El viento pasa la hoja que estaba leyendo, otra vez. A estas alturas, ya no se ni en qué página estaba. Al intentar remediarlo, el libro se cae al suelo, arrugando la página actual y manchándose completamente de arena.
Es culpa mía, al fin y al cabo, por estar leyendo en un parque en las horas en que más lleno está. Recojo el libro con aprensión, suplicando para que la página no se haya partido del todo, cuando veo a una niña mirándome fijamente desde el columpio. En cuanto la miro a los ojos, me saca la lengua, y me da una razón más que añadir a la lista de por qué odio a los niños.
Quizás, querido lector, te preguntes qué hago pasando mis tardes en un parque infantil si detesto a los niños. Pues bien, la verdad es que prefiero viento, arena y niños insoportables a las continuas voces que hay en mi casa, día y noche. Por esta razón, no me planteo irme del parque. Estiro como puedo la hoja arrugada y vuelvo a retomar la lectura, intentando ignorar la extraña sensación de que alguien me está mirando.
La protagonista de mi libro está a punto de hacer una estupidez cuando, a mis pies, oigo algo que se cae al suelo, golpeando la pata del banco en el que he conseguido sentarme sin compañía. Decido ignorar el golpe, rezando porque sea un niño molesto que esté a punto de marcharse a jugar a otro lado, pero el ruido se repite, y el mismo objeto vuelve a golpear la pata del banco.
Respirando muy hondo, miro hacia abajo. La niña que antes me ha sacado la lengua está a menos de un metro de mi mirándome con curiosidad.
-¿Qué?-Le espeto, puede que con mucha brusquedad. La niña parece que se asusta al principio, pero recupera el coraje suficiente para responderme.
-¿Qué lees?
-No te importa.
-Hay sangre en la portada.
-Si, trata sobre un asesino de niños entrometidos.
Cómo esperaba, se asusta y se va corriendo. Ahora que lo pienso, es demasiado pequeña para estar sola en el parque. No parece que tenga más de 10 años. Me giro alrededor esperando ver a algún adulto responsable que venga a quejarse por como he tratado a la niña, pero no aparece nadie. Decido abrir el libro y seguir leyendo.
-Tu libro está manchado.
Me sobresalto, y casi se me vuelve a caer el libro de entre las manos. ¿Pero que le pasa a esta niña? ¿Qué tipo de niño no se asusta cuando le hablas de asesinatos?
-Me llamo Elizabeth.
Suspiro con fuerza esperando que capte la indirecta. Pero claro, es una niña. Por supuesto que no la capta.
-¿Y tú como te llamas?
-Harry Potter.
Elizabeth asiente lentamente y se vuelve a ir corriendo. Me vuelvo a enfrascar en la lectura una vez más, antes de que una vocecita me interrumpa por tercera vez en lo que va de tarde.
-No te llamas así.
-Muy bien, genio. Me llamo Joel.
La niña (digo, Elizabeth) suelta una risita y se va corriendo más rápido que nunca. Decido que concentrarme otra vez en el libro va a ser una pérdida de tiempo, a si que saco los auriculares y me dispongo a poner música cuando veo a Elizabeth correr hacia mí igual de contenta que antes. Espero, mientras recupera el aliento, para escuchar lo que tiene que decirme en esta ocasión.
-Le gustas a mi hermano.
-Perdona, ¿qué?
Me quito los auriculares, porque debo de haber escuchado mal. ¿Qué hermano? Me había parecido ver que nadie estaba con ella hace a penas unos minutos. ¿Acabará de llegar? ¿Me conoce de algo? ¿Es del instituto?
Sin embargo, no es nada de eso. Mis dudas quedan respondidas cuando detrás de Elizabeth aparece tímidamente un chico como de unos doce años, con las mejillas carmesí y el pelo revuelto, que se esconde de mí detrás de la espalda de su hermana. No puedo evitar soltar una carcajada. ¿En qué momento ha pasado esto?
Espera.
¿Como se supone que se rechaza a un niño pequeño en un parque, sin parecer alguien raro?
Parece que Elizabeth va a volver a hablar, pero decido cortarla antes de que la situación se descontrole. Y pensar que yo solo quería leer un poco.
-Em... Bueno... ¿Y él como se llama, Elizabeth?
-Marc.
-Bien... Elizabeth, Marc... -Tengo que pensar, rápido. Veo una heladería ambulante a pocos metros del recinto de los columpios del parque, y se me ocurre una idea precipitada.- ¿Os apetece un helado?
Los dos asienten precipitadamente, y Elizabeth se adelanta, me coge de la mano y va dando saltitos hacia la heladería, con su hermano al lado. ¿Qué cojones...? ¿Desde cuándo me dedico a cuidar niños? ¿Por qué estos dos niños confían tanto en mi hasta el punto de que uno de ellos se ha "enamorado"?
Llegamos a la heladería, y pido dos helados de vainilla sin nada, de los de 1€. Oye, no me juzguéis, podré haberme convertido en niñero, pero no en millonario.
Abordo el tema rápidamente, antes de que Marc pueda decir nada, porque no sé si sabría como reaccionar.
-Oye, Marc, sabes que yo soy muy mayor... En fin, nos llevamos unos cuantos años, y yo tengo mis amigos y tú los tuyos... Y bueno, en fin, no me conoces y... Bueno, el caso, lo siento pero no va a poder ser.
Ni siquiera sé si me ha entendido. Me trabo bastante al hablar con niños, por que no se como hablarles, y menos de estos temas. De hecho, por la mirada de confusión que cruzan Marc y Elizabeth, estoy bastante seguro de que no han entendido nada, ninguno de los dos. Estoy a punto de volver a hablar para explicarme con más claridad cuando oigo una sonora carcajada que proviene del camino que lleva hacia el parque. Elizabeth le reconoce, por que deja el helado en una mesa y corre hacia los brazos del desconocido.
-¡Eros! ¡Eros!
El tal Eros me mira burlonamente, y me sonrojo de pensar en la posibilidad de que me haya oído rechazar la declaración de amor de un niño de doce años. Sin embargo, Elizabeth no se da cuenta de nada, por que sigue chillando.
-¡Eros! ¡Se lo he dicho, se lo he dicho! ¡Le he dicho que te gusta!
Mierda.
Ahora es él quien se sonroja hasta las orejas, pero no deja de sonreír ni un solo momento. De hecho, solo les indica a sus hermanos que recojan sus juguetes, que se tienen que ir del parque.
Yo me pongo más rojo de lo que ya estaba, si es que eso es posible, por haber sido tan estúpido de pensar que era Marc el que estaba "enamorado". Que estúpido soy. ¿Como le iba a gustar a un niño tan pequeño? Seguro que ahora el tal Eros piensa que soy algo así como un pederasta. Me recorre un escalofrío solo de pensarlo.
Me quedo ahí, parado, en medio del camino, asimilando lo que acaba de pasar, cuando Eros pasa por delante, y me deja un papel en la mano, sin pararse a mirarme siquiera. Desenrollo el papel y me llevo una grata sorpresa al leerlo.
Eres un gran niñero, ¿sabes?
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