Narrador: Jarom Bradley
Me hallo descansando al pie de un árbol del bosque que se estremece ligeramente por el viento frío de la época. Quizás te preguntes la razón de tan aburrido pasatiempo y te lo explicaré: Cuando mi padre y los jornaleros toman la siesta después del almuerzo, aprovecho y me adentro en el bosque para buscar nuevos lugares en los que pueda sentarme e imaginar miles de historias fantásticas. Esto es lo más relajante que puedo hacer, ya que en mi vida todo es trabajo y más trabajo. Siempre he creído en las hadas y en criaturas fantásticas que habitan en los bosques. Muchas veces he escuchado historias en el pueblo sobre personas que han visto seres hermosos o extraños en estos bosques; es algo que yo siempre he querido experimentar, pero por más que me adentro en el bosque y paso un largo tiempo sentado o acostado al pie de un árbol, no he corrido con la suerte de ver algo que no fuesen animales silvestres moviéndose de un lado a otro.
No importa lo mucho que tarde, creo fielmente que un día correré con la suerte de ver algo maravilloso en estos bosques y ese día mi padre quizás crea en mí y en lo que dicen aquellas personas en el pueblo, porque hasta la fecha solo recibo sus regaños e insultos por andar en el bosque "perdiendo el tiempo", como dice él.
Un ruido extraño me hace renunciar a mi agradable siesta. Alarmado abro mis ojos; ¡quizás hoy sea el gran día que he esperado! Meto los pies en mis botas lentamente para no hacer ruido y espantar a lo que sea que produce el ruido. Me pongo de pie y aferrado al tronco del árbol asomo mi cabeza por un lado en dirección de donde proviene el sonido.
Unos arbustos se mueven y mis ojos están esperando con ansias ver a un hada. Mis manos tiemblan y la emoción recorre mi cuerpo erizando mi piel.
Cuando por fin creo que veré algo impresionante, dos ardillas salen del arbusto peleando entre ellas.
—Rayos —mascullo.
Otro día en el cual me lleno de emoción porque pienso que mi suerte ha llegado, pero como siempre algún animal es el creador del alboroto. Probablemente mi padre tenga razón: estoy perdiendo el tiempo buscando seres imaginarios que jamás aparecerán.
Me pongo en marcha de vuelta a mis labores cotidianas, maldiciendo en mi mente el tiempo que pierdo en el bosque todos los días. Escucho un grito a pocos metros de donde me encuentro. De seguro es algún animal y no iré en esa dirección, tal vez es un oso con su almuerzo o en su búsqueda y no quiero ser parte de su comida.
Continúo mi marcha por aquel camino entre los arbustos, ramas rotas y hojas secas; se puede escuchar el crujir en cada paso que doy, a pesar de mi suave desplazamiento. Vuelvo a escuchar el grito, esta vez es más audible y me doy cuenta de que no se trata de un animal: es un grito humano.
¡Un grito de una mujer en apuros!
Actuando de forma inmediata me dirijo al lugar; en otras circunstancias lo más lógico es que me aleje del problema que me es desconocido, pero estos gritos son de los que no se pueden ignorar, esos que sacan a la luz el coraje que llevamos por dentro. Evito hacer tanto ruido para no prevenir a lo que sea que esté atacando a la mujer, saco de la funda que cuelga en mi cinturón una pequeña espada de acero (de aproximadamente 20 centímetros), y la sostengo apretando la empuñadura con mi mano derecha.
Nuevamente escucho otros gritos a medida que avanzo por el bosque, como evidencia de que estoy muy cerca.
Me quedo congelado por el panorama que tengo a pocos metros: En un arroyo están cuatro criaturas de mediana estatura, piel arrugada y magullada por el paso del tiempo, con orejas puntiagudas y una risa chillona y macabra; sostienen una red en donde está atrapada una mujer que intenta con desespero escapar. Las bestias dejan caer la red al agua por un tiempo y luego la suben; ¡es como si se divirtieran a causa del sufrimiento de la mujer!
Apreté mi pequeña espada con fuerza sintiendo cómo mi mandíbula se tensa y mis pupilas se dilatan a causa del miedo y la rabia que tengo por dentro. Tomo todo el coraje que me produjo la desagradable escena y corro hacia las horribles bestias.
—¡Déjenla en paz, miserables bichos! —escupí aquellas palabras y luego apreté mis dientes.
Las criaturas voltean, sorprendidos y con una risa malévola dos de ellos vienen por mí. No retrocedo, sino que me lanzo en contra del primero, sosteniendo con osadía la empuñadura de mi pequeña espada. Intento imaginar mi pelea con un oso salvaje el verano pasado, esto debe ser igual, no tengo que temer a las extrañas y repugnantes figuras que tengo enfrente.
El primero intenta clavar sus afiladas garras en mi costado, lo esquivo con audacia y consigo hacer un corte profundo en el hombro de este; me preparo para dar el segundo ataque, sin embargo, el bicho raro se aleja lanzando un chillido ensordecedor. Por su herida un líquido negro repulsivo comienza a emanar haciendo que la bestia se revuelque como si por dentro de su desagradable cuerpo corriera fuego quemando sus entrañas y al caer al suelo su cuerpo se convierte en cenizas.
Aprovecho la distracción y me voy en contra del segundo, el cual se mueve con agilidad esquivando mi espada; sus filosas garras pasan desgarrando un poco de piel en mi antebrazo y se me escapa un aullido de dolor. Aun sangrando por la herida me enfrento a este con toda la rabia y el dolor que me produjo su ataque, mi espada solo logra realizar un corte entre su ceja y parte de su mejilla y al igual que el primero, la pequeña herida emana el líquido negro que hace que produzca chillidos horrendos y con sus manos sostiene con pánico su rostro. Sin entender mucho aprovecho la situación y con un segundo ataque clavo la espada en su pecho..., sobre su corazón.
Su aullido espanta a todos los pájaros que se hallaban en los árboles, quienes con pavor se alejan de los alrededores y la bestia cae al suelo desapareciendo de la misma forma que el anterior. Los otros dos que sostienen la red la dejan caer y se alejan del lugar llenos de espanto.
Corro al arroyo para rescatar a la mujer, saco con brusquedad la red debido a la rapidez que necesito antes de que se ahogue. Coloco a la mujer en la orilla y quito la red que la atrapa con ayuda de mi espada; ella parece haberse desmayado o tal vez se ahogó y me arrodillo a su lado agachando mi cabeza hasta que mi oído queda encima de su nariz, siento su respiración, a pesar de que es muy suave me indica que está con vida. Tomándola por los hombros la estremezco hasta que sus ojos se abren y desesperada me aleja de ella.
Mis pupilas se dilatan en extremo y mi boca forma una gran "O" cuando la mujer en un abrir y cerrar de ojos se convierte en una pequeña figura de aproximadamente quince centímetros e impulsada por unas alas brillantes se desplaza huyendo de mí.
—¡Es un hada! —Grito, asombrado por el acontecimiento tan esperado.
Es un hada y ahora se está marchando.
De un salto me pongo de pie, corro siguiendo la dirección que ella ha tomado y pese al dolor que se esparce por todo mi brazo no me detengo para revisar la gravedad de la herida que aquel bicho extraño me ha causado.
¡No puedo dejar que esa hermosa criatura que rescaté se escape, quiero saber algunas cosas y solo ella las puede responder!
Observo el destello que deja a su paso y cuando pienso que ya estoy cerca, una terrible punzada en mi pecho me hace caer entre las hojas y ramas que yacen en el suelo. Mi respiración se acelera en gran manera y el dolor que comenzó en mi brazo ahora se desplaza por todo mi pecho y siento mis pulmones arder. Observo que mi brazo se va obscureciendo tal cual como un árbol cuando se marchita.
¡Este es mi fin, lo puedo sentir!
Mis párpados se hacen pesados y sin más se cierran dejándome sumido en una profunda y peligrosa obscuridad en medio del bosque, mientras un ardor insoportable se desplaza por cada centímetro de mi cuerpo.
¡Espero les haya gustado el primer capítulo! <3
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El tesoro de un duende
FantasíaJarom, un joven convertido en duende como castigo de un hada. Exiliado del mundo de los duendes, atado al bosque por un tesoro que debe entregar para poder librarse del castigo, sin poder ser visto por los humanos que no creen en los duendes y sin p...