Fagocitosis azul

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I.

Las negociaciones de paz empezaron a las nueve en el el McDonalds de Cafam floresta.

"Al menos" pensaba Mariana no sin cierta mala espina "aceptó ir".

—Pide lo que quieras y no te será negado, voy a gastar.

Las cosas a continuación pasan más o menos así:

Mariana me encuentra en una mesa junto a la ventana comiendo como si tuviera un impulso de atracón bulímico, se fija que en la mesa apenas están los pepinillos residuales de una hamburguesa con salsa, hay papas, hay anillos de cebolla apanados, hay gaseosa y al sentarse nota un peculiar olor a alcohol.

Algo no anda bien, el sujeto frente a ella tiene la esclerótica de los ojos roja como si hubiera metido vicio y sus iris viajan de aquí para allá se pregunta la razón. Ahora, vas a preguntarte por qué estoy comiendo si igual lo voy a vomitar todo dentro de un rato, estoy malgastando el dinero estúpidamente, irresponsablemente.

El tipo frente a ella come como si hubiera pasado un mes de el Kalahari. Pero, criaturas, sepan que un juicio se debe hacer frente a actos racionales; los irracionales, los impulsos que nacen de la inteligencia inconsciente, hambrienta y primitiva, el dinosaurio que todos llevamos dentro, están fuera de juicio, juzgarlo es ser hipócrita.

Lo que tenía era hambre de sangre y de sabores que no puedo obtener y de noches de malestar y de hamburguesas irrelevantes del McDonalds.

—Ingrid está cambiada, yo no tengo idea de qué pasó...— Toma una pausa para mirar atentamente el pedazo de tocineta que me llevo a la boca, con un desagrado abierto— ¿Qué hizo ella? ¿Qué es lo que te molesta?

Me he dado cuenta mientras repasaba las notas que escribo que todo gira en torno a Ingrid, así que no planeo dar muchas vueltas, la conclusión de este manuscrito es que Ingrid es una piedra y Mariana un espárrago.

Mariana, ni comer en paz puedo, me quise quedar quieto y no pude, intenté existir en paz y la vida cuando la abandoné se puso interesante, gente quedó asfixiada por mi mero capricho, porque ni alimento fueron y ahora veo sus rostros en el azul de mi vista, apareciendo cada noche, pero me acostumbré a ello porque tengo qué, porque viene con este ser, pero yo solo quiero quedarme callado viviendo en la hamburguesa que son las ciudades nocturnales entre la tierra y el cielo. ¿Sabes a qué saben las nubes? ¿La noche? ¿La arquitectura umbría de esta metrópolis cuyas siluetas, el sabor pétreo de los edificios y los tejados y los aleros y los balcones no has devorado?

Cuando nos pasan estas cosas, pienso, es como un tsunami rebote que arrasa todo en segundos, esos son los sentimientos que una vez sentidos desatan la caída libre. Cuando llega, llega con fuerza, sin clases de natación, hay que vadear como niño pequeño para sortear sus embates, resistes la marea y el salitre, brazada a brazada, patada a patada, esforzándote en uno y otro, al ritmo que marca la cordura, con movimientos alternos y desesperados de muerto ahogado luchando contracorriente.

—¿No te tenía envidia?

—¿A mí?

—Sí. Ya lo sabes, porque Ingrid tenía la sensación que nosotros hablábamos más.

—Pues...

—¿No soy una mala compañía?— En ese momento Viko mira por la ventana —Dile que esto es porque la fastidiaba mucho y quizá era aburrido.

Algo dentro de su cerebro conecta y se da cuenta de que está viendo algo imposible: ¿cómo sé que Ingrid le dijo en varias tardes de helado y caminata que soy una porquería? Ese es la clase de secreto que se queda entre las mejores amigas.

—¿Cómo sabes?

—Espera. Tengo que ir a vomitar.

Le baja un escalofrío ¿lo dije literalmente? La resolución: me levanto y me voy al baño, ella se queda allí sola y pensando en que está todo muy cagado, que ella es mala para las relaciones interpersonales y que la ensalada vegetariana que pidió se demora mucho. Una ensalada evidentemente no va a crear un ambiente mejor, pero tener algo en la boca para masacrar ayuda en momentos de tensión y ansiedad.

Piensa que es irónico que me guste escuchar La oreja de Van Gogh, porque cuando regreso, regreso tarareando una canción.

—Yo no le tengo rencor.

—¿Si ella se disculpara la escucharías?

—No

—Y que no le tienes rencor

—¿Eso no se llama salud mental? A veces tú también te cansas de la personalidad variable de ella ¿y si hablara pestes de ti a tus espaldas? Judas.

—Confío en ella.

—En mí no por que yo soy un aparecido de la nada.

—Porque yo tengo confianza.

—Caminemos.

II.

No vale la pena mencionar toda la batalla que hay entre Mariana y yo, si ella fuera un árbol sería un laurel de ramas retorcidas y raíces verdes, su alegato se basa en un único argumento, ella lo sabe, ella está viendo que no estoy cediendo ante su presión y no tiene un canto de donde agarrar.

Avanzando por la avenida 68 casi vacía, ella siente un fragmento de la inmensidad inmanejable que siento, cuando estamos lo suficientemente lejos hago una pequeña herida en su cuello para probar su sangre y así, ingresar en su río de pensamientos, pero ella se centra en el espacio liminal que se ha creado.

Me lanzo contra su cuello.

—Yo no voy a perdonar a Ingrid.

La sangre más que ser un puente telepático es un puente empático, son dos minutos en los que estrello mi boca manchada de sangre contra la de ella, por dos minutos ella siente con precisión quirúrgica lo que siento y yo sé lo que piensa y ha pensado este tiempo. Por dos minutos un humano es un noctámbulo y siente el frenesí y el dolor absurdo de la sangre, pero no se ve rojo, no en furia, en cambio es un azul desteñido, es el deseo que palidece en índigos y cobaltos.

Voy a comerte, como dinámica de deconstrucción social y no va a quedar nada.

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