••El nombre••

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–Bien, que hago para que te vayas, porque no necesito un amigo imaginario –declaré.

–Por supuesto que lo necesitas, no más mira tu cara de chimpancé con gripe.  Necesitas ayuda –informó.

Me parecía totalmente ridículo, ¿Por qué yo?, ¿Por qué ahora?. Esas eran las dos preguntas que rondaban en mi cabeza.

–Solo regresa al libro, ve a molestar a otro lado –

–¿Con que a esa vamos cara de estiércol?, ya te dije que no me iré, el libro solo fue un medio de transporte y no puedo regresar. ¡Vamos dame un nombre ya! –se acercó–. Ahora podía detallarlo con más claridad, su tez pálida, las pecas que adornaban su cara, el destello mágico en sus ojos. Como podía ser tan perfecto siendo algo imaginario, o tal vez por eso lo era.

–¡Sabes qué!, mejor me iré a dormir. Dentro de unas horas despertaré y ya no estarás –declaré–. Apague la luz y me acosté.

–Ni con eso te librarás de mi, estaré sobre ti como una garrapata en un perro, como un chicle en un zapato, como un moco en una nariz –protestó.

No le di importancia a sus tonterías, formaba parte de mi imaginación tendría que desaparecer tarde o temprano.

Cerré los ojos, sin embargo escuchaba sus murmullos.

¡Dame un nombre!.

No contesté.

¡Que me des un nombre!.

Lo ignoré.

¡Quiero un nombre!

Abrí los ojos y lo vi levitando sobre mí. Me volteé hacia el otro lado con la almohada tapando mis canales auditivos logrando dormir.

La alarma sonó a las seis de la mañana y el sueño seguía intacto. Me senté, de inmediato me fuí de lado. Tuve que armarme de voluntad para no caer rendida de nuevo.

Miré hacia los lados y no ví rastro de aquel ente fastidioso que aluciné.

–¡Perfecto todo vuelve a la normalidad! –me levanté y fuí directo al lavabo para cepillarme. Luego de asegurarme de que quedarán limpios regrese a la habitación en busca del uniforme.

Pero al abrir el clóset me llevé una gran sorpresa.

–¡Hola!, de día te ves más fea –exclamó el ser imaginario.

–Esto no puede estar pasando –protesté.

–Te dije que no me iré, así que, ¡Aguántame! –indicó con una risa falsa y escandalosa.

–¡No! –dije dándole un portazo en la cara, cosa que no le afectó porqué la traspaso sin problemas.

Entonces como si fuese un milagro, se me ocurrió una idea. Hoy de camino a la escuela pasaría por el puesto de la mujer que me regaló el libro, se lo devolvería. Poniendo fin a mi tormento.

Sin siquiera desayunar salí de mi casa, quería llegar lo antes posible. Cómo lo suponía él me siguió, parloteando decenfrenadamente.

Subí al autobús escogiendo los asientos de atrás, haciendo un enorme esfuerzo para no gritar de hostinación, ya que, sus preguntas y chistes malos desesperaban.

–¿Te llamas Victoria cierto?, ¿Cuál es tu apellido? –

–¡Que te importa! –susurré.

–Deberías denunciar a tú padre por ponerte un apellido tan espantoso –

–Ese no es mi.. ya olvídalo y cállate –exclamé mirando por la ventana.

Quién iba a pensar que alguien salido de la imaginación fuera así de insoportable.

Tres CondicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora