XXXVII.

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Nos levantamos, y caminamos por el lugar, para encontrar un puesto de salchichas, pero veo a Mario, él está con Larissa.

—Sebastián, vámonos en este momento.

—Pero, yo quiero probar otras comidas —me dice Sebastián.

—Y también quieres, que tu sobrino nos vea —le digo, señalando a Mario y a Larissa.

—No los había visto, tienes razón, mejor vámonos a casa, podemos venir otro día —me dice Sebastián.

Sebastián me toma de la mano, y caminamos deprisa hasta llegar al auto, cuando ya estamos adentro, me siento más tranquila.

—¿Por qué tenemos que escondernos? Me siento como un delincuente, Amalia no estamos haciendo nada malo.

—Lo sé, Sebastián por favor, solo confía en mí, no quiero que Mario se sienta mal, él es mi mejor amigo, no quiero que sufra, sé que si él nos hubiera visto, se hubiese sentido muy mal.

—Yo tampoco quiero que Mario sufra, pero no quiero que nos escondamos toda la vida, solo por que mi sobrino no acepta nuestra relación.

—Tienes razón, mejor solo vamos a casa a descansar, después puedes hablar con Mario, prométeme que lo harás.

—Si, mañana hablaré con él, no quiero que el este molesto conmigo, lo quiero como un hermano.

Sebastián arranca el auto, durante todo el camino solo pienso en mamá, sé que ella talvez no me quiere, o no me lo
demuestra pero, es mi mamá después hablaré con ella, quiero llevarme mejor con mamá, ser más cercanas y olvidar todo, comenzar otra vez.

Llegamos a casa, me siento en el sofá, estoy cansada, es mucho sexo para mí, pase de ser una virgen que no hacia
nada malo, ahora soy otra mujer a la que le gusta mucho el sexo, también se enamoró de un mujeriego que ahora se
enamoró de mí, al menos yo lo hice sumiso.

Sebastián se quita la ropa, después se dirige a la habitación, después de unos minutos sale solo en pantalón de pijama sin camiseta.

Observo a Sebastián, se me hace agua la boca, ¿cómo es posible que alguien sea tan sexi?

—Amalia, en serio me estás preocupando, en este momento estás babeando.

—No, ¿qué te hace pensar eso? —le digo, mientras limpio la saliva de mi boca.

—Creo que ahora he creado alguien igual a mí, pero igual me gusta.

—Tú sacas lo peor de mí, además como quieras que no te mire, tú me estás provocando —le digo.

—Yo no estoy haciendo nada, tú eres la que me está devorando con los ojos.

—Dime algo, ¿qué sientes ahora que eres mi sumiso?

—Pendón, ¿soy tú qué? Tú eres mi sumisa.

—¿Quieres que te lo compruebe? Tú eres mi sumiso —le digo mientras camino hacia él.

—Enserio, ¿Amalia, que es lo que te pasa? Ahora parece que, tú eres la salvaje ahora.

—Entonces tienes razón, es mucho sexo para ti, me iré a descansar a la cama un momento, pide algo para cenar, después me despiertas.

Camino hacia la habitación, me quito los zapatos y después la ropa, y me cambio para estar cómoda, después me acuesto
sobre la cama, estiro mi cuerpo por completo hasta que ya no puedo más.

Abrazo una de las almohadas de Sebastián, tienen su olor en ellas. Escucho que la puerta se abre finjo estar dormida.

—Amalia, ¿estás dormida? —me pregunta. No le respondo nada, no quiero que se dé cuenta.

TAN SOLO UNA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora