I. Concentración amarga

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 Rechacé a Federico

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Rechacé a Federico.

Al menos en mi imaginación.

Mi vida es perfecta, tiene buen ritmo y me siento feliz así, solitario. Nadie tiene que interponerse en ésto que he construido gracias a mi esfuerzo. En la universidad me va bien, tengo una bonita relación con mi familia, asisto a terapia cuando mi estado de ánimo decae, vivo cómodo en un departamento de la ciudad, soy abiertamente homosexual; en resumen, todo es genial. Pero lo que no lo es, es mi impulso por querer seguir yendo a esa cafetería, el anhelo de querer apreciar, una y otra vez, ese atractivo rostro de piel tostada que luce tan bien con los dorados cabellos y luceros aceituna.

Federico Blanchard.

Suspiro, abrazando a mi suave almohada en la oscuridad de mi dormitorio, perdiéndome en las imágenes mentales de la perfecta y reluciente sonrisa de él, en el rosado de sus labios y lo muy tentadores que me han parecido desde siempre. Desde que comencé a ir a esa cafetería de la ciudad e, inconscientemente, me aprendí su horario de trabajo: Lunes, Martes y Miércoles en la mañana; Jueves y Viernes en la tarde; y Sábado y Domingo en la noche. Cualquiera pensaría que estoy loco, que cómo puedo saber eso sin ser considerado un acosador... a lo que respondería con: sí, estoy totalmente loco, pero loco por ese barista de cuerpo fornido y encantadora actitud.

—Buenos días —me saluda él, a la mañana siguiente, tras percibir mi entrada a la cafetería.

—Buen día, eh... —Vacilo un poco, nervioso—. ¿Podemos hablar?

Él estrecha su entrecejo, sonriendo con duda.

—Estoy en horario de trabajo.

—Y yo a veinte minutos de mi primera clase. —Nuestras miradas se hallan entre sí, conectando nuestras almas de una manera inefable—. Así que, ¿tienes un momento? Solo... —Los acelerados latidos de mi corazón me impiden terminar.

—Claro que lo tengo. —Relame sus labios y, al natural, sonríe—. Por aquí.

Federico me guía por un estrecho pasillo. En éste, se encuentran diversas puertas, pero solo nos quedamos a la mitad. Lo único que hago es observar el patrón que forman las cerámicas en el suelo, tratando de ignorar los efectos en mi cuerpo causados por los nervios: sudor excesivo, manos temblorosas y latidos a millón. Sé que él me está viendo, puesto que lo tengo enfrente, recostado en la pared, silenciado, cauteloso, estando a la expectativa. Antes de decir algo, me aseguro de respirar hondo y establecer una calidez en la situación a partir de miradas.

Considero increíble como únicamente sus ojos son suficientes para causar estragos y, al mismo tiempo, florecimiento en mi interior.

—Lo que yo...

—Leíste la nota, ¿no es así? —interroga, sin dejar de sonreír—. Lo supuse, ya que ayer te marchaste sin más.

Me acerco a él, teniendo en mente rechazarlo como imaginé que lo hacía la noche anterior.

—Yo... yo...

—Descuida, entiendo si no estás de acuerdo con lo que leíste. Solo pensé que...

—No...

—¿Huh?

—No fuiste el único el único que lo pensó —admito, sin atreverme a ser específico.

—¿De qué hablas?

—¿De qué hablas tú?

La mirada de Fede viaja a un punto en el vacío, antes de responder, y por primera vez percibo sus nervios.

—De tomarnos un café juntos y conocernos más, por supuesto.

—De tomarnos un café juntos y conocernos más, por supuesto

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Adicto al amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora