Estaba en su habitación, recordando los buenos momentos que había pasado junto a la mujer que amaba, y a la vez convenciéndose de que casarse con la mujer no era la mejor opción, pero tenía que hacerlo. Deseaba que fuera ella, Aurora, con la que se casara frente a un altar. Deseaba volver a probar el dulce de sus labios y darle un abrazo eterno para no alejarse de ella nunca más.
— Y sobre todo, ayúdame a olvidar a Aurora, a la mujer de mi vida —le pedía a Dios entre sollozos, sin percatarse de la presencia de alguien más en su habitación.
— Enrique... —habló ella, parada en el umbral de la puerta.
— Aurora... Estoy soñando, ¿Verdad? —preguntó, mientras se levantaba y esperaba a que ella llegara hacia él.
— No, esto no es un sueño. Los dos somos reales, y yo estoy aquí contigo —respondió en cuanto lo tuvo enfrente, h tomó sus manos para entrelazarlas con las suyas— Vine porque nuestras vidas cambiarán a partir de mañana, y quería verte hoy que todavía eres Enrique... Mi Enrique —. Subió una de sus manos a su manos hacia su cara, y la acarició con ternura y lágrimas en los ojos.
— Y tú mi Aurora —dijo él, jalándola para fundirse en un fuerte abrazo.
Los dos lloraban en los brazos del otro, lamentándose el destino que tendría su amor, y que tendrían que separarse.
Enrique soltó a Aurora para ir a traer una botella de champaña junto con un lar de copas. Sirvió para los dos, y le entregó una de ellas a Aurora. Los dos bebían la bebida entre medios de pequeños besos y abrazos, ninguno de los dos dijo nada... Solo disfrutaban de los últimos momentos tan íntimos que compartirían juntos los dos.
Cuando se hubo acabado, él tomó una rosa del pequeño arreglo que estaba sobre la mesita, y se la acercó a Aurora y ella solo tomó su mano para acercarla un poco más. Juntaron sus frentes, y al mismo tiempo aspiraron el rico olor que desprendía aquella rosa roja. Con la perfecta sincronía que ambos tenían, depositaron un beso en la rosa, sin tocar sus labios, y los dos sonrieron.
Él depositó sus grandes manos en su pequeña cintura, rodeándola por completo, al mismo tiempo que la acercaba más a él. Sin dejar de abrazarla, la tomó de los hombros para besarla con pasión, bajando los besos a su cuello. Aurora al sentirlos, de inmediato puso resistencia, alejándose un poco de él, quien la miraba con algo de arrepentimiento en los ojos.
— Tienes razón, no es el momento, perdóname —se disculpó él, bajando la mirada, apenado.
— No, Enrique, perdóname tú a mí por lo que voy a hacer —lo calló ella, poniendo un dedo sobre sus labios.
Después de eso, se alejó completamente de él, mirándolo directamente a los ojos. Y de la misma manera, siguió viéndolo mientras que llevaba una de mis manos a uno de los tirantes de su vestido, bajándolo lentamente ante la mirada llena de sorpresa de Enrique. Repitió lo mismo con el otro tirante también, para después bajar hasta el suelo su vestido, quedando su cuerpo totalmente expuesto ante él, ya que no llevaba nada más debajo de este.
Aún conservando sus tacones, se acercó de nuevo a él, mirándolo con una sonrisa. Enrique solo la llevó a sus brazos, sintiendo el calor de su cuerpo pegado al de él. Bajó su boca a su hombro, besando esa parte, haciendo su cabello a un lado para darle más acceso a esa zona, mientras que hacía suaves caricias circulares en su cintura.
Aurora subió sus manos a la cabeza de él para acariciar su cabello, jalándolo de vez en cuando al sentir que los besos de él descendían por su clavícula hasta llegar al canal de sus senos, pasando la lengua por ellos en algunas ocasiones.
Él viajó una de sus manos hacia el muslo de ella, para después subir una de sus piernas a sus caderas, quedándose un rato ahí con las caricias. Estaba disfrutando y deleitándose de su cuerpo, que tendría por lo menos esa noche, no le bastaba con una sola, pero se conformaba con haberla tenido.