Prologo

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Seis meses antes...

—Dije que no, ¿por qué nunca me escuchan?  —les grite a mis padres, quienes me miraban sorprendido por mi forma de contestarle. 

Nunca antes les había gritado, yo era para ellos la hija perfecta. La única hija que pudieron concebir y yo les estaba quitando eso. No podía hacer su voluntad en mi vida, siempre he dejado que lo hagan pero en estos momentos no se lo podía permitir, no cuando yo no deseaba casarme. 

¿Acaso debería una princesa dejar de serlo solo para satisfacer a otros? Yo no podía hacerlo. 

—Harás lo que se te diga, eres una princesa y tu obligación es gobernar al pueblo con decisión...

—No me casaré para gobernar Australia, no cuando Australia no necesita de una reina con un esposo  —le dije firme a mi padre. 

Mi madre miro a mi padre, le dio una sonrisa y susurro en su oído algo. Mi padre la miro furioso pero cuando mi madre le dio esa mirada de amor él no pudo más, se dejó convencer por mi madre. 

Ella era así. Siempre le daba esa mirada y él dejaba de estar furioso, mi madre nunca le hablaba solo lo miraba... su mirada donde podías encontrar amor. Yo quería eso para mí, un amor como el de mis padres no un matrimonio arreglado. 

Mi madre  entrelazo nuestras manos para salir al jardín delantero, camino hacia el laberinto de flores, sus rosas. Ella se detuvo y me soltó para corta una rosa. 

— ¿Sabes que nuestro matrimonio también fue arreglado? Yo soy hija de un duque, tenía un título para la reina  —dijo mi madre, miro todo el lugar con una sonrisa. —. Así que la reina quería una esposa que no solo fuera un trofeo para su hijo ni la comunidad de Australia, quería a alguien quien lo amara y amara al país. 

>> En ese tiempo yo estudiaba en Francia, yo siempre soñaba con volver Australia y casarme con un buen hombre. Mi padre no quería casarme con el príncipe así que la reina tuvo que solicitar una cita conmigo un día después de mi llegada. Ella me miro y me dijo: tu mirada es de una mujer soñadora y que ama a su país. 

Mi madre se volvió hacia mí con su típica sonrisa de felicidad. Mi mamá no era una reina hostil y cortante, todo en ella gritaba amor, cariño y hogar. 

—Entonces te casaste con el príncipe, mi papá. 

Mi mamá rio. 

—No mi amor, no fue así de fácil  —dijo, me dio la rosa para después acariciar mi mejilla. —. Yo no amaba a tu padre como ahora lo hago, de hecho yo nunca ame a un hombre que no fuera tu padre. Mi historia con él no fue fácil, nadie creía que la hija de un duque que se la pasó la mayor parte de su vida en el extranjero estudiando fuera una buena reina para Australia. 

— ¿Que paso? 

—Antes de casarme con tu padre, él y yo tuvimos un problema ya que estaba con una mujer en el día de nuestra cita. Él pensaba que podía casarse con esa mujer ya que no confiaba en mí y yo no confiaba en él, cuando me miro pensó que era una broma cruel por parte de su madre, la reina en esos momentos. 

— ¿Por qué una broma? 

—Porque yo para tu padre era un ángel caído del cielo. Me acuerdo de la vestimenta que use ese día, un vestido blanco de encaje arriba de la rodilla para nada escotado, vestía como una señorita de clase. Zapatos de tacón altos pero no tantos, de mi medida y mi cabello era suelto. 

Sonreí imaginándome a mi madre de joven. Yo era el vivo retrato de mi madre, sus ojos marrones oscuros y su cabello castaño aun la hacía ver más joven. Si no fuera la reina podría asegurar que ella era mi hermana gemela ya que mi madre aun en sus cuarenta y dos años de edad era hermosa. Su belleza nunca acabo. 

Australia: El renacimiento de una reina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora