir a esta manada es poner en peligro a toda la tribu.
Bah –replicó Naros –nuestros guerreros nos defenderán, y tenemos el fuego que puede ahuyentarlos.
-Aun así, sigue siendo peligroso Naros –siguió diciendo el hombre -no podemos arriesgar a las mujeres y niños de la tribu.
Dicho esto, el hombre se sentó y otro se puso de pie. Este era alto y de espaldas anchas.
-Las raciones de alimento de las plantas están escaseando, y cada día los cazadores demoran más en traer carne, además, no hemos visto gotares en tres semanas. Si lo que dice el brujo-curandero Sombarel es verdad, entonces la decisión de Naros es correcta- expresó este hombre.
Cundo terminó de hablar se disparó un fuerte murmullo en el claro. Muchos hombres asentían con la cabeza, pero otros negaban. Calumaz estaba pendiente de todo mirando fijamente a cada cual. De repente se puso de pie. Naros enseguida lo miró y Kúsar, segundo jefe guerrero, apretó la lanza en la mano.
-En este campamento hemos crecido, nos hemos desarrollado y el bosque ha suplido nuestra falta de alimentos. Siempre llegaran gotares para cazar. Hemos podido pasar bien los tiempos blancos y fríos, no veo por qué debemos viajar y dejar este lugar -dijo firmemente.
¡Hemos podido pasar los tiempos blancos y fríos gracias a la carne de los gotares! ¡Pero cuando lleguen estos tiempos y no haya gotares que cazar, dime, ¿qué haremos? –le respondió Naros el Poderoso.
- ¡Sobrevivir! -gritó Calumaz. Y se quedó mirando fijamente a Naros. Este se levantó. Era más alto y grande que Calumaz, y sus enormes músculos estaban sujetos por tirillas de pelo de gotar. Vestía una falda similar a la de Calumaz, pero más ornamentada con hojas, huesos, piedras, plumas y dientes. De su cuello pendían numerosos collares y tenía pintado el torso con diversos colores extraídos de piedras raras machacadas. Su rostro arrugado denotaba fuerza, energía y firmeza. Sus ojos azules contrastaban con su largo y suelto pelo negro. Devoraba con la mirada a Calumaz.
-Tus ideas no tienen peso aquí en esta reunión Calumaz. Fuiste declarado Sucio la semana pasada, cuando negaste una orden directa mía y causaste la muerte de tres cazadores por los peligrosos boars.
Calumaz bajó la cabeza, recordando cómo había querido satisfacer su curiosidad entrando a una cueva. Solo para encontrarse a una enfurecida boar que, protegiendo su cría, los atacó. El enorme y peludo carnívoro pardo, de grueso pelaje, los atacó levantándose sobre sus pesadas patas traseras y dando zarpazos. Cada zarpa era más grande que la cabeza de Calumaz. Rugiendo furiosamente este animal había derribado a los compañeros de Calumaz. Calumaz se logró arrastrar horrorizado. Nunca debió haber entrado a la caverna, su curiosidad había costado la vida a tres cazadores.
De todos los peligrosos animales que Calumaz había visto, los boars eran los más terribles. Vivian en las cavernas y vagaban solos, excepto cuando estaban de época de reproducirse. Estos grandes carnívoros ya eran tan altos como Calumaz cuando caminaban en cuatro patas. No digamos en dos, en cuyo caso alcanzaban el nacimiento de la trompa de los lanudos gotares. Los boars se reproducían a principios de épocas verdes, luego pasaban la mayor parte del tiempo buscando caza en los bosques y pesca en los ríos y acumulando grasa en el cuerpo para una vez llegados los tiempos blancos y fríos recluirse en las cavernas en un estado de sueño parecido a la muerte. Esto duraba todo el tiempo frío y cuando este terminaba el ciclo volvía a comenzar. Se decía en la tribu y en otras que habían conocido, que aquel que lograra matar a un boar por su cuenta sería considerado el mejor y más valiente cazador de la tribu. Solo un cazador lo había logrado que recordara Calumaz y fue hace mucho tiempo.
Ser declarado Sucio es otra de las cosas que a Calumaz, como al resto de la tribu, lo repugnaba. Era una condición triste, cruel y denigrante a la que eran sometidos por un tiempo aquellos miembros de la tribu que considerara el líder y el brujo-curandero-espiritista. Por cometer una falta muy grave, como robo o asesinato o tomar la compañera de otro hombre. El que así era declarado no debía hablar con nadie de la tribu ni nadie debía hablar con él. Debía abandonar la convivencia con los suyos y estaba obligado a realizar labores penosas.
Pero según lo que Gos le había dicho, ya no era Sucio, ya no tendría que hacer cosas denigrantes y tenía derecho a hablar en la reunión.
-Me quitaste la condición de sucio Naros, ya tengo tanto derecho a hablar como cualquier otro –le replicó Calumaz.
-Precisamente, te retiré la condición de Sucio porque tengo una labor especial para ti Calumaz –le dijo Naros mirándolo fijamente y Calumaz creyó notar un tono de malicia en su voz. -He decidido que viajaras con 10 cazadores al sur y buscaras la gran manada. Encontraras su paradero y luego enviaras tres cazadores a mostrarnos el camino.
Calumaz se quedó de una pieza. Mirándolo sorprendido no supo que responder. Toda la congregación estalló de nuevo en murmullos, aquella noticia la tenía igual de conmocionados que a Calumaz. ¿Cómo puede ser posible que el joven Calumaz fuera seleccionado para una misión de tan grande trascendencia e importancia?
- ¿Aceptaras Calumaz?, depositaremos nuestra confianza en tu hallazgo –lo apremió Naros.
-Cuentas con la bendición de los huesos y las luces del cielo Calumaz- dijo el brujo-palero Sombarel.
- ¡Calumaz es muy joven todavía! –se alzó la voz de un hombre- solo ha visto 20 tiempos fríos.
- ¡Mi decisión está tomada! - gritó Naros el Poderoso poniendo ademán furioso y agitando la lanza de punta quemada y afilada con piedras cortantes en la mano.
Calumaz abrió la boca para replicar, pero enseguida calló. Algo increíble veía que avanzaba en dirección a la reunión por el trillo que descendía de la colina donde se montaba guardia. Un animal de pelaje marrón, bajo, rechoncho, oscuro con dos metros de largo caminaba en dirección hacia la reunión. Todos voltearon y quedaron tiesos mirando al extraño animal. Su hocico, parecido a la trompa del gotar, pero más corto, se agitaba rítmicamente.
El animal, que siguió avanzando por entre las chozas, no emitió ningún sonido. Cuando lo vieron más aun de cerca el asombro de todos no tuvo límites. Era un sardon… un sardon sin patas que reptaba como una serpiente.
“¡No puede ser!” se dijo Calumaz. El animal siguió avanzando y el círculo de la reunión se fue abriendo mientras se apartaban los hombres, cautivados por la visión del ser que caminaba sin patas. Mujeres y niños comenzaban a salir de las chozas y miraban con mirada que mezclaba curiosidad, miedo y horror.
Calumaz apretó firmemente la lanza en la mano y comenzó acercarse al extraño sardon que había visto ese mismo día cuando estaba de guardia en la colina. Los hombres, incluso Naros, Kúsar y el brujo-espiritual Sombarel lo seguían con la mirada.
Sucedió tan rápido que todos tardaron varios segundos en comprender que ocurría. Fue como si el sardon se alzara en dos patas y se le abriera una herida de la quijada a la ingle, y de su interior salieron dos manos negras y peludas y una cabeza de rasgos grotescos con los ojos muy juntos, nariz ancha y mostró los dientes. Dio el ser un alarido y lanzó una piedra en dirección a Naros el Poderoso. Pero erró el disparo que hirió en el hombro izquierdo a Kúsar, segundo jefe guerrero.
- ¡Hombres-bestias! - gritaron y Calumaz vio como el ambiente se transformó en un remolino y el aire se llenó de gritos de mujeres, gritos de hombres y gruñidos furibundos. Al minuto cerca de treinta pieles de sardons similares al primero habían surgido a los costados del claro por entre las chozas, llevando en su interior a treinta de estos temibles bípedos peludos.
El primer hombre-bestia que había lanzado la piedra a Naros sacó un enorme palo en forma de garrote y se abalanzó blandiéndolo en dirección a Naros. Kúsar se le interpuso con la lanza agarrada horizontalmente y trabó combate con el ser peludo. Esquivando los violentos garrotazos saltando de izquierda a derecha, lanzó una estocada al vientre del hombre-bestia. La bestia en dos patas rugió al sentir como la punta penetraba su carne. Pero agarró la lanza con las manazas. Kúsar no se esperaba esto, no estaba decidido a desprenderse de la lanza y tiraba de ella. Rugiendo el hombre-bestia avanzó en dirección a él clavándosele más la lanza y obligando a Kúsar a retroceder, aun sosteniendo la lanza. Los negros brazos de la bestia soltaron la lanza y le agarraron los hombros. Kúsar sintió como la fuerte mano apretaba la herida que le había causado la piedra. Sintió dolor insoportable
El pánico se apoderó de Kúsar, segundo jefe guerrero. Miró a su alrededor. Todo era una confusión de sombras, sangre y bullicio. Llamó a Naros, pero no lo vio por ningún lado. Naros el Poderoso había desaparecido. El hombre-bestia abrió la mandíbula y acertó un mordisco entre el cuello y el hombro izquierdo de Kúsar. Un chorro de sangre se disparó, Kúsar chilló y viendo la vida que se le iba en esa herida decidió llevar con él a la muerte a su matador y agarrando tan fuertemente la lanza que las manos se le pusieron blancas, clavó pie en tierra y, tomando impulso, se abalanzó contra el hombre-bestia y le clavó la lanza lo más adentro que pudo con sus últimas fuerzas. Bramó el hombre-bestia, que soltando el garrote aporreaba la espalda de Kúsar a puñetazos limpios. Pero Kúsar no lo sintió ya. Se desplomó frente al hombre-bestia chorreando sangre por la herida del cuello y su cabeza quedó colgando. Kúsar, segundo jefe guerrero, había muerto. Segundos más tarde el hombre-bestia dobló las rodillas y cayó encima de Kúsar. La punta de la lanza sobresalió por la parte baja de la espalda de la bestia y un hilillo de sangre comenzó a manar de esta, escurriéndose por el negro pelaje.
Muy cerca de allí Calumaz corría lanza en ristre. Divisó un hombre-bestia que había acorralado a dos mujeres que lloriqueaban y gritaban acurrucadas a una cabaña de troncos cubierta de pieles. El animal de dos patas levantó el garrote. Con la sangre hirviendo Calumaz corrió y aproximándose a la carrera por detrás del ser peludo, pegó un brinco y aterrizó en la espalda del hombre-bestia clavándole la lanza. El ser dio un alarido y cayó bajo el peso de Calumaz. Las mujeres se levantaron y corrieron. Calumaz levantó la vista para ver a donde iban, pero no logró verlas. Multitud de formas pasaban a su lado velozmente. Gritos, horrores, sangre, miedo, terror, furia se mezclaban en el pequeño campamento.
“¡Qué está pasando!” se dijo Calumaz. Sacó la lanza del cuerpo del hombre-bestia muerto por él y observando por unos segundos la lanza con la punta pintada de rojo, echó a correr.
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Calumaz. El Rey de los Huesos Rotos
Historical FictionEsta impresionante historia te llevará por aventuras y giros espectaculares que nunca te pasaron por la mente. Acompaña a Calumaz por sus aventuras... ayúdalo en sus peligros... y comparte sus sueños, su amor y sus deseos de descubrir un poco más.