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Barrios bajo, Cambridge, Nueva Inglaterra
22 de diciembre, 2018

Daphne observaba a través de las ventanas blindadas de la limusina el barrio donde había crecido, nada había cambiado mucho en los meses en los que ella había estado ausente. Podía ver a sus antiguas vecinas, aún con sus delantales coloridos y vestidos de segunda mano, asomando sus cabezas de manera indiscreta por la ventana para ver el lujoso vehículo y preguntándose quién podría venir en este.

La limusina se detuvo frente a una casa. La chica sonrió con amplitud al ver su hogar; una pequeña casa de color amarillo y jardín descuidado. No era una casa de lujo, pero era su casa y adentro estaba su familia, y para ella era más que suficiente.

—Que pases felices fiestas, Daphne —le dijo Miss Katrina, su representante.

—Igualmente, Miss Katrina.

Daphne vio como la limusina se alejaba hasta que salió de su campo visual, diviso de mejor manera a las mujeres pegadas a los vidrios de las ventanas de las casas observándola, las conocía tan bien que podía escucharlas decirles a sus esposos y a sus hijos la novedad, debían decir algo como: Mira, mira quien llego. La hija de James y Caroline. Si, Daphne, la misma... Uh, veo que por fin ha bajado de peso... De seguro que no vendrá ni a saludar, debía haberse vuelto tan engreída con todo eso de salir en televisión y juntarse con la realeza... Ajá, qué engreída debe ser...

Aunque Daphne podía apostar de que si trataba de su propia hija su comentarios estarán muy alejados a la palabra engreída.

Ella negó con la cabeza sonriente.

Sacó las llaves de su bolsillo pero antes de que pudiera siquiera intentar abrir la puerta alguien más la abrió y se lanzó sobre ella.

—¡Daphne! —exclamó un muchacho castaño y pecoso mientras la abrazaba con fuerza.

—¡Pete! —respondió ella devolviéndole el abrazo. Pete no había cambiado mucho, solo estaba un poco más alto.

—¡Pasa, pasa! —le dijo cuando se separaron —. Déjame llevar tu bolso. —Le arrebató el bolso café de las manos a pesar de que Daphne podía llevarlo sin problemas —. ¡Te he extrañado tanto! Mamá está en la cocina preparando el almuerzo, está muy emocionada, te tiene un banquete, aunque, bueno, con la comida que te dan allí no creo que te parezca nada de otro mundo.

—Puede que en la Academia haya chef de primera, pero nada supera a la comida de mamá.

—Papá fue a comprar unos refrescos —prosiguió el chico —. Este lugar no es lo mismo sin ti. —Pete hablaba de manera eufórica y con rapidez, no le cabía la emoción en el cuerpo.

Daphne vio que, al igual que afuera, adentro todo seguía igual; con los juguetes de Alexander regados por el piso, la ropa limpia tirada en el sofá para que mamá pudiera plancharla y la mesa con un florero con veinte tipos de flores diferentes.

Lo único nuevo era que ahora en la sala había un gran cuadro que enmarcaba una fotografía de Daphne con el uniforme de la Academia. Recordaba esa foto, se la habían tomado el día en que salieron en televisión. Y recordaba ver esa misma foto en una decena de revistas, periódicos y foros de internet al día siguiente de que se la tomaron.

Por suerte para ella, la foto favorecía mucho sus facciones, y hasta su belleza, la cual era difícil resaltar en las fotos la mayoría de veces.

—Ah, sí. Papá insistió mucho en que teníamos que tener esa foto enmarcada en casa —le comentó Pete al ver a su hermana concentrarse en el cuadro —. Ni te imaginas como estaba mamá ese día, regodeándose con las vecinas: esa es mi hija. Si, si, mi hija Daphne. Ella es tan inteligente. Es una genio. Ganó una beca por ser tan lista, imagínense, diez entre los miles de estudiantes de este país y fue mi hija la seleccionada. Por supuesto que conocer al Rey, ¡viven al lado! —habló imitando a su madre poniendo voz aguda.

El peso de la corona [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora