Capítulo 11

127 5 0
                                    

Noté cómo mi cuerpo giraba sobre sí mismo mientras un montón de rocas me zarandeaban, manoseaban y hacían escándalo dejándose llevar un poquito demasiado por el entusiasmo.

En un par de minutos me tenían envuelto en la misma vestimenta y... ¿corona? que me pusieron la primera vez que intentaron casarnos a Anna y a mí. El ajetreo no me estaba dando realmente mucho margen para pensar, pues estaba más ocupado intentando no ser derribado ni aplastado por mi peculiar familia, pero, en el momento en que me lanzaron a aquel agujero al lado de la que estaba a punto de ser mi esposa, todo lo demás desapareció. Ya no oía sus gritos ni sentía sus pellizcos en las mejillas; no podía ni pestañear. Sólo podía viajar por la mágica imagen de Anna ante mis ojos. Si la otra vez me pareció lo más hermoso que había visto, esta vez me pareció simplemente tan deslumbrante que eclipsaba a la anterior. Supongo que el desbordante amor en su mirada y el hecho de no estar muriendo presa de un corazón helado tenían bastante que ver también.

Cliff se situó ante nosotros como hizo en su momento y comenzó a oficiar la boda sin darnos tiempo a intercambiar ni una sola palabra. Mis oídos continuaron perfectamente desconectados del mundo exterior y apuesto a que mis ojos centelleaban movidos por la emoción en mi pecho, incapaces de dar ya una lágrima más después del desparrame del día anterior. Iba a ser mi mujer, por fin, ¡de verdad! Después de años creciendo juntos, de perderla antes de tenerla, de estar a punto de perderla otro montón de veces después; después de amarla durante todo este tiempo con todas mis fuerzas, después de renunciar a ella y de darme cuenta de que jamás podría sacarla de mi vida en el mismo día; después de aprender tanto de ella, después de aprender tanto sobre ella, después de sentirla invadir mi miente, mi alma y mi cuerpo, y, por increíble que me parezca aún, después de saber que lleva a nuestro hijo en su vientre, en su tierno y cálido vientre. Después de sentirme infinitamente amado y afortunado, aquí estoy por fin, en este peculiar y familiar altar, tomando sus manos (que ni siquiera recuerdo haber cogido), y escuchando su respuesta.

—Acepto.

Está bien. Hora de volver al mundo real.

—Y, tú, Kristoff, ¿aceptas a Anna como tu trolísima esposa en la luz y la oscuridad, en la tierra y la esencia con la fuerza de tus manos, la dedicación de tu mente y el calor de tu corazón vinculando tu alma a la suya por el resto de la eternidad?

—Sin duda, acepto.

Anna sonrió y el dulce rubor de sus mejillas resaltó aún más entre el verde exuberante de la capa de hojas y musgo que la cubría. Entonces, Cliff colgó un par de cristales de nuestro cuello y éstos comenzaron a brillar a la par que la aurora se dejó ver sobre el valle inundándolo todo de su particular magia.

—Siendo así, yo os declaro unión. Podéis besaros, trolltolitos.

Esta vez sí, cuando Anna se lanzó a mis brazos, llegó a ellos con todo su peso sin que nadie se metiese en su camino. La estreché con fuerza y algo de ansia y compartimos nuestro primer beso como esposos. Es cierto, probablemente ese matrimonio no tuviese ningún tipo de validez en ningún rincón del planeta más que en aquel valle, pero para nosotros era cierto y real. Finalmente, éramos unión.

Los trolls se alborotaron una vez más y comenzaron una aparentemente interminable fiesta en la que no parecía importar mucho si estábamos incluidos o no, por lo que tomé su mano y la alejé ligeramente del tumulto.

—Así que... extraoficialmente, ya somos uno —dije acariciando su rostro sintiendo cómo bebía de mis palabras.

—¿No lo éramos ya, extraoficialmente rey Kristoff de Arendelle?

Un nervio se agarró a mis entrañas al caer en la cuenta de aquel pequeño y minúsculo detalle.

—Siempre lo hemos sido.

Las cosas que importanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora